Artículo publicado por el periódico Ideal, octubre 2020
En una situación global grave, dentro de la que España va a la cabeza, Pedro Sánchez ha celebrado un encuentro con el Papa.
Cualquier observador inteligente. se da cuenta de que la
audiencia viene precedida de un cruce recíproco de guiños entre ambas
personalidades: La actitud comprensiva del Papa en cuestiones como las
exhumaciones, la futura remodelación del Valle de los Caídos, la reciente
entrevista de Francisco en que aconseja a los homosexuales una especie de
contrato civil.
Por otra parte Pedro Sánchez, dentro de la marca izquierdosa de su logotipo, no ha generado todavía, conflictos puntuales con la Iglesia que tanto contribuyó a la transición desde los tiempos de Pablo VI y el Cardenal Tarancón.
Hay una buena agenda de proyectos de ley sobre eutanasia,
educación, ideología de género, capellanías castrenses y asistencia religiosa
en hospitales y otros temas previsibles
que están en su programa y que es de suponer que serán materia de negociación.
Sánchez, sin duda, está al tanto de la situación
religiosa en España. Ha tenido oportunidad de conocerla en directo en su paso
por la Universidad de los agustinos del Escorial, su Curso en el IESE y el
trato con los asesores y ministros que han sido educados en la Universidad
jesuítica de Deusto.
Esta experiencia y el talante versátil de su política, su
sensibilidad por la oportunidad y el corto plazo, su capacidad de aliarse con
cualquiera por feos que sean sus antecedentes, hacen pensar que hubo una entrevista
cordial en el Vaticano, pues el actual Papa es propicio a toda conciliación.
No hace falta ser un gran especialista en nuestra
historia para tener en cuenta que desde
hace trece siglos, no se ha hecho en este país nada sin la referencia al
catolicismo. Esta referencia en casos puntuales ha sido anticatólica con los
resultados que todos sabemos.
El único argumento que esgrimía Franco para distinguirse
del Eje alemán en la Segunda Guerra Mundial era en catolicismo y el
anticomunismo. Gracias a esta vertiente de aquel Régimen, se superó el bloqueo
internacional y los intentos de invasión de los “macquisard” hasta 1951.
Por otra parte, es bien cierto que la política anticlerical
de la Segunda República a partir del bienio azañista, no le proporcionó ningún
beneficio.
El clima religioso
en la actualidad carece del fariseísmo de otras épocas, en consecuencia la
disminución de la práctica religiosa, especialmente en materia matrimonial, no
es peor que en largos períodos progresistas del siglo XIX. Entonces se
confiscaron todos los bienes de la Iglesia, se suprimieron las Órdenes
Religiosas, se incendiaron templos y se mataron frailes. Poco después se firmó
el Concordato de 1851. Y no hubo nada.
Una visión pragmática de la cuestión religiosa en nuestro
país en donde en plena secularización, hay por lo menos un millón de asistentes
a misa diaria, muestra no la presencia de un ghetto o de una secta sino de
raíces milenarias que están perfectamente vivas y no embalsamadas.
El Gobierno de Pedro Sánchez no sólo es una coalición de
imposibilidades sino víctima de sus propios errores, de su falta de
credibilidad y de su incapacidad para afrontar un cataclismo como el que se nos
ha venido encima.
En estas circunstancias, viajar al Vaticano o si se
quiere a Lourdes, sólo puede ser entendido como una medida de prudencia.
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