Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2020
En cualquier época en que nos situemos, en toda guerra hay un elemento de conciencia, de legitimación. Es esencial que el cristiano sepa distinguir lo importante, lo necesario, de lo menos importante y secundario, ordenando lo segundo en relación con lo primero.
El Cristianismo es de raíz un proyecto de expansión de la fe y de la
esperanza mediante el método principal de la caridad. Los aspectos humanos, el
talento, la cultura, los grandes análisis e interpretaciones, el consejo de los
científicos, todo eso es importante pero debe emplearse en función de lo
principal.
Lo principal
consiste en que el destino del hombre en la tierra no está en quedarse
en ella sino en entrar en la posesión de un reino perfecto que no es de este
mundo.
Ese destino no es simplemente individual sino que es el
destino solidario de toda la humanidad, la vida cristiana es apostólica por la
caridad de Dios, que quiere que todos los hombres sean felices, que se salven.
Por la fe sabemos que la vida cristiana sólo es posible
en el ejercicio de la libertad. Nadie se salva si no quiere, nadie salva a
nadie a empujones, nadie adquiere las virtudes sin un trabajo libre, ayudado
por la gracia.
Siempre se ha pensado en la necesidad de estrategias
inteligentes para conseguir estos objetivos. Así en la Edad Media y parte de la
Moderna, la guerra y la cruzada fueron en general preferidas a la negociación y
a la paciencia. La consecuencia ha sido un tira y afloja entre unos y otros con
el denominador común de que ambos bandos, cristianos y anticristianos creían firmemente
en que la guerra y la confrontación, la persecución y la discriminación son las
estrategias “razonables” para eliminar los conflictos mediante la eliminación
del contrario.
En la actualidad, siglo XXI hay tres guerras ideológicas
en las que la idea de liquidar al contrario por exterminio o por conversión se
mantienen irreductibles:
1) La guerra del
poder temporal del laicismo contra el Cristianismo
2) La guerra de la
ciencia que quiere ser absoluta contra
la fe
3) La guerra
latente o manifiesta del Islam contra la fe cristiana.
Estas tres guerras
guardan entre sí un orden de importancia. La más importante es la
propuesta transhumanista en sus diversas formas que incluyen el ecologismo
profundo, la cyberideología, la inteligencia artificial, el posthumanismo y la
posverdad que forman el nudo de la cuestión: la decisión del hombre sobre su
naturaleza, tal como se expresa en la ideología de género.
En segundo lugar y legitimado por esa misma ideología, el
poder temporal que prescinde totalmente del espíritu y que tiene como fin
último conseguir la sociedad del bienestar sin Dios.
De una manera más descarada e históricamente permanente,
el Islam radical y expansivo hace la guerra allí donde puede y le conviene,
enfrentando la fe contra la fe. Se corresponde con la estructura medieval de su
área cultural de origen.
Los cristianos, aunque estadísticamente, un tercio de la
población mundial, en su mayoría-como ha ocurrido en todo tiempo-están sumidos
en la modorra y la inercia absolutamente cegados hoy, por el espejismo de la
sociedad del bienestar.
Para un cristiano, la sociedad del bienestar en sus justos
límites, forma parte del progreso en
general, del bien temporal por el que se debe luchar para alcanzar una sociedad
más feliz según la voluntad de Dios, expresada en:
El Decálogo en primer lugar donde aparece como elementos
centrales, el culto a Dios, el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a uno mismo. Y sigue: la familia, el respeto al cuerpo, la propiedad, la
verdad.
El Evangelio que
propone virtudes cristianas que imitan a Jesucristo: el saberse pobre ante
Dios, la mansedumbre, el hambre de santidad, la misericordia, la rectitud de
intención y ausencia de doblez, el trabajar por la paz y la aceptación de la
persecución por causa de la justicia, es decir de la santidad.
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