Artículo publicado en el periódico Ideal, febrero de 2022
Un primer dato
tomado del mundo animal y de la neurociencia es la relación entre la capacidad
craneal y la inteligencia. El cubicaje humano es del orden de los 1500c/c. Esa
cifra está en relación con la madurez cognitiva.
Algún tipo de simios que mantienen la estabilidad con su pareja tiene una cavidad mayor que el resto.
¿Significa ese
dato que la estabilidad es una cuestión de inteligencia? o lo que es semejante
¿Es la estabilidad de la pareja algo hereditario?
Una pareja estable
se construye desde la cuna. La misma felicidad de cada uno de nosotros depende
en buena parte de lo que nos hemos encontrado al nacer.
No es lo mismo
nacer en una familia feliz que en una familia desestructurada.
Si los robots
tuvieran conciencia se sentirían felices si funcionasen correctamente como
robots.
No es, en esto,
muy distinta la felicidad humana.
Uno es feliz
cuando desarrolla las capacidades de las que está dotado. Si alguien se empeña
en ser piloto de aviación con graves deficiencias visuales, no será feliz
siguiendo ese sueño imposible.
¿Para qué estamos hechos los humanos? ¿Cómo
ser felices?
¿Qué es entonces
lo decisivo para ser feliz?
Nos lo aclara ese
término tan maltratado que llamamos “formación”.
Para ser feliz hay
que formarse para ello. ¿En qué consiste la formación?
La formación del
hombre como la de cualquier ser vivo consiste en aprender a luchar por la vida,
tanto en el trabajo como en el amor.
Unos seres vivos
luchan para sobrevivir con capacidades heredadas, nosotros además con
capacidades aprendidas.
Aprender a luchar
por la vida supone memoria que almacena experiencias que nos permiten
distinguir lo que nos beneficia y lo que nos perjudica.
Por la memoria
sabemos lo que somos y para qué valemos. Una vez que los jóvenes se “asientan”,
pasada la adolescencia, la mielina cubre los canales nerviosos, la persona
madura y se alcanza poco a poco una cierta estabilidad.
Una vez que se
empieza a saber lo que uno quiere gracias a la memoria propia, de los padres y
educadores, entonces se entrena uno en la repetición de actos valiosos que
gracias a la memoria se convierten en hábitos.
Los hábitos buenos
son los que nos hacen buenos, libres y felices.
Si aprendo un
idioma soy más libre que si lo desconozco. Sabiendo chino se me abre un
continente de posibilidades laborales.
Cuando uno ha
vivido en una familia feliz y a veces incluso numerosa, repite la experiencia.
Se encontró bien con el modelo ¿para qué cambiar?
El joven adulto se
asegura una pareja estable si desde niño a aprendido a luchar por la vida y ha
empezado y ha vuelto a empezar, como un tenista que aguanta y aguanta porque
está muy entrenado gracias a los hábitos adquiridos y retenidos.
Ese hilo conductor
de la formación tiene la ventaja de que se puede empezar el entrenamiento en
cualquier punto de la vida.
Aunque uno proceda
de la miseria y de la calle, se puede empezar en cualquier momento con el apoyo
de un amigo.
¿Por qué se rompen
las parejas? Fundamentalmente por inmadurez personal. Por haberse creído desde
la infancia que este mundo es un jardín, un caramelo: basta alargar la mano y
se cumple todo deseo.
Se lo están enseñando,
lo están legislando, creando una sociedad de infelices y fracasados que sólo
saben decir: “La culpa es del sistema”.
No somos conejos
en campo abierto. Hay que aprender a vivir. Como las uvas en la prensa, el vino
del amor necesita prensado y maduración. Entonces alcanzará el punto de equilibrio
que permite la estabilidad de la pareja.
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