Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2022
La
filosofía y la ciencia moderna bien por el lado del racionalismo e
idealismo,
bien por el lado del positivismo y materialismo, tampoco dan
razón de
la naturaleza del hombre como persona individual. Todo lo más,
lo dan
en cuanto objeto de la Naturaleza.
El método
científico conoce progresivamente a la naturaleza y en cuanto
la conoce
la domina por medio de la tecnología.
Esta
hazaña de la ciencia moderna que vislumbraron los alejandrinos
tiene
el doble filo del conocimiento y de la perversión.
En la
medida en que conoce el ser natural, desconoce el ser personal, y
considera
a la ciencia muy por encima del hombre individual.
A la
vez la gloria de la materia-que la tiene- oscurece de hecho el camino
del
espíritu y de la felicidad. Porque el espíritu, no es un humo vago, sino
la omnipotente
posibilidad que proporciona las ganas de vivir.
Tres
mil años de filosofía no han permitido al hombre conocerse a sí
mismo
ni responder a las preguntas del por qué y para qué de la
existencia.
“No
hace falta Dios” dice Hawking, la felicidad es cosa de uno mismo, el
instante
y sus placeres desplazan a la historia.
El
problema del bien y del mal es de administración ordinaria y el tema del
más
allá -dicen- no debe oscurecer el brillo del más acá. Si el sufrimiento
es insoportable,
muramos dignamente. Un violín atraviesa el silencio de
los presentes
mientras un señor con frac, recita un poema. Es la
civilización
del crisantemo.
Este
horizonte desmochado, para el que el bien es decidido políticamente
es realmente
indigno del hombre porque sobreentiende que no vale la
pena preocuparse
por lo que está ya decididamente perdido. Sólo resta
exprimir
la juventud y lo que quede de ella.
Una
auténtica filosofía humana debe tratar del hombre, del Mundo y de
Dios.
Son las últimas razones de nuestra vida y su contexto, el Universo,
un
océano. Sólo por un instante, brillante y precario.
El
progreso moderno no ha ido acompañado de un crecimiento moral de
las
personas y de la sociedad.
Este
cuadro tiene un horizonte cada vez más próximo en el que la ciencia
y la
tecnología amenazan al hombre porque el hombre es, sólo un objeto
y un objetivo.
¿Cómo
puede la filosofía evitar este peligro inminente?
Al
observar el Universo, comprobamos que a gran velocidad lo surcan
mensajes
cruzados de los cuales entendemos algunos. Lo que no está
tan
claro es qué hacemos en un Universo milimétricamente pensado para
que podamos
vivir en él y además proyectado matemáticamente.
Si
retornamos a la infancia, por un momento, echamos una mirada a lo
que
nos rodea, cercano y lejano, aparece una representación dinámica
como de
un gran teatro en movimiento. No falta ni el cielo tachonado de
estrellas,
ni el inquietante Océano, ni la tierra cuya estructura tiembla y
los
personajes, papá, mamá y los amigos van de una parte a otra con
mayor
velocidad, buscando la supervivencia.
Todo
este panorama, no hace pensar normalmente a un niño muy
pequeño,
pero eso es lo que ve y no se le ocurre dudar de ello.
El
mundo de los niños cobra significado en los padres, los amigos y los
profesores.
Todo ello en un nivel de corto plazo, sin trasfondo, sin
bastidores.
“Tienes que ser un hombre de provecho” o “no hables con
desconocidos”.
Esos
consejos se oyen desde muy lejos porque hablan de una
profundidad en el tiempo y en la relación
social que no entiende.
“Si no
os hiciereis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos”
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