Artículo publicado en el periódico Ideal , 18 de febrero de 2023
El progreso tecnológico crea la falsa convicción de que el cambio
siempre es evolución hacia lo mejor.
El liberalismo introdujo la idea de que cuando el mercado se
desequilibra hay una “mano invisible” que la recompone. La izquierda
del presente, de la que no encuentro nombre definido, piensa
igualmente que el progreso es imparable por el poder legiferante de las
masas que es la mano invisible que cuando la reacción ocupa el poder,
acaba volviendo al orden dinámico en el que todo irá a mejor.
El caso es que en pocos meses se ha ejecutado una reforma de la
Constitución de 1978 por el procedimiento de cambiar el significado de
los términos, la intención con que los legisladores los emplearon y
cambiando las reglas del juego para la designación de los jueces que
debían garantizarlos.
Deprisa, a galope, por las bravas y con la mayoría de diputados que
representan a una minoría de electores.
Esa cascada de leyes revolucionarias, han sido elaboradas por
juristas y algunas de ellas, asombrosamente antijurídicas.
La razón de estos productos de la máquina dominante es su
concepción ética y jurídica.
Hay dos sistemas jurídicos predominantes desde el siglo XIX: el
anglosajón y el positivista liberal derivado de la Revolución Francesa.
El primero hace prevalecer la costumbre y el precedente judicial, el
segundo que es el nuestro, parte del principio de legalidad. Se da una
pirámide normativa en la que las leyes y decretos se jerarquizan por su
importancia desde la Ley de leyes que es la Constitución hasta las
leyes orgánicas, las ordinarias, los decretos, los reglamentos, etc.
Con el sistema anglosajón no se ha dado hasta hoy ningún régimen
totalitario, con el sistema que se rige por el principio de legalidad, se
han dado muchos.
Kelsen lo explicó muy bien: Los jueces se limitan a cumplir las
leyes que el Legislativo aprueba en las Cámaras y las Cámaras no
tienen ningún límite para legislar siempre dentro de la Constitución.
Si el Tribunal Constitucional interpreta la letra de la Constitución
desde el espíritu del consenso y no desde lo que dice nuestra Ley de
Leyes, entonces cualquier ley puede contener cualquier desafuero
“debidamente” interpretado.
De la noche a la mañana lo blanco significa negro y lo negro blanco.
En estas condiciones la pirámide normativa permanece inmutable
porque sean las leyes, decretos y reglamentos de cualquier color, los
jueces las aplica pundonorosamente.
Para consuelo de tontos este problema se extiende por Europa y
América. No se extiende por los países totalitarios que también
respetan la pirámide normativa cuyo contenido decide el Partido.
Es la concepción misma del Derecho lo que está en juego y la
transformación de la conciencia social sobre la que se apoya.
Del mismo modo que la Ilustración y su fervor científico
transformaron la opinión pública, en nuestro tiempo, los medios de
comunicación, las series televisivas las leyes educativas y esa
obsesión legiferante por regular los menores detalles de la vida en
nombre de la democracia, hacen posible que el derecho a la vida se
subordine al derecho a la muerte.
Si la Constitución se nutre del Derecho Natural y éste se da por
arrumbado, lo “lógico” es que se interpreten las leyes según la
voluntad política de los que las hacen.
¿Por qué un perro merece más atención que un niño? ¿Por qué los
valores de la Unión Europea se han invertido desde la Declaración de
1948? ¿Por qué se registra a los objetores de conciencia?
Si la madre embarazada no quiere a su hijo, el problema lo debiera
tener la madre, no el hijo.
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