Artículo publicado en el periódico Ideal, 13 de enero de 2023
Entiendo por populismo aquel modo de estar en política en donde los
representantes legítimos del pueblo, según la Constitución vigente,
fundamentan su legitimidad, no en el poder de su representación sino en una
vaga referencia al “pueblo” en general o a conceptos vagos como el de
“mayoría social”, “pueblo”, u otras semejantes.
Se da entonces la circunstancia que los representantes no representan a la
nación española como dice la Constitución ni siquiera a quienes los eligieron
sino a “un fantasma” que no está en ninguna ley o en la misma Constitución.
Esta entidad, “la mayoría social”, o la menos empleada, hoy, la de “pueblo”, es
invisible porque no forma parte de los mecanismos constitucionales.
Puede ocurrir, además, que una minoría cuyo rasgo esencial es su
constitucionalidad, se suma a otra minoría inconstitucional para alcanzar así
una mayoría gobernante.
En este caso la voluntad de los electores queda defraudada por sus
representantes pues éstos fueron elegidos sí y sólo sí, mantenían su
constitucionalidad y no la ponían en peligro de desaparición.
Se crea la ficción de que los partidos independentistas se comportan como
pragmáticamente constitucionales mientras que sus fines específicos son
totalmente inconstitucionales.
La minoría gobernante se suma a estos partidos y a otros aún más
inconstitucionales para formar una mayoría cuya naturaleza misma es sólida e
inexpugnable.
Es inexpugnable porque la Coalición de incompatibles se mantienen unidos
porque su unidad permite a la minoría gobernante seguir gobernando siempre
que su legislación sea no la de su propio programa sino la del programa de los
inconstitucionales, sean de cualquier color.
Se da pues un fraude de la voluntad popular, en términos constitucionales,
tanto en la forma, puesto que un partido que gobierna con partidos minoritarios
evidentemente inconstitucionales, y que determinan una legislación
inconstitucional, es a su vez, inconstitucional.
Además, se quebranta en el fondo la Constitución misma con unas leyes
elaboradas según el criterio de los no constitucionales.
La moción de censura que abrió la puerta a este fraude, debía y podía haber
sido recurrida ante el TC. Precisamente por ello, el Ejecutivo, cambia las reglas
de la mayoría y cambia a los magistrados para que puedan garantizar en lo
futuro esa “olla de gitanos”.
Si pasamos a ejemplificar cómo el populismo pugna por transformar la
democracia en demagogia, tenemos dos casos de presunto fraude electoral en
Estados Unidos y Brasil.
En el caso del asalto al Capitolio, el presunto fraude legitima a los asaltantes a
intentar un golpe que devuelva la democracia a su estado original.
Se pasa por encima de elecciones y del Congreso para restablecer por la
violencia el orden constitucional.
En el caso de Brasil, el argumento es el mismo.
Cabe la posibilidad de que aquella Coalición se perpetúe en el Poder pues las
circunstancias pueden repetirse.
La minoría socialista aun perdiendo las elecciones seguiría en el Gobierno
pues el tira y afloja de los integrantes de la Coalición es muy cómodo: Yo
legislo lo que tú quieras con tal de que me des tu apoyo en el Parlamento. Los
anticonstitucionales mantendrán su reflexión ¿Qué otro Gobierno nos será más
favorable que éste?
Esa alianza de hierro tendría dos fisuras por el lado anarco-comunista y por el
lado de Junts x Sí.
Ambas fisuras son improbables porque el aplazamiento escatológico del
referéndum, permite mantener izada la bandera, esperando mejor ocasión.
En cuanto a Podemos saben que sin Sánchez no son nada y con él, son
instrumentos, la cobertura roja del comodín rosa.
De esta suerte se da la genial invención como, de dos Nada, suman un
Gobierno.
La esencia del populismo es eludir el consenso y la esencia del consenso no
burlar la Constitución.
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