Artículo publicado en el periódico Ideal, 24 de enero de 2023
El Papa Benedicto no era de gran estatura física pero su envergadura espiritual
permanecerá en la memoria de la Iglesia, en el tesoro de nuestra fe.
Cuando una gran personalidad se marcha, las alabanzas se acumulan con
ánimo, tal vez de sepultar al honrado y a su honra bajo espesas capas de
rutina.
En la Iglesia, por el contrario, lo que se hizo en favor de la fe que con la caridad
es el elemento de unión que nos sostiene, eso queda grabado para siempre en
el Corazón de Dios.
Un año después de ser elegido escribió un testamento espiritual,
probablemente, porque en su sencilla timidez creyó durar poco y necesitaba
dejar claro el sentido de las décadas en que sirvió a la Iglesia. Seguramente
pensaba que lo que le depararía el futuro, sería poco en comparación con su
lucha intelectual desde que convocado el Concilio Vaticano II, interviniese en él
en un combate por la fe, lleno de matices.
Su escrito que se ha revelado póstumamente, es una constante acción de
gracias a sus padres y a sus hermanos por haberle ayudado a mantenerse en
la fe y a todos aquellos, maestros y amigos que incrementaron su fidelidad.
Una sola recomendación a todos, que se mantengan fieles en la fe, frente a
toda confusión.
Parte importante de este breve escrito se refiere a su juicio sobre las ciencias
naturales y las históricas, especialmente la exégesis bíblica que mediante un
oleaje de hipótesis que se suceden unas a otras dejan en pie la solidez de la fe,
frente a las conjeturas y refutaciones, dejando en la conciencia la evidencia de
los límites de la razón.
Cuando los teólogos progresistas más brillantes entre los que se contaba el
profesor Ratzinger fundaron la revista “Concilium”, se inició una marea de
reformadores y contrarreformadores que sólo el Espíritu podía apaciguar.
Pareciera que la confusión y el conflicto hicieran bambolear la Iglesia. Con el
pretexto de volver a la simplicidad de las fuentes se quería conseguir simplificar
los sacramentos, el culto y la moral y de ahí su consecuencia: el vaciado de
seminarios, monasterios, etc.
Pronto vieron los teólogos que se ponía en tela de juicio lo esencial. Ratzinger
y los que pensaban como él, dejaron “Concilium” y se agruparon en torno a una
nueva revista teológica, “Communio” que contribuyó a la aclaración de las
ideas. Hans Küng por un lado y su amigo Ratzinger, por el lado de la fidelidad.
Por una vez, los teólogos desplazaron a las modelos de las pasarelas y parecía
que “el fuego se colaba por las rendijas de la Iglesia”, en expresión de S. Pablo
VI.
Este Papa, fue decisivo a la hora de calmar las aguas no sin gran sufrimiento
personal.
Luego aparece el huracán Woytila, venido de la filosofía y con buena mano
izquierda. Ratzinger es elevado a Cardenal y Prefecto de Propaganda fide.
La obra más importante en este momento fue la elaboración del Catecismo de
la Iglesia Católica que llenó el vacío que había dejado el posconcilio. Un
monumento intelectual de referencia.
Benedicto XVI, un intelectual puro, sólo sabía pensar, hablar y escribir, no
afrontar las catástrofes políticas.
Aun así, lo vimos en Cuatro Vientos en la JMJ aguantando con dos millones de
jóvenes una tormenta que estuvo a punto de volar la Plataforma. “Si ellos
aguantan –dijo - yo también”.
Problemas de pederastia, de poca claridad en las finanzas, de las habituales
ocurrencias de los obispos alemanes. Muchos problemas que un gigante como
Wojtyla se echó a la espalda, pero él no.
Su deseo dejó paso a la humildad y con gran resolución, renunció al papado
convencido de su pronta muerte.
Aun le quedaron casi diez años de luz.
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