Artículo publicado en el periódico Ideal, el 9 de enero de 2023
El término más utilizado para definir la actual situación, es la de
“incertidumbre”. En términos informáticos significa falta de
información a la que se suma la creciente desinformación.
Es difícil llegar a las fuentes de información dignas de crédito
porque la información tiende a generar una concepción del mundo
actual y es más fácil inventar la realidad que comunicarla.
Los frentes en los que los problemas amenazan con estallar son
múltiples y están cerca de cada ciudadano en el precio de la luz, de
la compra o en los despidos masivos. La microeconomía familiar
está bien informada por recibos y facturas, la incertidumbre está en
la metafísica del embrollo, en las causas últimas del mismo.
Parece evidente que desde la pandemia y la guerra se están
haciendo grandes fortunas tanto en el acaparamiento y la
especulación como en la venta de armas.
El hecho de que las empresas energéticas o las grandes
plataformas digitales manejen cifras de decenas de miles de
millones, cuando el nivel de pobreza de una gran parte de la
población crece a ojos vista, permite entender que salten los
titulares que magnifiquen la pederastia en el episcopado francés o
el independentismo catalán, el cambio climático y como el nivel del
mar crecen por el deshielo de los glaciares que en realidad debiera
significar que tenemos más agua a nuestra disposición.
Como inventar la verdad es más fácil que decirla, el papel del
periodismo de investigación que hace reventar la podredumbre que
aflora en muchos puntos del planeta, cobra la importancia tal como
expresa el número de periodistas asesinados, allí donde la verdad
es más necesaria.
Para evitar redundancias no vamos a enumerar los países en que
los informadores caen día tras día mientras los gobiernos miran
hacia otra parte.
Cuando algún creativo propone establecer un Ministerio de la
Verdad, tiemblan las carnes como cuando hay países que mantienen
una “policía de la moral”.
El hecho mismo de llamar a la mentira con el pomposo nombre de
“posverdad” indica claramente que no se quiere llamar a las cosas
por su nombre.
El término “posverdad” lleva el sello de las ideologías del progreso
indefinido. Al decir “posverdad” insertamos la mentira en la línea
histórica en la que con más o menos zigzag, cada momento mejora
el anterior. La “posverdad” es la superación de la verdad por
elevación.
Por ese procedimiento, los partidarios de la verdad, son
reaccionarios y los practicantes de la “posverdad”, revolucionarios.
Es lo mismo que decir, en una perspectiva adolescente que los
revolucionarios son los “guay”, los “buenos”.
Antonio Gramsci, de la serie de intelectuales comunistas italianos
de gran calibre intelectual, hizo más por el comunismo que
terroristas que prefieren las bombas a la inteligencia. Su idea del
intelectual “orgánico” en un contexto más leninista que estalinista,
pensaba que la lucha de clases era, siguiendo a Maquiavelo, una
cuestión de cabeza más que de pies.
Afortunadamente las mentiras no tienen la última palabra de la
historia y no la pueden tener porque ellas son lo que no hay, no
pueden prevalecer sobre lo que hay.
Es bueno advertir que la verdad es más del corazón que de la
retórica, mientras que el engaño anda por el extrarradio, por el
mundo de las contingencias políticas o las ficciones teatrales.
Los galgos ladran, cada vez más lejos pero el corazón no se inmuta.
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