domingo, 30 de junio de 2024

El “relato” del bien y del mal

 Artículo publicado en el periódico Ideal, junio 2024

“Hay que ganar el relato” dice el Gran Fiscal. Como si se tratase de

ganar el Premio Planeta. La diferencia es que los premios literarios se

establecen para seleccionar buenos escritores, promocionarlos y

probablemente vender muchos ejemplares. A la vez, elevar el nivel

cultural de la población.



La ideología ha encontrado en el relato, que es un fragmento de la caja

de herramientas de los demagogos, un nuevo sentido.

Del mismo modo que cambiar el nombre de las cosas puede significar

cambiar las cosas mismas, cambiar el relato puede suponer cambiar la

opinión de las gentes, ganar unas elecciones y a la larga, cambiar la

historia. Voltaire mismo definía la opinión como el “motor de la historia”.

Un relato puede ser un “flash new”, o un simple correo electrónico, o

una foto en Instagram o un programa electoral confeccionado, de

antemano, para que no se cumpla.

En la realidad verdadera, se siembra lo ficticio o lo probable o lo

simplemente posible con la intención de que la opinión interprete lo real

como falso y lo falso como real.

La propaganda política y sobre todo la bélica que, a veces es capaz de

cambiar el curso de las guerras, es tan antigua como el mundo. Si en la

guerra se entiende como una estratagema menos cruenta que otras, en

política, no suele acabar en sangre y muchos la rebajarían a una mentira

más o menos piadosa.

El relato es, a veces, no más de un gesto o un guiño o una frase cuyo

objetivo es “desmontar” al adversario, quitarle fuerza, “matarlo” ante la

opinión.

En ocasiones, una imagen que mueve emociones es el mejor relato que

permite dar valor general a la anécdota y hacerla más eficaz.

Aparecen imágenes de fosas comunes, de las que por desgracia son

abundantes en la piel de toro desde la Prehistoria. Recuerdo una en

especial: una calavera infantil con un agujero de bala en el cráneo. Se

presenta en el marco de un relato cuyo objetivo es mostrar lo malos que

son los otros que hicieron tal crimen.

Todos saben, aunque no quieran saber, que la península está

sembrada de tales fosas, de tales cadáveres en todos los ángulos de

nuestra geografía y de nuestra historia, saben de las barbaridades que

hicieron, los franceses y los guerrilleros de nuestra Independencia,

carlistas y liberales, moderados y exaltados, rojos y azules.


En estas condiciones, ¿Qué significado tienen las memorias históricas,

democráticas o patrióticas?

Son relatos unilaterales de cómo le fue a cada cual en las guerras. Su

función es prolongarlas psicológicamente, para “demostrar” la

superioridad moral de los autores del relato.

En cualquier caso, lo sensato, es mejor enterrar que desenterrar el

relato si quiera por piedad patria.

Otra forma dinámica de relato institucionalizado es el anuncio de

establecer un Ministerio de la Verdad con su policía que persiga el bulo,

las noticias falsas y la desinformación.

Lo más llamativo del proyecto, es el mismo nombre. El Estado se

arroga el poder de reglamentar qué es “verdad” y reprimir a todo aquel

que no encaje con el molde.

Cosas parecidas se han hecho en todas partes-recordemos el Pravda

de Moscú- pero el franquismo fue más moderado en este punto.

Hay tres símbolos que en mi ingenua opinión representan tres formas

de la política: La dictadura, el garrote; la monarquía, el cetro y la

demagogia el relato.

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