Artículo publicado en el periódico Ideal, junio 2024
“Hay que ganar el relato” dice el Gran Fiscal. Como si se tratase de
ganar el Premio Planeta. La diferencia es que los premios literarios se
establecen para seleccionar buenos escritores, promocionarlos y
probablemente vender muchos ejemplares. A la vez, elevar el nivel
cultural de la población.
La ideología ha encontrado en el relato, que es un fragmento de la caja
de herramientas de los demagogos, un nuevo sentido.
Del mismo modo que cambiar el nombre de las cosas puede significar
cambiar las cosas mismas, cambiar el relato puede suponer cambiar la
opinión de las gentes, ganar unas elecciones y a la larga, cambiar la
historia. Voltaire mismo definía la opinión como el “motor de la historia”.
Un relato puede ser un “flash new”, o un simple correo electrónico, o
una foto en Instagram o un programa electoral confeccionado, de
antemano, para que no se cumpla.
En la realidad verdadera, se siembra lo ficticio o lo probable o lo
simplemente posible con la intención de que la opinión interprete lo real
como falso y lo falso como real.
La propaganda política y sobre todo la bélica que, a veces es capaz de
cambiar el curso de las guerras, es tan antigua como el mundo. Si en la
guerra se entiende como una estratagema menos cruenta que otras, en
política, no suele acabar en sangre y muchos la rebajarían a una mentira
más o menos piadosa.
El relato es, a veces, no más de un gesto o un guiño o una frase cuyo
objetivo es “desmontar” al adversario, quitarle fuerza, “matarlo” ante la
opinión.
En ocasiones, una imagen que mueve emociones es el mejor relato que
permite dar valor general a la anécdota y hacerla más eficaz.
Aparecen imágenes de fosas comunes, de las que por desgracia son
abundantes en la piel de toro desde la Prehistoria. Recuerdo una en
especial: una calavera infantil con un agujero de bala en el cráneo. Se
presenta en el marco de un relato cuyo objetivo es mostrar lo malos que
son los otros que hicieron tal crimen.
Todos saben, aunque no quieran saber, que la península está
sembrada de tales fosas, de tales cadáveres en todos los ángulos de
nuestra geografía y de nuestra historia, saben de las barbaridades que
hicieron, los franceses y los guerrilleros de nuestra Independencia,
carlistas y liberales, moderados y exaltados, rojos y azules.
En estas condiciones, ¿Qué significado tienen las memorias históricas,
democráticas o patrióticas?
Son relatos unilaterales de cómo le fue a cada cual en las guerras. Su
función es prolongarlas psicológicamente, para “demostrar” la
superioridad moral de los autores del relato.
En cualquier caso, lo sensato, es mejor enterrar que desenterrar el
relato si quiera por piedad patria.
Otra forma dinámica de relato institucionalizado es el anuncio de
establecer un Ministerio de la Verdad con su policía que persiga el bulo,
las noticias falsas y la desinformación.
Lo más llamativo del proyecto, es el mismo nombre. El Estado se
arroga el poder de reglamentar qué es “verdad” y reprimir a todo aquel
que no encaje con el molde.
Cosas parecidas se han hecho en todas partes-recordemos el Pravda
de Moscú- pero el franquismo fue más moderado en este punto.
Hay tres símbolos que en mi ingenua opinión representan tres formas
de la política: La dictadura, el garrote; la monarquía, el cetro y la
demagogia el relato.
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