Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, julio de 2019
Hace décadas que no aparece en España
en la escena pública un fascista en
sentido estricto. Los que nacieron en Democracia ya son gente madura y del
fascismo conocen la palabra a la que se da significaciones varias según la
conveniencia.
Da la impresión, sobre todo en
tiempos calientes que todo el mundo llama “fascista” a todo el mundo
De Rivera se ha dicho que es
“joseantoniano” y en consecuencia se lava con lejía por donde ha pisado.
También se habla de extrema derecha no solo refiriéndose a Vox sino a los que
pactan con este nuevo partido. Los “escraches”, acosos personales violentos,
son habituales en la izquierda y sus víctimas denunciados como “fascistas”.
También son fascistas las acciones
directas de los independentistas contra sus conciudadanos que se atreven a rotular sus comercios en
castellano.
El término “fascista” tiene un
gran prestigio como arma arrojadiza como un exorcismo para todos aquellos que
piensan distinto y que se sospecha que si alcanzasen el poder impondrían a los
demás sus “neuras” y sus pulsiones.
Un término que vale para todo
deja de tener un sentido y viene cargado de contenidos emocionales.
El fascismo es históricamente un
movimiento de intelectuales, políticos y sindicalistas que aparece en la
convulsa Italia de los años 20 sumida en la crisis económica y social.
El Manifiesto que se publicó en
la prensa italiana de la época, lo firmaba el filósofo Giovanni Gentile
que era un neohegeliano que formuló una
concepción estatalista, laica y socialista adaptada a la historia de su país,
al nacionalismo garibaldino y que siempre se acomodó en el marco de la Casa de
Saboya.
Por razones coyunturales Benito
Mussolini que iba bastante por libre acabó aliándose con Hitler y el Tercer
Reich en el llamado “Pacto de Acero”.
El fascismo en su acción
política revolucionaria usaba métodos violentos heredados del sindicalismo
anarquista, del pistolerismo callejero que también vivimos aquí, en el primer
tercio del siglo XX.
Podríamos resumir su concepto diciendo
que el fascismo italiano era una concepción que aspiraba a militarizar la vida
civil en torno a los valores de orden, jerarquía y autoridad. Quería
representar una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo en torno al
nacionalismo que en Italia evocaba la idea de Imperio.
La noción de “estado de derecho”
fue considerada, a imitación del comunismo como una fórmula burguesa de democracia
formal. La alternativa era lo que se denominaba en Francia y España, democracia
orgánica, que ciertamente era la cobertura propagandística de la dictadura.
El fascismo tenía una estética
muy marcada en donde la fortaleza
física, los valores de honor, gloria y lealtad eran claves.
La misma expresión “facha” que
pienso procede de “fachada”, subraya aquellas vestimentas y gesticulaciones que
ni eran propiamente militares ni tampoco civiles.
Mussolini que venía del
socialismo, era laico y no se apoyó en la Iglesia que tuvo en tiempos de Pío XI,
la habilidad de campear el temporal
mientras pudo.
No obstante Pio XI, consiguió
tres cosas importantes: Promover la Acción Católica que aun siendo un
movimiento apostólico ligado a la jerarquía, cubrió los primeros intentos de
Democracia cristiana.
Otro éxito históricamente decisivo
fueron los Pactos de Letrán que zanjaban la cuestión romana y daban a la Santa
Sede el estatuto jurídico de estado independiente.
El tercer hecho importante fue
la Encíclica “Mit brenneder Sorge” en donde Pío XI de la mano de su secretario Paccelli hizo la condena del
nacionalsocialismo más explícita y contundente que se había hecho hasta
entonces.
El modelo fascista, su
estructura de Partido único, el rodearse de intelectuales, la organización de
las juventudes, tuvo gran influencia sobre el nacionalsocialismo y sus
“franquicias” en la Europa del Este, en el Régimen de Vichy y en la España de
Franco.
Se ha discutido si el franquismo
era un fascismo o un régimen autoritario. Estas dos definiciones, no reparan en
las fases de su evolución histórica.
El fascismo de Italia y el
nazismo de Alemania no surgieron de una guerra sino de una crisis.
España crea un estado nuevo como
necesidad de articular políticamente la victoria del Ejército sobre la
República.
Por tanto la categoría más
definitoria del nuevo estado es el de ser una obra personal, de un militar
prestigioso, cuyo objetivo principal era restablecer el orden público
reduciendo todo asomo de disidencia política o sindical. Por tanto autoritario,
sí lo era.
La posguerra española coincide
con el principio de la II Guerra Mundial y sus avatares lo que llevó a Franco a
modular las formas que fueron imitaciones
del fascismo italiano hasta la destitución de Serrano Suñer, el Ministro de
Exteriores más cercano a Hitler.
A medida que se veía la
dificultad de que los alemanes ganaran la guerra, comenzaron las negociaciones
con los aliados y fueron desplazados los elementos más progermánicos, siendo
sustituidos por militares o civiles.
En realidad nunca la Falange
controló al Estado y cuando Hedilla lo intentó, fue condenado a muerte, pena
que le fue conmutada.
En 1953, después del Congreso
Eucarístico de Barcelona, se rompió el bloqueo internacional. Se firmaron a la
par, los pactos con los americanos y el Concordato con la Santa Sede que tuvo
que esperar catorce años si contamos desde el final de la guerra.
Tal vez podamos asimilar nuestra
historia olvidando los períodos oscuros que los historiadores ya dieron
suficiente tratamiento forense.
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