Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2019
“Eutanasia es una expresión griega que significa “buena
muerte” o “muerte feliz”. El nexo entre la felicidad y la muerte no abunda
entre los pensadores modernos pero sí, en los antiguos. Es sorprendente que los
paganos tengan más claro el sentido de
la muerte que los modernos y especialmente
no digamos ya, los posmodernos o los post-verdaderos.
La
Edad Media es muy larga y mil años dan
para casi todo. Con frecuencia se ha ligado dicho período del Cristianismo con
tintes oscuros, y la querencia por lo más negativo, la huida de la vida, las
mortajas y los cementerios.
El Cristianismo, aun es más largo y
en los primeros tiempos viene impregnado de
la fe en Jesucristo y su Resurrección de los muertos. Esta fe llevaba a
los mártires a pensar en la muerte como el paso a la verdadera vida y a la
patria verdadera.
Ahora, se aplica
el término “eutanasia” al simple “quitarse de en medio” por el procedimiento
más cómodo y eficaz. Este método se extiende en ciertos lugares a las
ceremonias funerarias aderezadas con una liturgia laica de violines y poemas de
Goethe. Cada uno es dueño de “hacer de su capa un sayo”
A mí, personalmente, si se me permite, no me atraen los cementerios aunque siempre
tengo presente a mis muertos. Me cae bien la costumbre mejicana de ir a las
tumbas de los parientes, toda la familia a comer y “pasarlo bien”, lo que me
parece revela las raíces cristianas de un pueblo.
¿Qué tiene que ver la muerte con la felicidad?
Si la vida ha sido feliz, el morir puede percibirse como un
desgarro, lo que de suyo es deprimente. Si por el contrario ha sido
desgraciada, la muerte se percibe como una liberación. En ambos casos, la persona
es un sujeto pasivo al que le pasan ambas cosas, la vida, la muerte, la felicidad
y la desgracia.
La vida como cosa de suerte, buena y mala.
Y ahora viene lo
bueno. Se levanta la voz de los “esprits forts” para proclamar el derecho de
los seres humanos a una muerte feliz. El argumento consiste en ennoblecer la
muerte con conceptos como la dignidad, la autonomía y el derecho al propio cuerpo.
Como se ve, estas ideas van mucho más allá de la eutanasia.
El hombre moderno es un cristiano vergonzante, mientras el
pagano, se tomaba la vida como un paso breve y a ser posible, feliz, hacia un
ciclo de reencarnaciones que son oportunidades infinitas de mejorar en otras
vidas. Es una creencia generalizada en
Oriente. Como todo mito tiene un sentido. Otra cosa es tomarlo en serio.
Hay notables excepciones. Sócrates es el paradigma.
Puesto que fue condenado a
muerte, toma la cicuta con toda serenidad, como brazo ejecutor de la ley. Sus
últimas palabras fueron: “Sacrificad un gallo a Esculapio” lo que significa que
la muerte le permitía una vida más saludable que la presente. Había que agradecer el favor a Esculapio, dios de la Medicina.
Séneca, hizo otro tanto y lo mismo Aristóteles. Era la
costumbre de los disidentes que lo hicieron con mucha paz.
No queremos saber que la vida tanto por el código genético
como el cultural, todo nos ha sido dado.
El utilitarismo hace del morir una cuestión técnica y
cualquiera sabe- sin armarse de
legalidad y burocracia- de qué pastillas puede echar mano para un gozoso
finiquito.
Los modernos,
postcristianos, declaran a la muerte el enemigo mayor de la vida y como
se hace con los enemigos, debe ser silenciado, escondido, carnavalizado.
No es serena la actitud de quien esconde una verdad tan
evidente. Es un desplazamiento de la angustia por la ideología de que soy tan
libre que me muero cuando quiero.
Esconder la verdad no puede ser liberador y feliz.
Lo verdadero es el mayor bien del que tanto carecemos pero que en la necesidad de morir
nos da una demostración de su existencia. Hay que morir, luego algo hay
verdadero y que no engaña.
Hay muchas cosas que no engañan: las matemáticas, el arte,
la música y sobre todo el amor verdadero, que se entrega sin contraprestación.
De esto hay mucho pero tampoco se quiere ver.
No es verdad que todo es mentira, lo demuestran las
ecuaciones de segundo grado, el perihelio de mercurio y los millones de vidas
que se entregan a los demás en el mundo.
Despenalizar la eutanasia no quita ni pone muerto pero
indica mucho del desprecio a la vida de los que la promueven. Con estas
tremendas ganas de comodidad, con esta devaluación del vivir, no se pueden
esperar iniciativas positivas para vivir felizmente.
¿Se puede llamar libre al acto por el cual eliminas la
libertad? ¿Es honesto eliminar a los terminales en función de aumentar las
camas en los hospitales? ¿Se debe desatender los cuidados paliativos porque son
caros? ¿No son más caros los cambios de sexo?. Añadamos que los pobres y los
débiles, los que carecen de “enchufe” son los que más fácilmente dejarán sus
camas libres para ahorrar costes. Hay que estar muy atentos, no sea que los
parientes vayan a visitar al abuelo y se encuentren con un sustituto.
¿Cómo van amar a los vivos quienes antes los prefieren
muertos con tal que cuadre el balance de resultados?
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