Artículo publicado en julio 2019
El tema de la decadencia de Europa se repite monótonamente desde la
Gran Guerra. En esa época destaca la obra de Paul Hazard, de Oswld
Spengler y por último de Edmund Husserl.
Hazard sitúa la crisis en el período que va de 1685 a 1715. El racionalismo y
el empirismo, la razón matemática y el azar conducen al liberalismo en
Inglaterra y al estado absoluto de Luis XIV. El primero se prolonga hasta
nuestros días y el segundo se mantiene tres cuartos de siglo hasta la
Revolución.
La Revolución no hace otra cosa que convertir la monarquía absoluta en la
república absoluta que enlaza hasta nuestros días con el estado digital.
Oswald Spengler puso de moda la decadencia de Occidente en la tremenda
época de entreguerras, tomando elementos de Nietzasche y fascinado por
Benito Mussolini.
El sentimiento de que Occidente está en plena decadencia, ha hecho mella
en la conciencia europea y le ha sumido en un mar de complejos y de
culpabilidad.
Parece que estar en decadencia es ser débil, no tener poder para dominar a
España, Holanda o Gran Bretaña dominaban el mundo.
Esa falta de fundamento es señalada por Husserl, en su obra sobre la crisis
de las ciencias europeas, alimentada en el fondo por la crisis de la lógica y las
matemáticas, víctimas de las paradojas de Bertrand Russell. La obra es de
1930 cuando el nacionalsocialismo se prepara para el asalto al poder o sea al
fundamento. El caldo de cultivo que lo hace posible es una república, la de
Weimar, socialdemócrata, débil y decadente.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el liberalismo de los aliados y el
estado absoluto que encarna el estalinismo, se enfrentan de nuevo. En el
contexto de la guerra fría, los países que lucharon en la contienda, Francia y
Alemania, tratan de edificar un nuevo ente, la Unión Europea sobre las
mimbres del mercado del Carbón y el Acero (CECA)
gran talla, Adenauer, De Gasperi, Schuman, Bidault. Son demócratas serios,
no okupas ni salteadores de fincas.
La Humanidad es sin embargo mucho más que Europa y más que las
grandes potencias, Estados Unidos y Rusia. La Humanidad la forman siete mil
millones de almas con sus cuerpos, con sus deseos y sus necesidades.
Las necesidades de la especie son mucho más poderosas que las
Constituciones y las burocracias.
El 11 S, establece un antes y un después en la historia mundial porque al
filo de los cincuenta años del Tratado de Roma, Occidente se siente vulnerable
y las respuestas bélicas, en Oriente Medio, profundizan la brecha entre el
Tercer Mundo y los estados del bienestar.
Las propias contradicciones del capitalismo abocan a una gran crisis
semejante a la de 1929 de la que en realidad no hemos salido, simplemente
nos hemos enfangado.
terrorismo islámico y las migraciones en masa.
Ambos vectores de fuerza, llevan a un punto común: la necesidad de
reforzar la seguridad, clausurar las fronteras, todo ello con el todavía sabor
amargo de la crisis.
Renacen las políticas conservadoras en el Continente y también en USA y
en la Rusia de Putin. Implacables con el terrorismo, los muros construidos se
deshacen ante la presión migratoria que es más bien una fuerza de la
Naturaleza.
Cerrarse sobre sí mismos, intentando ser fuertes en medio de la
“décadènce”. Ser fuertes cuando la norma de esa fortaleza es, el “todo vale”.
Estamos en un momento de gran debilidad y de miedo a todo: miedo a la
vida y a la muerte, miedo a los hijos, miedo a soñar en grandes empresas,
miedo a salir fuera del caldo de cultivo de lo políticamente correcto.
Es una crisis de fe, de valor, una apoteosis de la cobardía.
Los paños calientes y las recetas cortoplacistas son los únicos enjuagues
de los que se vale el enfermo europeo.
El "brexit" es sólo el síntoma escandaloso de la falta de fundamento. No
saben qué hacer. Es Europa la que no sabe qué hacer, enredado en un montón
de paradojas lógicas.
Todos tenemos nuestro propio "brexit", todos quisiéramos saber que hacer.
El Parlamento británico y el Gobierno Frankestein en España, son
modalidades similares de perplejidad histórica,
Escocia, Irlanda del Norte y Gibraltar son los añicos que saltan de una Gran
Bretaña, sin fundamento.
Cataluña y Euskalerría, Los Paisos Catalans son pedazos de una falta de
identidad. Cada uno de esos pedazos siente profundamente sus raíces, unos
fundamentos construidos en medio siglo en luchas contra el “enemigo”.
El “enemigo” es siempre el referente de los estados totalitarios. Sin enemigo
no hay raíces. Esta es la razón de todo totalitarismo: tiene que reinventar su
propia historia, convertir el relato en verdad absoluta y sumergir por inmersión a
todo lo que se mueva.
La Europa del Carbón y el Acero se fundó en el ventajismo económico sin
otros valores que los de una libertad entendida como desahogo histórico de
todos los traumas y complejos del subconsciente colectivo.
Cuando las uvas eran maduras se financian los desahogos y otros créditos
tóxicos. Al venir las verdes, las migraciones y el terrorismo, los éxtasis dejan de
ser un artículo de primera necesidad.
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