miércoles, 23 de octubre de 2013

Los problemas de la Bioética: ¿Qué hacemos con la vida y la muerte?

Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 23-10-2013)

La Bioética ha irrumpido, sorprendentemente, en el último medio siglo, cuando el progreso científico y tecnológico ha alcanzado las cotas más avanzadas de nuestra historia. El pensamiento después de la Segunda Guerra Mundial se ha escindido claramente entre el materialismo científico y la conciencia de vacío, de ese nihilismo absoluto que llamamos postmodernismo.

¿Hay alguna conexión entre el progreso científico y el nihilismo, entre los avances en el saber sobre la estructura y dinamismo de la materia y el vacío de sentido?
Estos hechos y estos problemas se agudizan en cuanto los temas  a debatir se centran en lo relativo a la vida y a la muerte que  son sin duda los que más interesan a todo organismo vivo en sentido práctico y que más preocupan a aquellos animales dotados de conciencia y de libre albedrío como los humanos. Esto ocurre sin duda porque el instinto de conservación mueve automáticamente al animal a la supervivencia y a los humanos a la reflexión sobre la calidad de la vida que queremos que sobreviva y al sentido mismo de una vida que aparentemente tiene la extraña propiedad de decaer de su propia definición. 

Los ideólogos del nazismo pusieron a la humanidad al servicio de la raza aria que por ser, en su definición previa, la más inteligente de la tierra podía permitirse tratar a los demás individuos como conejos de indias para todos los experimentos que, en nombre del progreso científico, destruían en sus laboratorios, a millares de vidas inocentes. Desde otra ideología y en nombre del progreso de la humanidad, se consideraba que los individuos tenían como mejor función en este mundo servir a los intereses de la humanidad y la ciencia, carente de otro límite que la voluntad del Partido. En nombre de la humanidad asesinaban a los humanos, en misiones paralelas  a las de los nazis en sus laboratorios, cárceles y campos de exterminio.

Cuando se destapa el pastel y los hermosos e inteligentes dioses rubios se convierten en criminales de lesa humanidad y los depositarios de la razón de la historia y sus leyes, dejan a los inquisidores medievales como pobres aprendices, ineptos verdugos sin la tecnología suficiente que les permitiera hacer el mayor mal al mínimo coste.  Es entonces, cuando nacen en Europa y América, movimientos de intelectuales que procediendo del mismo infierno, clamaban por el humanismo perdido, diciendo “no es eso, no es eso”.

Todo ser vivo quiere vivir y el ser humano por su dotación de conciencia no sólo quiere naturalmente vivir sino que, además, sabe que debe poner los medios para hacerlo. Las leyes de la evolución lo dejan claro y la psiquiatría define las ganas de morir como una enfermedad que hay que curar. ¿Por qué entonces, nos planteamos esos grandes problemas metafísicos sobre el origen y el final de la vida biológica? Son metafísicos ciertamente porque el por qué de la vida y su para qué y el porqué de la muerte y su para qué escapan a toda contrastación científica. Como no se entienden las preguntas se niega la existencia de respuestas.

Corremos el riesgo de volver  a un nuevo totalitarismo de la ciencia al que muchos estarían dispuestos, una vez más,, a sacrificar a los humanos, en nombre de la humanidad.

El tema incluye tantos capítulos que, por razones de los límites de espacio, me limitaré hoy a la cuestión del dolor ante la vida y ante la muerte, porque si el nacer y el morir vistos en su conjunto fueran cosas placenteras como  coser y cantar, no existiría la Bioética.

Los pensadores de la Escuela de Frankfurt, que reaccionaron frente la barbarie nazi  y aquellos otros que escaparon de la barbarie estalinista, creyeron que razón y barbarie eran equivalentes y que el orden verdadero es el que produce mayor placer en menor tiempo. El argumento es: si la razón tecnológica fue el mayor mal, la sinrazón, será el mayor bien. Esta ideología, la de Marcuse, Fromm, Foucault, Bataille, se alimentaban también los ideólogos de la cultura de la droga, a la cultura del instante y de la subversión de los valores, no de uno u otro sistema sino de cualquier sistema en general. Con ello, se ponía sobre el tapete una consecuencia paradójica. Si la razón de sistema lo prohíbe todo, la sinrazón, lo permite todo.

La neurobiología nos demuestra que nuestra estructura cerebral indica que el instinto de supervivencia en los humanos se manifiesta en nuestra capacidad de calcular y en la de asociarnos. Razón, relación y sociedad son la misma cosa. Si prescindimos de todo sistema porque ha habido sistemas indecentes, estamos sentando las bases ideológicas de la cultura de la muerte porque la especie humana, científicamente hablando, no puede sobrevivir sin alguna forma racional de organizarse.

De modo que las cuestiones de la bioética, los conflictos entre las necesidades de hacer progresar la ciencia y las de respetar a cada individuo humano porque es fin en sí mismo y no medio, obligan a tomar partido en cuestiones que hoy están en los titulares de los medios de comunicación: aborto, anticoncepción, sexualidad, clonación, familia, género, eutanasia, drogas, experimentación en laboratorio y un largo etc.

Tantos capítulos y tan conflictivos, en los que nos va la vida y la muerte, de los que deberemos tratar en lo sucesivo.