domingo, 20 de agosto de 2023

Amar la vida

 Artículo publicado en agosto 2023


Crecen exponencialmente las violaciones, los asesinatos de mujeres y la

relajación de las leyes penales. La natalidad está bajo mínimos.

La propaganda del Gobierno va por la línea-¡oh paradoja!- de qué todo

vale con tal que no te vean.

En los seres humanos, la necesidad es la madre de la libertad. Esto es así

porque la naturaleza la hemos recibido, no la hemos construido ni creado

por nuestra cuenta y en ese sentido, la naturaleza es el manual de

instrucciones que si los seguimos nos hará libres y en consecuencia

felices.



Curiosamente la naturaleza permite su propia negación, porque una

naturaleza libre puede hacer todo lo que le permita su “software” y hay en

ese programa una pestaña que posibilita la autodestrucción.

Esa libertad de autodestruirse que puede darse en diversos grados de

autolesión, demuestra que la vida libre necesita para serlo, de la

formación de hábitos en cuyo aprendizaje comprobamos que el hábito

repetido con constancia, nos libera.

Sin esa formación de virtudes o hábitos buenos, la libertad con la que

todos nacemos no se puede desarrollar y consolidar. El instinto está

hecho para ser feliz, dentro de un orden.

La despreocupación de la sociedad, de la Administración, de los padres y

de gran parte de los educadores por la formación en virtudes, es la causa

directa del incremento inquietante del número diario de suicidios

juveniles.

No se forman los hábitos, atosigando a los niños de placer y alejándoles

de todo lo que signifique sacrificio.

El bien y el mal no son dos personas, sino que los buenos son los que se

construyen según las reglas de la naturaleza y son infelices los que se

destruyen, destruyendo esas reglas.

¿Se nace ya bueno o malo?

Evidentemente que no, se nace con la posibilidad de ser bueno y sólo es

posible llegar a bueno siendo libre y sólo se puede llegar a ser libre

entrenándose en la práctica de las virtudes y con un buen entrenador.




Las ideologías que fomentan en los jóvenes, el deseo de apropiación, la

presión mediática, el input obsesivo de que ser libre es “hacer lo que a

cada cual le dé la gana”, están fabricando una sociedad, si se puede

llamar así, de infelices, incapaces de control de sí mismos y en lucha de

todos contra todos, porque el hombre sin formación puede llegar a ser un

lobo solitario, un depredador cuyo único bien a su alcance es el rencor y

el resentimiento.

El rencor se alimenta del amor propio herido que satisface su ego con el

mayor odio al prójimo, envuelto muchas veces, en la bandera de la

justicia.

La vida requiere un contexto, una estructura, fundada en la entrega de

uno por los demás. El modelo natural que genera mayor felicidad y

sentido de la vida es el matrimonio, siempre que no sea una forma de

egoísmo compartido.

Hay formas de entrega a los demás que por la misma dinámica del amor

son capaces de hacer felices: la religión, la ciencia y hasta la política.

Hay en efecto una condición previa para amar la vida, creer en ello.

El centrar nuestros deseos en el placer que producen las tecnologías en

sus variaciones infinitas genera un efecto castrante.

Si todo me lo dan hecho, si imágenes y sonidos alejan de los libros, si la

I.A., trabaja por nosotros, no tenemos forma de entrenarnos cada día para

ser mejores.

Es admirable como uno de los padres fundadores de los Estados Unidos,

Benjamín Franklin, apuntaba cada día en un pequeño cuadernillo, su

examen de conciencia.