miércoles, 22 de julio de 2015

El populismo como sistema de ideas

 Artículo publicado en el periódico Ideal, 22 de julio de 2015

El término “populismo” se emplea,  en lo que me alcanza, desde el período entre las dos guerras mundiales. Las condiciones para que salte a los titulares, son una depresión económica, una recesión que no saben resolver los gobiernos tanto menos en la era de la globalización.
El fenómeno sin embargo aparece y reaparece como una serpiente de verano, por temporadas o rachas. Así como el parlamentarismo tiene una durabilidad muy alta, el populismo se agota, en el mejor de los casos, en una o dos décadas. A veces, parece más bien una gripe o un sarampión que se lleva mucha gente por delante.

Los emperadores romanos tenían “accesos” de populismo y en su nivel y escala Herodes el Grande sabía contentar al pueblo con entregas masivas de alimentos o reconstruyendo el Segundo Templo de Jerusalén, medida típicamente populista.
Estos últimos populismos se podían considerar de derechas como lo fue el nacionalsocialismo y el fascismo. Se consiguen éxitos económicos inmediatos que necesitan para mantenerse, una constante huída hacia adelante, llegando a un infeliz final.
Suelen tomarse como populismos la política agraria de Cárdenas en México que, a su manera, hizo uno de los primeros planes de desarrollo, a la par con los grandes planes estalinistas.
Por unas u otras razones, no se puede mantener el ritmo económico, la gente se cansa de entusiasmos a cambio de nada. Pueden acabar mal pero a veces los regímenes populistas, evolucionan desde dentro, dando lugar a formas más estables de gobierno.
Los últimos años han visto brotar el populismo. No sólo en América. Donde es endémico, sino en la propia Europa.

La Depresión que se inicia con el hundimiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos y su reflejo en Europa, suele atribuirse a la gran Deuda norteamericana. El Presidente Bush, ganó su popularidad, por hacer enormes gastos sin subir impuestos. Hecho milagroso no atribuible a ningún santo.
Un ejemplo notable de populismo nos lo proporcionó Zapatero que llegó al poder con argumentos y acciones directas, típicamente populistas. Conocedor del deterioro moral de nuestra sociedad dio caño libre a todo tipo de manifestaciones sociales que,  en unos días pasaron de ser inmorales a virtuosas.

Cuando afloró la primavera árabe desde Túnez, en primer lugar, se desató la caja de los truenos. Los grandes dictadores de la época fueron derrocados, sin recambio, creando un vacío de poder que prosigue.
El populismo en los países árabes muestra como lo sentimientos sin una organización estatal consolidada, que les de forma racional, son llamaradas de poco recorrido, pero con muchos muertos a sus espaldas.
Empezar de 0 con entusiasmo y emoción se cruza con aquellas fuerzas históricas que son permanentes y duraderas. El islamismo radical en el Magreb, apoya sus cimientos en la religión popular, y la influencia de algunos imanes.
Sólo hay un poder, el Ejército, formado hace menos tiempo, que es capaz de cortar, tanto los fogonazos periódicos como los intentos de la teocracia de imponer la sharía.
En Egipto, la gente joven de las grandes ciudades, profesionales sin puesto de trabajo, los chicos de universidades e institutos, aportan la pasión por la libertad y poco más. No pronostican gran porvenir frente a los Hermanos musulmanes, por un lado y el Ejército egipcio por el otro. Con esta situación se hunde el turismo y en su fase terminal, el pueblo real paga los costes de los populismos verbales. Los de la derecha, la izquierda y el centro.
A quien se le ocurrió la idea de la primavera árabe, debería ser honrado con el Premio Nobel del populismo. Ese plan sincronizado en las grandes capitales, simultáneo con nuestros “antisistema” del 15 M, parece obra de los profesores más tontos de la CIA. Una operación desastrosa.
El mejor bien que se le puede hacer al pueblo, o sea que nos podemos hacer a nosotros mismo está en consolidar las instituciones, incrementar la presencia de la sociedad civil (sin trampas)  y las ONG.
Es cierto que nuestro sistema requiere una reforma electoral, ya. Las disfunciones en la representatividad democrática se deben a las concesiones que se hicieron mutuamente unos y otros para evitar lo peor.

La corrupción se ha comido la credibilidad del sistema, no de las personas. La peor corrupción es la que ha perdido la sensibilidad cuando las normas del estado de derecho son violentadas por el “buenismo” sentimental, la forma más expresiva de populismo en España.
No es de recibo que un fraude de tres mil millones de euros se compare con el regalo de unos trajes. No lo es, tampoco que un voto vasco o catalán, valga varias veces más que otro del resto de España. Tampoco que una recesión se recupere mediante el cierre y el despido de los más inocentes...
Todas estas cuestiones deben arreglarse pero desde la mayoría absoluta, que desgraciadamente, se ha desperdiciado.
La liquidación política de los mayores de 45 años manifiesta la inmadurez e inexperiencia de quien lo propuso. En la misma línea, aumentar los impuestos (¡ahora!)  
La corrupción genera el sentimiento de que puesto que los entendidos del sistema son deleznables, la gente de la calle, joven y buena, lo arreglará todo en un santiamén. Los puros: Deseando saltar la valla del Congreso, por otros medios.

En cirugía y en política, la inexperiencia, no ha lugar.