miércoles, 8 de abril de 2015

Espacio y tiempo en la Pasión de Jesús

Artículo publicado el 3 de abril de 2015 en el periódico Ideal de Granada

Asombra ver desde el Monte de los Olivos, la estrechez del espacio donde se fraguó en pocas horas, el sacrificio de Jesús. En  un terreno de unos doscientos metros de diámetro- así me lo parece-se condensaron todos los conflictos  que determinaron la historia posterior. 

Desde ese montículo se goza de una perspectiva única, de la ciudad vieja. Desde allí se contempla los lugares centrales del drama. Entre el Monte y la Ciudad, hay una depresión, el torrente Cedrón. Para salvarlo, construyeron una escalinata en tiempos de Jesús que están restaurando. Por la empinada cuesta, bajaban los que iban al Monte y por la misma, debían de subir a la vuelta. Jerusalén aparece en esa panorámica,  como un todo compacto. Allí se ve el Palacio de Anás, la Torre Antonia, el Templo y allí mismo, un repunte del terreno que llamaban Gólgota. Cada centro de poder a muy pocos metros del otro y el lugar de la crucifixión, allí mismo.
Los ritmos del tiempo en que se vive la Pasión, aunque tienen una preparación remota, quizá menos de tres años, explota en veinticuatro horas.
¿Qué tiene Jesús, el hijo del carpintero de Nazaret para atraer hacia él, todas las furias del espíritu humano?

Herodes, que era tetrarca de Galilea, quién mandó decapitar a Juan el Bautista, primo del Nazareno, residía en esas fechas de la Pascua en Jerusalén. También estaban los Sumos sacerdotes, los escribas, Pilato y sus fuerzas de choque, todos preocupados por el “problema” que se les venía encima. Había mucha gente durante la Pascua llegada de todo el mundo y la población de la ciudad que según Joachim Jeremías, no pasaba de veinte mil habitantes, se doblaba para la Fiesta.
Palestina era un foco de problemas que los romanos no sabían cómo manejar. Precisamente, Poncio Pilato era un gobernador, más militar que civil. Hacía poco sustituyó a la autoridad civil, dada la abundancia de motines, algaradas y movimiento de masas que seguían a un Mesías, “como estaba anunciado en las Escrituras”. “Habrá muchos falsos mesías que dirán “Yo soy, no los creais”, dijo el mismo Jesús..
En las luchas político-religiosas de la época, la gente más rica y descreída eran los sacerdotes. Su cargo era vitalicio y hereditario. Conllevaba la posesión de la tierra. Añadamos los fariseos, los “piadosos” que compartían con Jesús prácticamente todas sus creencias, y más aun, los estrictos esenios que practicaban el bautismo y vivían una vida de pureza más real que legal.
Los fariseos  eran los interlocutores de Jesús y las polémicas no eran dogmáticas sino más bien, morales. Jesús denunciaba la hipocresía y el mercadeo. Como los Profetas antiguos.
Jesús por otra parte, guarda mucha discreción, tanto en el carácter de su realeza como en su naturaleza de Hijo de Dios. Él elige los tiempos.
En los momentos clave, ante las autoridades admite ambas cosas. En otras ocasiones, pregunta: “¿quién, dicen, qué soy yo?” Pedro lo proclama, Hijo de Dios, en una pequeña reunión del grupo. Siempre insiste en que no lo difundan hasta que resucite, después de muerto.
Cierto que las masas iban tras él, no porque fuera un demagogo o tuviera ambiciones políticas. No quiso ser esa clase de rey que las masas esperaban. Le seguían porque hacía muchos milagros de gran calibre, evidentes y notorios. Tanto que el Sumo Sacerdote Caifás, dice con franqueza: “Este hombre hace muchos milagros”. Tan habituados a las revoluciones, concluye: “vendrán los romanos y destruirán el Templo, nuestra nación y el pueblo. Más vale que muera un solo hombre por la nación entera”
Esa motivación “política” escondía otra, que para los judíos era más importante: Si Jesús es el Mesías, el principio de autoridad religiosa se desplaza a Jesús, como Rey-Mesías. No pasa por la cabeza de mentes de tan estrechas miras, que Jesús quiere salvar con su muerte, al mundo entero de sus pecados.
Para esa función, la Ley de Moisés, ya establecía el sacrificio de   corderos cada día, ¿qué más hacía falta?
En realidad no hubo Pasión, pues, Jesús, humanamente, le repugnaba tal contingencia. Era un mandato de su Padre. “Padeció porque quiso”.
A  una visión imparcial, laica o atea, todo parece extraño y lo más raro es la personalidad de Jesús. Un hombre que fue crucificado el viernes, antes de la pascua, en la hora en punto que en el Templo se sacrificaban los corderos.
El análisis crítico lo ha tenido siempre muy difícil, porque el análisis al separar un hecho singular de todo el contexto lo priva de   significado.
Son muchas cosas que hay que explicar que no tienen que ver con la geopolítica y sus factores de espacio y tiempo. Es una estructura histórica que se remonta a la salida de Abraham de su patria, porque Dios le ha prometido, siendo su mujer estéril, que tendrá una descendencia innumerable.
Hay que explicar dos mil años de Cristianismo y por qué, hoy mismo, la carnicería de cristianos sale barata. Hay que explicar la legión de hombres y mujeres santos que han dado mucha luz y mucho bien al mundo por su fe en Jesús. Y de paso, también necesita explicación que hoy tengamos dos mil millones de personas, que mal que bien, creen que Jesucristo salva porque es Dios y quiere hacerlo.
¿Quién puede admitir, un Dios, tan bueno?