sábado, 28 de mayo de 2022

Se buscan diez mil vírgenes y un ladrón

 Artículo publicado en el periódico Ideal, mayo 2022


Desde que se investigaron, infructuosamente, las diez mil vírgenes y no se encontraron, el objetivo pasó a ser, investigar los diez mil ladrones y nos quedamos cortos.

¿Qué tienen de más opaco las vírgenes que los ladrones?

Alberto Garzón, que por algo es ministro, lo tiene claro: sólo hay un ladrón y en eso conocemos por qué es ministro.

Tener dinero debe ser muy bueno cuando todos lo echan en falta, especialmente los trabajadores no liberados, pero da el caso de que sólo teniendo mucho dinero se pueden crear puestos de trabajo.



El dinero se tiene o se descoloca de un bolsillo a otro, pero, en cualquier caso, independientemente del titular de los bolsillos, el dinero es imprescindible para capitalizar un país.

En esos movimientos financieros internacionales en donde tener cuarenta mil millones de dólares es ir de pobre, siempre queda un “dinero de bolsillo” para pequeños gastos que por su menudencia y privacidad es poco elegante el difundir: viajes de trabajo a China, mariscadas en Triana y los pequeños gastos de los ausentes en Waterloo.

Pasamos por alto, que ya es pasar, los millones distraídos de los trabajadores, las subvenciones a los amigos, por ser amigos y las fruslerías que los diputados se comen cada día a cargo del fisco.

Ser de izquierdas en este país y además ser inteligente, exige un ideal a prueba de ataque nuclear: un gran estómago.

  La Derecha se distingue de la Izquierda en que éstos gozan de superioridad moral mientras que la Derecha pide perdón.

Es evidente que pedir perdón es confesar la culpa, pero pasar por integérrimos, muestra un rostro afilado a piedra.

Otra diferencia entre las dos bancadas, es que la izquierda gasta en bienes de consumo y las derechas en bienes de capital.

La diferencia es importante porque, aunque el consumo mueve la circulación, el capital crea puestos de trabajo.



Esa y no otra es la razón de que el Presidente Sánchez haya recibido por todo lo alto al emir de Qatar, no lejos de Abu Dabi.

A nadie le parece mal, porque no está mal, porque sabemos que esos contratos se traducen en puestos de trabajo.

El petróleo es muy sucio y el metano de las vacas es insufrible pero ambos elementos los desean todos porque la vida moderna los necesita.

Mientras tanto, los molinillos de viento giran y giran sin dar abasto cargando de impuestos los recibos de pobres y ricos, aunque éstos lo lleven mejor.

Debiera hacerse un inventario de los puestos de trabajo que han creado durante cuarenta años los viajes del Emérito y la honradez con la que ya hace muchos años confesó a la prensa: “Claro que hago negocios. Debo hacerme un capital porque en España hay la mala costumbre de echar a los reyes y yo tengo una familia que alimentar” (la frase es esencial, no literal)

Las monarquías no vienen por elecciones sino por necesidades más o menos estructurales o de coyuntura.

Los primeros reyes de Roma fueron electivos como también ocurría entre los germanos.

 Poco a poco, fue universal el acuerdo de que los sucesores hereditarios garantizaban mayor seguridad. En aquellas elecciones, lo normal era el asesinato del anterior, del pretendiente o del sucesor que a veces, piadosamente, lo metían en un convento.

Cuesta mucho agradecer, a quien más se debe.

La experiencia del bien y del mal

 Artículo publicado en el periódico Ideal, mayo de 2022


En los primeros meses de la vida, es cuando el niño conoce el bien en la familia en donde todo se recibe y en general, los niños, se impregnan del amor de sus padres. El amor es conocido mediante las caricias y el alimento que le pone contento al niño. Esta recepción del amor es el primer trato con la felicidad.



A partir de aquí, el niño vive al calor de sus padres, aprendiendo de ellos el modelo de comportamiento. En su crecimiento va despegándose naturalmente de ellos y descubre su intimidad y su libertad.

Aparecen dos modos de su naturaleza que son como tallos nuevos que emergen de la misma raíz y que van a constituir su personalidad.

El problema es entonces cómo debe tratarse su intimidad y su libertad. Es un problema porque hasta la adolescencia, ha recibido amor y generosidad, pero con el desarrollo corporal y mental ocurre un modo de ruptura con el paradigma de la infancia.

Las certezas absolutas de los primeros años se vuelven pura incertidumbre y se pregunta qué hacer con la intimidad y qué hacer con la libertad y como conjugar la libertad que se abre al mundo y la intimidad que le inclina a encerrarse en sí mismo.

Surge entonces el papel de la experiencia vital que, aunque él lo sepa o no, lo quiera o no, tiene un término cierto en la estructura de la vida: el matrimonio y con la profesión, la familia y la felicidad.

El hombre apetece el bien que ha recibido y para el que está hecho. Eso supone la desgracia de no tener familia siquiera de adopción o de acogida. No se recibe amor, no se sabe de lo bueno ni siquiera se sabe lo que es recibir y la alternativa parece entonces no ser sino alguien al que se le ha negado injustamente el amor.

 Ante la injusticia de su situación es probable que su pasión dominante sea el odio.

Sabemos por experiencia que esa situación, cada vez más común, puede reconducirse precisamente por el amor que recibirá de otras personas, especialmente cuando encuentre la mujer que ama y empiece de nuevo la aproximación a la felicidad.



Cuando en el ambiente y en los medios, términos como verdad, felicidad y bien, cuando los valores-Max Scheler- se sustituyen por las cosas, el estado del bienestar oscurece la memoria. El presente, yugula las preguntas por el por qué y el para qué.

Entonces todo lo apetecible, lo que da “vida”, lo encuentras en Internet. Uno se alimenta de cosas, imágenes y sonidos que, en su natural fugacidad, requieren cambios constantes. Es la rebelión del presente contra la historia, del autoconsumo, sobre el servicio a los demás.

Aquel “pensar en el día de mañana” o ser “un hombre de provecho” que nos decían las madres, no resuenan en la conciencia porque cada vez hay menos madres y los niños son menos niños.

Parece obvio donde está la raíz de esa laxitud de la sociedad, volcada en los paraísos de “fin-de-semana”: la desestructuración de las familias en todo el Occidente.

Los niños encuentran un clima helado, en aquello que antes era un hogar. Nadie les dice con cariño donde está el bien, nadie les quiere, en todo caso los consume como objeto de lujo.

La falta de auténtica familia es la razón de una sociedad desmoralizada atraída por modelos, éxito y modas, de trampa y de cartón.