domingo, 8 de octubre de 2023

Leer para entender

 Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre de 2023


En la polémica sobre los libros de texto y la conveniencia o no de

sustituirlos por monitores y pantallas se cruzan intereses y razones.

Los dos grupos de lenguas más extendidas en el mundo, las

indoeuropeas y las siníticas, nos permiten introducir el tema con cierta

base.




Las primeras que desde el norte de la India se extienden por todo

Occidente y saltan a América, se caracterizan por emplear el alfabeto

mientras que las que se hablan en Extremo Oriente, China y Japón, usan

ideogramas, pictogramas de muchos caracteres que se cuentan por

miles. A ellos hay que sumar los énfasis de la fonética que varían su

significado.

Nuestro alfabeto que a través del latín y el griego se remonta a los

fenicios, se compone de veintiocho caracteres. Con ellos se forman

millones de palabras con la particularidad de que esas palabras, son

capaces de sostener conceptos abstractos.

Una vez más el tema de fondo es la confrontación entre dos

representaciones del mundo: la representación por la palabra y la que

emplea preferentemente la imagen y el sonido.

Los psicólogos de la enseñanza han conseguido convencer a los

políticos de países escandinavos de que es necesario volver a los libros

de texto y dejar tablets, móviles y ordenadores como elementos auxiliares

del verdadero aprendizaje basado en la lectura y la escritura.

Creo sinceramente que este asunto no es una versión más del conflicto

entre tradición e innovación sino un resultado del conocimiento cada vez

más profundo de nuestro cerebro, de los procesos cognitivos y de la

filosofía del lenguaje.



Hay prejuicios que favorecen la preferencia de las imágenes sobre las

palabras como los que refleja la frase: “una imagen vale más que mil

palabras”. Afirmación que tiene parte de verdad pues la imagen

ejemplifica a la palabra, creando una sinergia en donde las áreas

cerebrales especializadas en el lenguaje, se complementan con las

especializadas en la imagen y el sonido.

Se ha dicho y con razón que sin la abstracción expresada por la palabra

no cabe la libertad. Se evidencia lo importante del asunto en la forma de

entender las relaciones sociales.

Al decir “árbol” me refiero a todos los árboles, pasados, presentes y

posibles. Cuando me muestran la imagen de un árbol concreto, tal imagen

vale sólo para tal árbol singular.

Cuando me refiero a todos los árboles mediante una sola palabra capto

de golpe, en mi mente, un conjunto innumerable de árboles. Cada uno de

ellos es parte de un conjunto y saber apreciar el conjunto es entender lo

común entre todos ellos.

De alguna manera la serie natural de los números permite la misma

abstracción. Al decir tres, ese número permite numerar todos los

conjuntos compuestos por tres individuos.

Navegado –“surfeando”- sobre conceptos y conjuntos, reducimos las

infinitas arenas de desierto a una sola palabra. En alguna medida el

mundo se hace más pequeño y manejable entre nuestras manos.

Decimos de nuestra civilización que pertenece a la imagen y al sonido

con lo que se descubre que somos una civilización de la sensibilidad, no

de la inteligencia y que hemos sustituido la creatividad de la palabra -

poesía significa creación- por la pasividad de la imagen y del sonido que

si son excesivos impiden pensar y entender.

Estas sugerencias hacen posible interpretar no sólo las carencias de

niños y jóvenes sino la política de nuestro tiempo basada en el icono y la

pancarta más que en la reflexión.

Cuando la memoria retiene el concepto, al aprender la palabra se hace

capaz de comprender y desplazarse por el mundo, es más libre que el que

sólo tiene un álbum de fotos.