sábado, 27 de julio de 2019

Inmigración: como solución y como problema


 Artículo publicado en Ideal en julio de 2019


Las constantes avalanchas de inmigrantes por el estrecho y los recientes asaltos a los CIE en Canet de Mar y otros puntos de Cataluña, deben  ser ocasión de reflexión serena.
Los “mena”, menores no acogidos son supervivientes de las pateras suicidas que llegan a nosotros del Magreb y de los países subsaharianos. Mayores o menores, mujeres y bebés, no son aventureros sino supervivientes de dos guerras, las de sus países de origen y las de las mafias y del paso por el Estrecho.
La inmigración, las grandes migraciones que existen desde el paleolítico siguen una especie de ley similar a la de los gases: Los gases tienden a expandirse y a ocupar el vacío.  
Los humanos no somos gases aunque a veces cuando tomamos forma de masa, lo parecemos, esta analogía nos sirve para explicar gran parte de las causas y las consecuencias de los flujos migratorios que se han hecho evidentes y acuciantes en Europa,  desde  el comienzo de la guerra de Siria.

Cuando se hace el vacío, la gente escapa hacia lugares donde encuentran espacio para la supervivencia. Nadie se va de su casa cuando está cómodo y de acuerdo con sus expectativas.
Estos flujos son en general productos de la necesidad-guerra o hambre- pero a la vez, espontáneas, no dirigidas por los Gobiernos. No como las grandes deportaciones del estalinismo que desplazaban forzosamente a las personas como si fueran hormigas.

La espontaneidad no es de las personas sino de las masas que sólo heroicamente permanecen en los lugares donde se les hace el vacío.
El descenso de la natalidad en Occidente crea el vacío suficiente para generar esperanzas. Se vislumbra que en los países desarrollados siempre habrá trabajo para aquellos oficios que nadie quiere. Ellos son, “Nadie”. Están dispuestos a asumir las tareas más bajas de la sociedad occidental.
En principio la inmigración  ofrece, sobre el papel,  solución a este problema. Las cosas, puesto que se trata de personas y no de gases, son más complejas.
Durante la crisis, el número de inmigrantes descendió sustancialmente. Ahora que hemos vuelto “débilmente” a remontar nuestra economía, vuelve a crecer. Si hay trabajo llegan si no, no.
Tampoco este extremo es tan simple. Nuestra juventud emigra por no encontrar trabajos que correspondan a su cualificación. Es evidente que los inmigrantes no van a competir  con los que emigran, salvo por sueldos más bajos.
Son las leyes del mercado que desde el declive de la socialdemocracia y extensión de la globalización y del neoliberalismo, no conocen límites.
Cuando nuestros equipos de salvamento recogen los supervivientes en el Estrecho, no piensan en esas cosas sino que tienen delante personas como ellos mismos a los que hay que salvar, como sea, como probablemente ellos harían con nosotros en circunstancias similares.
Europa tiene miedo de esas oleadas porque vio en su momento masas y no personas. Aunque el fenómeno se ha reducido, persiste. Europa ve con recelo la libre circulación de personas no sólo por su incidencia en el mercado de trabajo sino porque introduce variables en cuanto a identidad. Son variables de lengua, de religión, de costumbres e incluso, afectan a la seguridad nacional.
Este es uno de los factores determinantes del “breakssit” y de la vuelta de muchos gobiernos a concepciones autoritarias e identitarias que quieren frenar el peligro.
En el caso de la inmigración musulmana, se añade el miedo cierto al terrorismo y la convicción de que el islamismo moderado  siempre guardará su moderación, más para los yihadistas que para los países que los acogen.
En nuestro país, franceses, alemanes y británicos se asientan en el Levante, Andalucía y las Islas con la única pretensión de disfrutar de sus pensiones en regiones de clima idílico y con la cobertura adecuada de la Seguridad Social.
Aunque en Castellón y Alicante hay más extranjeros que españoles, en el conjunto del Estado la inmigración ronda el 10%.
Hay un tema en donde ciertamente es preciso  activar la regulación de esos flujos migratorios: el caso de los “mena” o menores no acogidos. Puede haber 50.000 vagando de una parte a otra sin muchas perspectivas más allá de la droga, la prostitución o la delincuencia.
No son peores que nosotros sino que se ven forzados por nosotros a vivir en unas circunstancias de las que no sabemos si nosotros podríamos salir.
No se puede permitir la entrada de aquellos a los que no somos capaces de acoger dignamente.
Eso cuesta dinero pero al mismo tiempo encuentra en nuestras gentes una voluntad humanitaria demostrada.
Si hay que cerrar fronteras para defenderse de los miserables es que falta inteligencia. Hay que sentarse a considerar un problema que tiene también aspectos de solución.


 En España no hemos sido xenófobos sino que al revés que otras culturas hemos practicado sistemáticamente el mestizaje. Paradójicamente los que eliminaron a los indígenas nos acusan falsamente de lo mismo.
Con todo el índice de xenofobia crece en aquellas áreas donde la presencia de los inmigrantes es más numerosa y conflictiva.
Hace falta un Plan Nacional de Inmigración que regule este problema con humanidad y sentido común. Algo que está realizando Cáritas dentro de sus posibilidades.
  No debe dejarse “a la buena de Dios” que es la manera que los españoles, aun los más agnósticos y ateos, suelen dejar correr las cosas.
Hay maneras civilizadas de regular los flujos migratorios.




miércoles, 24 de julio de 2019

El derecho a morir




Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2019


“Eutanasia es una expresión griega que significa “buena muerte” o “muerte feliz”. El nexo entre la felicidad y la muerte no abunda entre los pensadores modernos pero sí, en los antiguos. Es sorprendente que los paganos  tengan más claro el sentido de la muerte que los modernos y especialmente  no digamos ya, los posmodernos o los post-verdaderos.
            La Edad Media  es muy larga y mil años dan para casi todo. Con frecuencia se ha ligado dicho período del Cristianismo con tintes oscuros, y la querencia por lo más negativo, la huida de la vida, las mortajas y los cementerios.
El Cristianismo, aun es más largo y en los primeros tiempos viene impregnado de  la fe en Jesucristo y su Resurrección de los muertos. Esta fe llevaba a los mártires a pensar en la muerte como el paso a la verdadera vida y a la patria verdadera.
      Ahora, se aplica el término “eutanasia” al simple “quitarse de en medio” por el procedimiento más cómodo y eficaz. Este método se extiende en ciertos lugares a las ceremonias funerarias aderezadas con una liturgia laica de violines y poemas de Goethe. Cada uno es dueño de “hacer de su capa un sayo”
A mí, personalmente, si se me permite,  no me atraen los cementerios aunque siempre tengo presente a mis muertos. Me cae bien la costumbre mejicana de ir a las tumbas de los parientes, toda la familia a comer y “pasarlo bien”, lo que me parece revela las raíces cristianas de un pueblo.
¿Qué tiene que ver la muerte con la felicidad?
Si la vida ha sido feliz, el morir puede percibirse como un desgarro, lo que de suyo es deprimente. Si por el contrario ha sido desgraciada, la muerte se percibe como una liberación. En ambos casos, la persona es un sujeto pasivo al que le pasan ambas cosas, la vida, la muerte, la felicidad y la desgracia.
La vida como cosa de suerte, buena y mala.
Y  ahora viene lo bueno. Se levanta la voz de los “esprits forts” para proclamar el derecho de los seres humanos a una muerte feliz. El argumento consiste en ennoblecer la muerte con conceptos como la dignidad, la autonomía y el derecho al propio cuerpo.
Como se ve, estas ideas van mucho más allá de la eutanasia.
El hombre moderno es un cristiano vergonzante, mientras el pagano, se tomaba la vida como un paso breve y a ser posible, feliz, hacia un ciclo de reencarnaciones que son oportunidades infinitas de mejorar en otras vidas. Es una creencia  generalizada en Oriente. Como todo mito tiene un sentido. Otra cosa es tomarlo en serio.
Hay notables excepciones. Sócrates es el paradigma.
Puesto que fue condenado a muerte, toma la cicuta con toda serenidad, como brazo ejecutor de la ley. Sus últimas palabras fueron: “Sacrificad un gallo a Esculapio” lo que significa que la muerte le permitía una vida más saludable que la presente.     Había que agradecer el favor a  Esculapio, dios de la Medicina.
Séneca, hizo otro tanto y lo mismo Aristóteles. Era la costumbre de los disidentes que lo hicieron con mucha paz.
No queremos saber que la vida tanto por el código genético como el cultural, todo nos ha sido dado.
El utilitarismo hace del morir una cuestión técnica y cualquiera sabe- sin armarse de  legalidad y burocracia- de qué pastillas puede echar mano para un gozoso finiquito.
Los modernos,  postcristianos, declaran a la muerte el enemigo mayor de la vida y como se hace con los enemigos, debe ser silenciado, escondido, carnavalizado.
No es serena la actitud de quien esconde una verdad tan evidente. Es un desplazamiento de la angustia por la ideología de que soy tan libre que me muero cuando quiero.
Esconder la verdad no puede ser liberador y feliz.
Lo verdadero es el mayor bien del que tanto  carecemos pero que en la necesidad de morir nos da una demostración de su existencia. Hay que morir, luego algo hay verdadero y que no engaña.
Hay muchas cosas que no engañan: las matemáticas, el arte, la música y sobre todo el amor verdadero, que se entrega sin contraprestación. De esto hay mucho pero tampoco se quiere ver.
No es verdad que todo es mentira, lo demuestran las ecuaciones de segundo grado, el perihelio de mercurio y los millones de vidas que se entregan a los demás en el mundo.
Despenalizar la eutanasia no quita ni pone muerto pero indica mucho del desprecio a la vida de los que la promueven. Con estas tremendas ganas de comodidad, con esta devaluación del vivir, no se pueden esperar iniciativas positivas para vivir felizmente.
¿Se puede llamar libre al acto por el cual eliminas la libertad? ¿Es honesto eliminar a los terminales en función de aumentar las camas en los hospitales? ¿Se debe desatender los cuidados paliativos porque son caros? ¿No son más caros los cambios de sexo?. Añadamos que los pobres y los débiles, los que carecen de “enchufe” son los que más fácilmente dejarán sus camas libres para ahorrar costes.  Hay que estar muy atentos, no sea que los parientes vayan a visitar al abuelo y se encuentren con un sustituto.
¿Cómo van amar a los vivos quienes antes los prefieren muertos con tal que cuadre el balance de resultados?


martes, 23 de julio de 2019

El "brexit", las grietas de la conciencia europea


Artículo publicado en julio 2019


El tema de la decadencia de Europa se repite monótonamente desde la
Gran Guerra. En esa época destaca la obra de Paul Hazard, de Oswld
Spengler y por último de Edmund Husserl.
Hazard sitúa la crisis en el período que va de 1685 a 1715. El racionalismo y
el empirismo, la razón matemática y el azar conducen al liberalismo en
Inglaterra y al estado absoluto de Luis XIV. El primero se prolonga hasta
nuestros días y el segundo se mantiene tres cuartos de siglo hasta la
Revolución.
La Revolución no hace otra cosa que convertir la monarquía absoluta en la
república absoluta que enlaza hasta nuestros días con el estado digital.
Oswald Spengler puso de moda la decadencia de Occidente en la tremenda
época de entreguerras, tomando elementos de Nietzasche y fascinado por
Benito Mussolini.
El sentimiento de que Occidente está en plena decadencia, ha hecho mella
en la conciencia europea y le ha sumido en un mar de complejos y de
culpabilidad.
Parece que estar en decadencia es ser débil, no tener poder para dominar a
otros y estar acusándose continuamente por aquellas pasadas épocas en que
España, Holanda o Gran Bretaña dominaban el mundo.
Esa falta de fundamento es señalada por Husserl, en su obra sobre la crisis
de las ciencias europeas, alimentada en el fondo por la crisis de la lógica y las
matemáticas, víctimas de las paradojas de Bertrand Russell. La obra es de
1930 cuando el nacionalsocialismo se prepara para el asalto al poder o sea al
fundamento. El caldo de cultivo que lo hace posible es una república, la de
Weimar, socialdemócrata, débil y decadente.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el liberalismo de los aliados y el
estado absoluto que encarna el estalinismo, se enfrentan de nuevo. En el
contexto de la guerra fría, los países que lucharon en la contienda, Francia y
Alemania, tratan de edificar un nuevo ente, la Unión Europea sobre las
mimbres del mercado del Carbón y el Acero (CECA)
Los hombres que construyen esta nueva Europa, son líderes cristianos de
gran talla, Adenauer, De Gasperi, Schuman, Bidault. Son demócratas serios,
no okupas ni salteadores de fincas.
La Humanidad es sin embargo mucho más que Europa y más que las
grandes potencias, Estados Unidos y Rusia. La Humanidad la forman siete mil
millones de almas con sus cuerpos, con sus deseos y sus necesidades.
Las necesidades de la especie son mucho más poderosas que las
Constituciones y las burocracias.
El 11 S, establece un antes y un después en la historia mundial porque al
filo de los cincuenta años del Tratado de Roma, Occidente se siente vulnerable
y las respuestas bélicas, en Oriente Medio, profundizan la brecha entre el
Tercer Mundo y los estados del bienestar.

Las propias contradicciones del capitalismo abocan a una gran crisis
semejante a la de 1929 de la que en realidad no hemos salido, simplemente
nos hemos enfangado.
Es entonces cuando la Unión Europea tiembla ante dos enemigos: el
terrorismo islámico y las migraciones en masa.
Ambos vectores de fuerza, llevan a un punto común: la necesidad de
reforzar la seguridad, clausurar las fronteras, todo ello con el todavía sabor
amargo de la crisis.
Renacen las políticas conservadoras en el Continente y también en USA y
en la Rusia de Putin. Implacables con el terrorismo, los muros construidos se
deshacen ante la presión migratoria que es más bien una fuerza de la
Naturaleza.
Cerrarse sobre sí mismos, intentando ser fuertes en medio de la
“décadènce”. Ser fuertes cuando la norma de esa fortaleza es, el “todo vale”.
Estamos en un momento de gran debilidad y de miedo a todo: miedo a la
vida y a la muerte, miedo a los hijos, miedo a soñar en grandes empresas,
miedo a salir fuera del caldo de cultivo de lo políticamente correcto.
Es una crisis de fe, de valor, una apoteosis de la cobardía.
Los paños calientes y las recetas cortoplacistas son los únicos enjuagues
de los que se vale el enfermo europeo.
El "brexit" es sólo el síntoma escandaloso de la falta de fundamento. No
saben qué hacer. Es Europa la que no sabe qué hacer, enredado en un montón
de paradojas lógicas.
Todos tenemos nuestro propio "brexit", todos quisiéramos saber que hacer.
El Parlamento británico y el Gobierno Frankestein en España, son
modalidades similares de perplejidad histórica,
Escocia, Irlanda del Norte y Gibraltar son los añicos que saltan de una Gran
Bretaña, sin fundamento.
Cataluña y Euskalerría, Los Paisos Catalans son pedazos de una falta de
identidad. Cada uno de esos pedazos siente profundamente sus raíces, unos
fundamentos construidos en medio siglo en luchas contra el “enemigo”.
El “enemigo” es siempre el referente de los estados totalitarios. Sin enemigo
no hay raíces. Esta es la razón de todo totalitarismo: tiene que reinventar su
propia historia, convertir el relato en verdad absoluta y sumergir por inmersión a
todo lo que se mueva.
La Europa del Carbón y el Acero se fundó en el ventajismo económico sin
otros valores que los de una libertad entendida como desahogo histórico de
todos los traumas y complejos del subconsciente colectivo.
Cuando las uvas eran maduras se financian los desahogos y otros créditos
tóxicos. Al venir las verdes, las migraciones y el terrorismo, los éxtasis dejan de
ser un artículo de primera necesidad.

jueves, 4 de julio de 2019

¿Sabemos qué es “fascismo”?

Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, julio de 2019



Hace décadas que no aparece en España en la escena pública un fascista  en sentido estricto. Los que nacieron en Democracia ya son gente madura y del fascismo conocen la palabra a la que se da significaciones varias según la conveniencia.
Da la impresión, sobre todo en tiempos calientes que todo el mundo llama “fascista” a todo el mundo
De Rivera se ha dicho que es “joseantoniano” y en consecuencia se lava con lejía por donde ha pisado. También se habla de extrema derecha no solo refiriéndose a Vox sino a los que pactan con este nuevo partido. Los “escraches”, acosos personales violentos, son habituales en la izquierda y sus víctimas denunciados como “fascistas”. También son fascistas  las acciones directas de los independentistas contra sus conciudadanos que  se atreven a rotular sus comercios en castellano.
El término “fascista” tiene un gran prestigio como arma arrojadiza como un exorcismo para todos aquellos que piensan distinto y que se sospecha que si alcanzasen el poder impondrían a los demás sus “neuras” y sus pulsiones.
Un término que vale para todo deja de tener un sentido y viene cargado de contenidos emocionales.
El fascismo es históricamente un movimiento de intelectuales, políticos y sindicalistas que aparece en la convulsa Italia de los años 20 sumida en la crisis económica y social.
El Manifiesto que se publicó en la prensa italiana de la época, lo firmaba el filósofo Giovanni Gentile que  era un neohegeliano que formuló una concepción estatalista, laica y socialista adaptada a la historia de su país, al nacionalismo garibaldino y que siempre se acomodó en el marco de la Casa de Saboya.
Por razones coyunturales Benito Mussolini que iba bastante por libre acabó aliándose con Hitler y el Tercer Reich en el llamado “Pacto de Acero”.

El fascismo en su acción política revolucionaria usaba métodos violentos heredados del sindicalismo anarquista, del pistolerismo callejero que también vivimos aquí, en el primer tercio del siglo XX.
Podríamos resumir su concepto diciendo que el fascismo italiano era una concepción que aspiraba a militarizar la vida civil en torno a los valores de orden, jerarquía y autoridad. Quería representar una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo en torno al nacionalismo que en Italia evocaba la idea de Imperio.
La noción de “estado de derecho” fue considerada, a imitación del comunismo como una fórmula burguesa de democracia formal. La alternativa era lo que se denominaba en Francia y España, democracia orgánica, que ciertamente era la cobertura propagandística de la dictadura.
El fascismo tenía una estética muy marcada  en donde la fortaleza física, los valores de honor, gloria y lealtad eran claves.
La misma expresión “facha” que pienso procede de “fachada”, subraya aquellas vestimentas y gesticulaciones que ni eran propiamente militares ni tampoco civiles.  
Mussolini que venía del socialismo, era laico y no se apoyó en la Iglesia que tuvo en tiempos de Pío XI, la habilidad de campear el temporal  mientras pudo.
No obstante Pio XI, consiguió tres cosas importantes: Promover la Acción Católica que aun siendo un movimiento apostólico ligado a la jerarquía, cubrió los primeros intentos de Democracia cristiana.
Otro éxito históricamente decisivo fueron los Pactos de Letrán que zanjaban la cuestión romana y daban a la Santa Sede el estatuto jurídico de estado independiente.
El tercer hecho importante fue la Encíclica “Mit brenneder Sorge” en donde Pío XI de la mano de su  secretario Paccelli hizo la condena del nacionalsocialismo más explícita y contundente que se había hecho hasta entonces.
El modelo fascista, su estructura de Partido único, el rodearse de intelectuales, la organización de las juventudes, tuvo gran influencia sobre el nacionalsocialismo y sus “franquicias” en la Europa del Este, en el Régimen de Vichy y en la España de Franco.
Se ha discutido si el franquismo era un fascismo o un régimen autoritario. Estas dos definiciones, no reparan en las fases de su evolución histórica.
El fascismo de Italia y el nazismo de Alemania no surgieron de una guerra sino de una crisis.
España crea un estado nuevo como necesidad de articular políticamente la victoria del Ejército sobre la República.
Por tanto la categoría más definitoria del nuevo estado es el de ser una obra personal, de un militar prestigioso, cuyo objetivo principal era restablecer el orden público reduciendo todo asomo de disidencia política o sindical. Por tanto autoritario, sí lo era.
La posguerra española coincide con el principio de la II Guerra Mundial y sus avatares lo que llevó a Franco a modular las formas que  fueron imitaciones del fascismo italiano hasta la destitución de Serrano Suñer, el Ministro de Exteriores más cercano a Hitler.
A medida que se veía la dificultad de que los alemanes ganaran la guerra, comenzaron las negociaciones con los aliados y fueron desplazados los elementos más progermánicos, siendo sustituidos por militares o civiles.
En realidad nunca la Falange controló al Estado y cuando Hedilla lo intentó, fue condenado a muerte, pena que le fue conmutada.
En 1953, después del Congreso Eucarístico de Barcelona, se rompió el bloqueo internacional. Se firmaron a la par, los pactos con los americanos y el Concordato con la Santa Sede que tuvo que esperar catorce años si contamos desde el final de la guerra.
Tal vez podamos asimilar nuestra historia olvidando los períodos oscuros que los historiadores ya dieron suficiente tratamiento forense.



La expresión de la intimidad


Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, julio 2019

La intimidad es el recinto donde suele entrar cada persona si no anda perdido por la brillante frialdad de los  extrarradios. En el exterior se debilita el calor del corazón, la fuente de la vida.
Eso explica que normalmente la gente sensata considere ese recinto algo sagrado, inviolable, intangible.
Puede pensarse y algunos piensan que la intimidad es un prejuicio individualista, propio de la moral burguesa que se opone a la conciencia colectiva o de clase y que fomenta la lírica romántica y la insolidaridad.
La literatura clásica, Platón, las escuelas morales romanas, Cicerón, Marco Aurelio,  y más adelante el profesor de Retórica San Agustín de Hipona no encaja con ese diseño artificial del socialismo del siglo XIX.
La intimidad, la vida interior es el huerto secreto donde sólo habita uno y donde uno mismo descubre que habita Dios, “más íntimo a mí que yo mismo”. Allí en la desnudez sin máscara, habita la Verdad.
El mundo digital, ligado directamente con la comunicación, ha promovido lógicamente la globalización. En la  Internet, que es medio de medios en donde no cuentan los fines en un primer plano, se comunican mensajes e imágenes. Los mensajes transmiten información entre las personas y las imágenes nos las ofrecen en su parecido y en su comportamiento como si realmente estuvieran aquí mismo en redes y aplicaciones.
Todo este despliegue de posibilidades que debemos a la tecnología originariamente militar, está creando problemas en cuanto las personas son las que transmiten información sobre ellas mismas y sobre los demás. Se puede agredir a un rival o competidor en el trabajo o en la calle pero esa agresión alcanza una virtualidad global difundiendo falsas noticias, injurias o calumnias.

Y lo más extravagante es la difusión de imágenes y vídeos de las mismas personas que las han filmado de sí mismas y por sí mismas.
La crítica a la moral burguesa nos ha dejado con una moral colectiva en donde todos somos culpables de la culpa de cada uno. Los individuos no tienen por qué preocuparse de  lo bueno y lo malo porque esto es competencia del Departamento ministerial que suministra qué conciencia debe tener cada uno.
Entonces, inevitablemente, emerge el largo tentáculo de la culpa que agarra el corazón de cada uno. Nos recuerda que hace  cinco o diez años posamos en desnudez erótica ante el inmenso mundo mundial y sus siete mil millones de habitantes que tendrán móviles de 4G aunque no coman pan.
La conciencia individual, personal se revuelve y se siente lapidada como la adúltera.
En la conciencia hay muchos repliegues donde no habita la libertad. Si todos me señalan con el dedo, va a resultar un acoso global, insoportable si no se tienen resortes, si no se intenta recuperar la intimidad perdida y si no se encuentra en lo más sagrado de uno mismo a Dios.
 Cuando nos creó sabía sobradamente todo nuestro historial y sabiéndolo, nos amó.
“Quiero que tu existas y  yo lucharé contigo”.
Todas las penosas circunstancias que lleva consigo ese despilfarro de intimidad por los medios es tan fugaz y pasajero como una mala noche en una mala posada. Es fugaz como la lluvia de anteayer o la moda de primavera.
Lo que no pasa y es inmutable es verdadero el amor que habita dentro de nosotros y que solemos sustituir por el amor propio.
La libertad tiene sus límites y en la libertad de expresión, esos límites se constituyen en el respeto a la persona, a su intimidad.
No vale todo. No podemos hablar mal de nadie y en este “no podemos” se manifiesta nuestra libertad porque la verdad es que sí podemos pero no “debemos”.
El mundo digital como toda realidad humana debe ser regulado con sentido común. No se puede convertir en la cloaca de todos los vertederos del alma. Esta regulación debe protegerse a sí misma de manera que la lucha por limpiar los medios no se convierta en un pretexto para sofocarlos.
El peor peligro de la democracia es que unos, pocos o muchos monopolicen la verdad absoluta o el derecho absoluto individual a la libertad de hacer daño al prójimo.
La intimidad tiene por lo menos tres niveles: el meramente exterior y corporal que custodia el pudor y la vergüenza, el subconsciente que protege el psiquiatra y el absolutamente libre donde está la voluntad del yo y su objeto específico que es Dios mismo.
La intimidad no se lleva bien con el afán de notoriedad. Cuando éste acaba siendo, una forma virtual del exhibicionismo.
La gente se desahoga contando lo que pasa por su mente, a un médico o a un amigo íntimo y todo queda guardado por la natural confidencialidad. Estos espacios de comunicación no salen del ámbito del respeto propio y ajeno.
Cuando uno quiere hacer público ese mundo que sólo es propio de sí mismo, cuando lo íntimo se convierte en público, tu alma y tu cuerpo sufrirán el acoso de ese patio de vecinos que es el mundo global.
Hay ejemplos ilustres de gente que abre su alma al mundo mostrando su lucha interior por volverse al bien y hacer el bien. No es lo mismo la manifestación erótica de la propia imagen corporal. Siempre produce sufrimiento en el contexto social y personal.
El alejamiento de la intimidad nos conduce directamente a la promiscuidad, cercana a la oscuridad.

martes, 2 de julio de 2019

La monarquía en su marco histórico


Artículo publicado en Ideal de Granada, junio 2019


Por estas fechas se celebra el quinto aniversario de la sucesión al trono de Felipe VI, tras la abdicación de su padre. Es un momento oportuno para reflexionar sobre esta monarquía en la que España navega desde hace ya, 45 años.
Sobre la monarquía en general y su alternativa, la república,  es ocioso extenderse porque los manuales y los concienzudos tratados, han dicho mucho más de lo que podamos decir aquí. Hablemos de la Monarquía de Felipe VI en continuidad con la de su padre, Juan Carlos, ya retirado de la vida pública.
Adelanto la opinión de que en este tema sobran los dogmatismos de uno u otro signo, puesto que la bondad de una forma de Estado, no es un derivado de las definiciones generales sino de su utilidad concreta en un periodo determinado.
No vale decir que una forma es más racional que la otra. Racional era Robespierre y absurda, la Corte de Windsor, por lo menos a primera vista.
Examinemos la cuestión sin presupuestos que pueden ser prejuicios ideológicos.
Las formas de Estado son estructuras de gobernabilidad cuya función benéfica o no, no se conoce a priori sino sobre la marcha.
A Juan Carlos se debe el gran cambio hacia el desarrollo de las libertades públicas. Dicho sea de paso, con ello a una notable prosperidad, superior a la de los regímenes anteriores.
Juan Carlos  fue, afortunadamente, bastante más que un símbolo, pues en los primeros cinco años de su reinado añadió a su legitimidad histórica, la legitimidad en el  ejercicio del poder. Hizo posible que las propias Cortes de la Dictadura lo proclamaran Rey y Jefe del Estado y que se aprobase la Constitución. De este hecho dirigido desde arriba con el consenso general, se llega a unas elecciones democráticas y a unas Cortes constituyentes.
Este lustro, sufrió el golpe de estado del 23 F, que sea como fuere, se decidió por la voluntad del monarca que es, por mandato constitucional, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Estos hechos del período 1975-1981 deben su desenlace a la voluntad del Rey.
A partir de aquí termina lo que podríamos llamar el período constituyente del régimen constitucional. Juan Carlos desempeña el papel que le asigna la Constitución, durante casi cuatro décadas.
El Rey encarnó el respaldo legitimador de los gobiernos de izquierda y de derecha que tuvieron que resolver, quizá como principal problema el conflicto con la banda terrorista ETA.
Hace sólo un año se escenificó la disolución de ETA, mediante un complicado dispositivo, obra al parecer de Rubalcaba pero que combinaba la acción policial  franco-española con la apertura de un futuro político para los herederos de la banda.
Todo esto y mucho más lo hicieron gobiernos que tenían asegurada su gestión por el respaldo de la Corona, ya  siendo rey Felipe VI.
Esta es una de  las derivadas de la monarquía parlamentaria que parece que no hace nada-los ilustres inútiles se les ha llamado- pero lo posibilita todo.
Felipe VI ha tenido que afrontar un golpe de estado independentista en Cataluña que se  saltó, de inmediato y a la vista de todos, el marco constitucional. La respuesta del Gobierno Rajoy fue la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la intervención de la autonomía.
El Rey intervino personalmente pero en el estrecho margen que le concede la norma constitucional. Una presencia y un discurso pero sin ambigüedades.
Un contraejemplo que ha sido muy instructivo para la monarquía de 1975 es el papel de Alfonso XIII en el golpe de estado de Primo de Rivera que suspendió las Cortes. Era la época de los fascismos y del Partido Único. Si fue un error nombrar a Primo de Rivera, mayor fue el abandono de la Jefatura del Estado al evaluar como una derrota de la Institución, el resultado de las elecciones municipales del 13 de abril. Con su marcha se abrió paso a la República al día siguiente.   
Alfonso XIII, bienintencionado, quiso evitar el baño de sangre que se aplazó sólo cinco años.

Es fácil pensar, a caso hecho, que el Rey pudo volver a la Constitución de 1876 y nombrar un gobierno constitucional.
La historia y la política no van por los caminos de la trigonometría sino más bien de la física del poder. Nadie ayudó a Alfonso XIII a tomar esa decisión y era reciente la caída de los Imperios centrales, Alemania, Austria y la Revolución rusa.
¿De qué servía la Constitución de 1876 si los mismos generales que se alzaron contra la República en 1936, negaron a Alfonso XIII, su apoyo en 1931?
Probablemente las circunstancias del momento, el fervor popular en las ciudades, no aconsejaban tal cosa.
Lo que quiero transmitir a los lectores es la idea de que los papeles en los que se escriben las constituciones, son sólo papeles, si no tienen un contexto social que crea en ellos y los cumpla sinceramente.
De ahí la importancia de los medios de comunicación que suelen ser creadores de opinión.
Una de las virtudes de esta monarquía es que ha dado estabilidad al país en momentos turbulentos.
La estabilidad en sí, ya es un hecho más allá de los papeles.