jueves, 21 de mayo de 2020

Optimismo a prueba de virus

Articulo en el periódico Ideal, 16 de mayo 2020

El virus como error o accidente de laboratorio subraya los errores de la ideología dominante, la del consumo indefinido, la civilización de la imagen y el bienestar más o menos bien repartido.
Podemos tener una visión plana de los acontecimientos en la que contamos sólo con los hechos. En épocas de desastre como la actual, los hechos no conducen al optimismo. Puede mejorarse la perspectiva echando mano de las posibilidades y de los proyectos. Es la energía de los conceptos que no tiene que ver con el ilusionismo de las ideologías que remedando la verdad terrenal absoluta, reclama el exterminio de los sensatos.
El optimismo, que podría definirse como la actitud de quien espera siempre lo mejor, obliga a un ejercicio de gimnasia espiritual que levante la mente hacia arriba.

Arriba y abajo son metáforas espaciales y que como simples imágenes dicen mucho menos de lo que quieren decir. Dicen poco y lo poco que dicen es vacío pero esconcen una idea mejor.
Arriba/abajo como el par de metáforas cielo/tierra indican lo que está en el espacio y parcialmente a nuestro alcance. Lo que esconde la metáfora “arriba” es aquel mundo que no está a nuestro alcance y que la fuerza de la gravedad nos impide disfrutar. “Abajo” nos habla de lo que sí está a nuestro alcance. Tanto una como otra imagen admiten siempre incremento de grado. Siempre se puede estar más arriba y siempre se puede caer más abajo. Son dos rutas perpendiculares al plano de la vida.

En nuestra civilización de la imagen y el sonido, las metáforas se convierten en conceptos bastardos y fines finales. Si las imágenes son el final ya se ve lo poco ilustrado que fue Yuri Gagarin cuando desde su nave espacial confesó: “No he visto al Padre Eterno”.

Intentemos llegar a la almendra de la cuestión y prescindamos de la corteza.
Arriba es un vector hacia la totalidad y abajo se dirige a su destino opuesto, la negación de la totalidad y la afirmación de la terrenalidad e incluso en la progresión hacia lo peor, lo que está debajo de la tierra, lo que ni siquiera es vivible.

Pensar el todo y pensar la nada, es el viejo oficio de los pensadores. El progreso humano vive del deseo de llegar arriba y despegar de la tierra plana. Así nos vamos a la Luna, así se gastan miles de millones en ir a Marte o enviar sondas a lejanos planetas, al Sol mismo.
Por eso queda salvada la sabiduría de aquellas metáforas que nos indican lo que debemos alcanzar y aquello que debemos evitar, el fundamento de la vida moral.

El error de tiro de la mentalidad moderna es que cuando van a por todo, se quedan en expediciones costosas, hacia cuerpos celestes cada vez más cercanos. Son como el vecino de al lado o una segunda residencia donde  descansar el fin de semana. Y claro,  reducir el cielo a una segunda residencia es quedarse en la metáfora. Todo es todo y ese concepto supremo que Russell, reduce a “pequeños todos”, son algo así como “toditos”.

Todo es la suma de todos los bienes sin mezcla del mal alguno y es lo que todos quisieran y ambicionarían si creyeran que fuera posible.
Los investigadores, los artistas, los olímpicos no llegarían lejos si no “fueran a por todo”.
Dejemos de llorar y de lamer nuestras heridas como perros domesticados porque arriba siempre estará arriba.



Cómo las personas se hacen persona

Artículo del periódico Ideal, 22 de abril de 2020

Un embrión de pollo nunca será una persona. Un embrión humano,
puede llegar a serlo.
Una de las reflexiones en estos tiempos de muerte y resurrección,
viene motivada por los frecuentes casos de inhumanidad y de
humanidad, que se dan con ocasión de nuestro confinamiento.
Cogen al abuelo, lo introducen en la UCI, fallece, lo envuelven y lo
mandan a la Morgue. Nadie sabe donde está porque fue desplazado sin
conocimiento de los familiares. O no tenía familiares. En muchos casos la conciencia sana de médicos y enfermeras o la iniciativa de voluntarios, tratan de remediar estos desenlaces tan
despersonalizados. Se precipitan los acontecimientos, las carreras en los pasillos, el sortear camillas o personas que no se sabe donde ubicar y se hace difícil conservar la serenidad que permita, un gesto
amable, una sonrisa. La buena gente hace lo imposible y dice: “Es una guerra”.

Saltar de improviso desde la comodidad del confort y el bienestar al
abismo no es una desgracia sino una gracia que nos despierta del
sueño de una sociedad que tiene los ojos vendados ante la necesidad
y el sufrimiento.

Por comodidad no se quieren hijos, por comodidad, no se quiere consolar a los moribundos, por comodidad se equivocan cadáveres. Da igual, dicen los perversos. Son muertos, ¿Qué más da, sea don Fulano o María la Piconera. No da igual, salvo para la contabilidad y para el registro. Las oficinas administrativas no dan abasto y los familiares buscan a sus padres en Residencias, y en las UCI de vaya a saberse que Hospitales. Si la sociedad llegase a la conclusión de que da lo mismo y de que un abuelo de ochenta es menos persona que uno de setenta, sería una sociedad que ha dinamitado el fundamento de los Derechos Humanos que consagran las Constituciones.

Porque se piensa que da igual lo que diga la Constitución. Los demagogos cambian el sentido de las palabras “en nombre de la actualización realista a los nuevos valores de la sociedad”. Es lo mismo. Hace cuarenta años por “pareja” entendíamos “pareja de la guardia civil”, por individuo, un delincuente, por padre, un padre. Todo cambia y hay que adaptarse a las nuevas realidades. Por vida, podemos entender vida útil, por matrimonio, pareja de pollos o violines y por cualquier cosa, lo que diga el BOE. Surrealismo relativista. Las personas podemos hacernos más personas y éste es el único método de sanar una sociedad enferma, acostumbrada a que le de las cosas hechas. Incluso el Gobierno.

Ahora habrá que inventar y trabajar el invento y empezar a considerar la gratuidad por encima del beneficio económico. El beneficio impulsa la economía capitalista, que es la nuestra, y debe fomentarse, pero por encima está la gratuidad que considera al otro tan persona como yo, sino más. Es la idea que Benedicto XVI, expresó en la Encíclica “Deus est Charitas”: las empresas debieran dedicar parte de sus beneficios a fondo perdido para paliar las necesidades de los más vulnerables. No es una utopía, la idea está cundiendo y conocemos de la generosidad que estos días están demostrando grandes empresas y personas anónimas.

Hay quien piensa que el bien común es el “bien del común” que aspiran a administrar. El “común” es una comunidad de personas, de cuya prosperidad resulta el bien general. En esta procesión de la vida, corren los pasos de Pasión, Muerte y Resurrección. Cuando todo esto pase, muchos seres dormidos despertaremos, en un clima nuevo de generosidad y de valoración de la dignidad humana.