sábado, 19 de marzo de 2016

La experiencia política

Artículo publicado por el periódico Ideal el 18 de marzo de 2016

La política es, nada menos, que una forma de la virtud de la amistad. Así lo pensaban los griegos aunque como seres limitados, la practicaban imperfectamente según épocas.
La amistad no excluye la diversidad de opiniones sino que es una oportunidad para exponer con la intención de convencer.
Las formas políticas no son indiferentes ni tampoco en sí mismas, buenas ni malas. Su bondad o perversidad depende de cuatro factores clave.

·         La historia del país de que se trata
·         El contexto global presente donde se inserta el país
·         El talante de los líderes políticos del momento
·         La credibilidad o confianza que el pueblo les otorgue


No es nada bueno que los líderes políticos sean muy jóvenes porque tienden a hacer tabla rasa de la historia o bien subrayan aquellos aspectos del pasado cercanos a la del partido o grupo que lideran. En el tema de la memoria histórica, hay que tener en cuenta que en España, hay dos memorias de igual rango. Cada una de ellas quiere exterminar a la otra, adoptando con gran desparpajo, un sentido dogmático y sectario de la historia.
Ese sectarismo dogmático y excluyente, en otras circunstancias,  lleva al fanatismo y a la discordia civil.

No haber vivido el pasado, les libera del síndrome postraumático de nuestra guerra civil. Esta carencia no está claro que sea conveniente, porque ignorar lo que hemos hecho en la secuencia histórica, es desconocer lo que somos. En ese caso, desafortunadamente, la historia se transforma en ideología.
El revolucionario, propiamente dicho, está convencido de que el sistema político, e incluso, cualquier sistema es perverso. También está convencido de que los políticos son los parásitos de la clase trabajadora, y que sólo ellos, los intelectuales inorgánicos, tienen el expediente limpio y sin mancha. Desde su pureza original y desde su autosuficiencia, pueden y deben cambiar, de un plumazo,  toda la organización social, económica y política.
Se rechaza la historia porque, desgraciadamente, la historia es una hipoteca impagable que lastra el presente. Ese lastre sería nefasto si no se encargara, él mismo, de frenar con sus bridas la audacia de los que tienen prisa.  Les advierte de que el presente está tejido de esa misma historia. 
Es propio también del revolucionario, verde, rojo o morado no arredrarse ante las limitaciones que muestra la globalidad del mundo mundial. No hay límites que no se sientan capaces de traspasar. No les importa la huída de capitales, ni la inercia del paro y el estado de congelación económica de todos los países en cuyo marco estamos englobados.
Esos políticos que aspiran a pasar desde una democracia avanzada a una democracia popular, hacen gala de una deficiente educación, puesta al servicio de la justicia absoluta y de la verdad incondicional que sólo ellos detentan.
En nombre del amor y del boca a boca.
A medida que se alarga este prolongado período de incertidumbre, los políticos se retratan en imágenes de alta resolución. Lo que ganan en espectáculo, pierden en credibilidad.
La confianza de los ciudadanos en sus representantes es el vínculo que legitima cualquier forma política. Esa confianza, ya muy mermada por la corrupción masiva de los políticos de todos los colores, se dispara cuando los ciudadanos ven cómo se comportan en público y en privado.
La mala educación, la falta de respeto al otro que es considerado, antes enemigo que persona, los constantes intentos de introducir en el Congreso y en los municipios detalles de mal gusto, hacen pensar a los futuros electores que este tipo de cambios anticipan una involución hacia lo peor.
La diferencia entre las ideas políticas y la ideología consiste en que la idea como ideal, exige el esfuerzo de mejorar personalmente. La ideología es un sistema de ideas en el que no se cree pero que se adopta en tanto es eficaz atractivo para los jóvenes que pasarán de idealistas a defraudados.
La Derecha hispánica, a su vez, sufre el doble acoso de  la corrupción y del cordón sanitario, con el que los demás partidos le castigan. Una vieja expresión que rememora la censura del, ya viejo, Floridablanca, ministro de Carlos IV  para impedir que la propaganda revolucionaria. libros, revistas, entraran por los Pirineos y contaminase al pueblo.
El intento de deshacer la Derecha es un anatema a la base social que representa y a los valores elementales de sentido común que se comparten.
Es éste un panorama muy semejante  a la situación de España en las elecciones de 1934, donde socialistas e independentistas actuaron unidos en Asturias y Cataluña. La CEDA que representaba el centro-derecha pagó el precio de una guerra, por haber acabado con el levantamiento de Asturias y del fin, en 24 horas, del “Estat Catalá”.
Son otros tiempos, pensamos, pero no lo parece. Tal situación se debe a la juventud de los políticos que parecen estar jugando a la revolución y no conciben que los adversarios tengan alguna razón.
A resultas de ello, el partido que ganó las elecciones y que remontó la crisis económica, por lo menos en los grandes números, se le enfrenta la “mayoría del cambio”. Esta mayoría progresista, suma, a beneficio de inventario, a docenas de grupos cuyos programas son incompatibles entre sí. Se evidencia que eso no es problema porque los programas dejan el paso a los sillones.


No deja de ser una satisfación, observar que, la manipulación del lenguaje, ya no convence a nadie. 

sábado, 5 de marzo de 2016

El poder del silencio en la construcción de la personalidad

           
 Artículo publicado en el peridódico Ideal el 5 de marzo de 2016

Los jóvenes, los niños, no han evolucionado tanto en los últimos 50 años. El hecho de que se adapten rápida y ágilmente a la tecnología no desmiente aquella afirmación. Generación tras generación, los seres humanos se renuevan pero su estructura cerebral es prácticamente la misma.

Sé que la mayor parte de los lectores, creerán que estoy negando una evidencia o que, desde la edad, los juzgo como todos los mayores que han pensado de ellos en los últimos 8.000 años. Este último pensamiento corrobora, precisamente, que jóvenes y mayores siguen siendo semejantes, hoy como ayer.
Un análisis de esta cuestión nos permitirá comprender por qué casi todos convienen en la poca calidad de la enseñanza o en el déficit de educación y no sólo de los jóvenes, en el deterioro social y familiar, etc.
La idea de progreso se ha introducido en nuestro código cultural, desde hace casi tres siglos. Todos queremos mejorar pero la pregunta clave es ¿A quién queremos mejorar? ¿En qué queremos mejorar?
La mejora de la educación tiene poco que ver con el incremento de recursos tecnológicos, la movilidad, el aprendizaje de habilidades prácticas y la inmersión en la mecánica telemática.
Desde luego estas críticas convierten a quien las acepte en políticamente incorrecto y fuera de la circulación, o sea, en un estéril “outsider”, fuera de juego.
Lo siento pero es preciso seguir usando la cabeza sin miedo al presupuesto.
Para formar a los jóvenes hay que tener claro que es formar y quienes somos todos y cada uno de los formados y los formadores.
Si nos consideramos portadores de estructuras que nos determinan, creeremos que los cambios de legislación mejorarán la situación. Caemos en la cuenta que para formar a los jóvenes, antes hay que formar a los formadores y si hablamos de los legisladores en materia de educación, antes habrá que formar a los legisladores. Me abstengo en este punto de consideraciones de humor negro y de mordacidad ante el espectáculo que dan cuando salen a la pasarela.
¿Creemos de verdad que la frase de Armstrong de que “es un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”, es convincente?
Si se me permite un punto de metafísica entre la más avanzada tecnología y las canicas, no hay diferencia porque canicas y ordenadores son objetos que serán buenos, malos o perversos si el que los maneja es bueno, malo o perverso. Los objetos no cambian a las personas porque son, sus criaturas. Son las personas las que pueden cambiar a las personas.
Es sabido y no me canso de repetirlo que todo anda en esa masa cerebral que contiene la caja del cráneo. Puede que esa perspectiva descarte cualquier aproximación romántica al tema de la formación.
El animal y el hombre, adulto o joven, mal formado, responde sin pensar a los estímulos agradables, e igualmente a los desagradables. No ha madurado ese colchón que constituyen las áreas asociativas del cerebro, un colchón que está destinado a filtrar los estímulos, a examinar su naturaleza y a responder según las conclusiones de ese examen. Es un espacio vacío donde sólo existe el silencio.
No todo lo agradable es bueno para las personas ni todo lo desagradable es malo. Es agradable recibir un millón por un soborno pero la conciencia, bien formada, piensa que es una vergüenza. Este es el gran tema de nuestro tiempo, la extensión devastadora  de la poca vergüenza.
¿Quién  es el responsable de distinguir la vergüenza de la poca vergüenza, de lo bueno y de lo malo? Este es punto crucial para la formación de la juventud.
Los responsables son los padres, los profesores y los legisladores por este orden subsidiario.
Tal vez las escuelas de padres, de maestros y de políticos, fueran un paso previo, pero, en todo caso, siempre es previo, realizar una analítica para comprobar si el sujeto tiene un índice suficiente de vergüenza.
La viciosa cuestión de: ¿quién le pone el cascabel al gato?, es aquí  muy pertinente.  Pero no se debe tirar nunca la toalla.
En cuestión de vergüenza las leyes valen de poco. ¿Acaso el disco duro de un ordenador cargado de contraseñas se le resiste a un buen  “hacker”?
Usar la cabeza. Hay que convencerse de que el pensamiento humano es el gran progreso de la especie. Ese progreso del pensar se cifra en algo tan esencialmente fácil como saber “pararse a pensar” ante los estímulos. Ellos, por si solos, no traen consigo la propia autocrítica.
Decidirse a frenar la recepción de información es lo que requiere entrenamiento de la voluntad.
Formarse es entrenarse con ayuda de un entrenador; eso se entiende bien. Entrenarse a fondo, no para alcanzar una meta sino para fortalecer la voluntad y ser cada vez más sacrificado, más generoso y solidario, para cambiar a mejor.
  Las cosas no se hacen por qué sí sino por razones. Confundir la libertad con el azar, es una equivocación. No se debe admitir que las cosas que manejamos nos impongan sus reglas porque esas reglas “objetivas”, son productos de personas que, por medio de ellas se sobreponen a  otras personas.
Marcharse al monte, sin móviles ni conexiones, es una mala estrategia. Es más duro y modesto, convivir con la tecnología, dominarla y sobrevolarla: ser señores, no siervos.  
La vergüenza no se hereda, se conquista.