viernes, 29 de mayo de 2015

¿Se puede servir desde arriba?

Vela Zanetti,El Cid.
"Qué buen vasallo si tuviera buen Señor"
A nadie le gusta, al parecer, servir pero a la mayoría les gusta que les sirvan y que lo hagan bien. Este querer ser servido, por demás,  anuncia que algo de bueno tiene el servir puesto que tantos apetecen el buen servicio. A la vez, algo de malo tiene el servir que repugna a la mayoría. Entre ellos, a los que les gusta ser servidos.

Los avances materiales de la sociedad moderna desde las dos  grandes guerras del siglo XX, produjeron una mayor conciencia de igualdad, una disminución de los escalones sociales y la menor dificultad para saltar de abajo a arriba y también de arriba abajo.

Esto se denomina democracia que no es lo mismo que paridad. Si la apertura de oportunidades es conforme con la dignidad humana, no entiendo por qué hay que dar un plus o cuota de favor por imperativo legal…

El ser servido es propio de los señores y el servir de los siervos, nomenclatura que en Occidente, en líneas generales, no aceptamos. Más bien deberíamos procurar, pienso en que cada uno es señor en algún aspecto y  servidor en otro.

No basta decirlo o predicarlo sino que es necesario argumentarlo.

El trabajo es una exigencia de la naturaleza humana. La materia se resiste a nuestra voluntad. Hay que trabajarla para transformarla. Esto vale para todas las profesiones, que es el nombre moderno de los servidores de antaño.

Como profesionales, todos servimos y cualquier trabajo vocacional alegra la vida del hombre, de la mujer y alarga la vida de ambos. La jubilación es una broma pesada, para los vocacionales aunque para otros,  una liberación. Lo ideal es gozar de una profesión que te permita trabajar hasta un minuto antes del inevitable deceso.

¿Qué pensar, en estas fechas, del servicio público y más en concreto, de la profesión política en democracia?

Las corruptelas, las irregularidades, la corrupción y el enriquecimiento personal, dejémoslos al margen de estas consideraciones que quieren ser positivas aunque no ciegas.

Un profesional de la política exige muchas virtudes que no se aprenden en la universidad sino, como quien dice, “sobre la marcha”.

Saber idiomas, tener estudios superiores, haber viajado por el extranjero, añaden puntos.

La política sin embargo, es una profesión más cercana a la de vendedor, publicista o incluso predicador. En todas estas profesiones decimos que “el cliente siempre tiene razón”. En este caso, el ciudadano debe encontrar un punto de equilibrio entre la oferta del político y la demanda de los votantes. El ciudadano tiene sus razones que están buscando un buen vendedor. Las habilidades sociales, la simpatía, el carisma, la credibilidad, la honradez, son virtudes (no sólo valores) que forman parte del buen profesional de la política.

En democracia, el asunto no es tanto servir y ser servido que se deja para otras instancias sino tener la alegría de que las razones del programa convencen a muchos y que por lo tanto, el programa es comprendido como un proyecto útil, deseable y factible.

La política real es bastante más complicada que estas reflexiones que siendo válidas, no resuelven los embrollos en los que el político se encuentra.

Al fin y al cabo es una persona, con sentimientos, corazón, razón y sentido común (se supone). Tiene una conciencia moral una idea del bien y del mal. Aunque esos caracteres no figuren en un programa, el político los debe llevar puestos. Sin ellos la democracia es, nada más que una máquina de comprar poder. Esto les plantea a los que se dedican a la política, serios problemas.

La demanda de los ciudadanos no siempre coincide con las necesidades objetivas  del Estado, en un momento concreto. Lo que se llama “bien común” no siempre es visto por la población como tal. Lo necesario y lo accidental, tampoco.

Así el político que ya alcanzó el poder, se encuentra con múltiples conflictos. La ideología, la seguridad, el bienestar social, la justicia, el contexto internacional, el mercado global y muchas cosas más.

En un programa electoral, trazado en una sala de juntas o en una asamblea, en la que todos quieren la perfección ideal, no caben los imprevistos, ni lo imposible, ni las necesidades reales que la mayoría no conoce.

El que detenta el poder democráticamente, no representa a los que le han votado sino a todos los ciudadanos y debe buscar defender los intereses de su patria, que no son, sólo económicos.

En política nada es perfecto y cuando las dictaduras, libres de crítica y de oposición se proponen alcanzar la perfección ideal (porque “podemos”) están ciegos para el día a día. Ciegos, para la cantidad de injusticias y derechos que se han puesto por montera.En democracia, es otra cosa.

Tenemos el caso de Francia, en donde un socialista recorta, más y mejor que nadie. En Grecia, donde lo que dice el programa de Syriza y su política, no tienen nada que ver. En este asunto la intransigencia absoluta en nombre de los grandes ideales, recoge males mayores. Pienso en Vladimir Putin que es un fiel heredero de sus antecesores hasta Pedro el Grande. La intransigencia política lleva a la guerra directamente como también podemos ver en Oriente Medio.

Es mejor conformarse con lo posible y factible, más cercano a nuestra conciencia, porque lo imposible es mucho peor.