sábado, 19 de febrero de 2022

Construyendo una pareja estable

 Artículo publicado en el periódico Ideal, febrero de 2022

Un primer dato tomado del mundo animal y de la neurociencia es la relación entre la capacidad craneal y la inteligencia. El cubicaje humano es del orden de los 1500c/c. Esa cifra está en relación con la madurez cognitiva.

                                         


Algún tipo de simios que mantienen la estabilidad con su pareja tiene una cavidad mayor que el resto.

¿Significa ese dato que la estabilidad es una cuestión de inteligencia? o lo que es semejante ¿Es la estabilidad de la pareja algo hereditario?

Una pareja estable se construye desde la cuna. La misma felicidad de cada uno de nosotros depende en buena parte de lo que nos hemos encontrado al nacer.

No es lo mismo nacer en una familia feliz que en una familia desestructurada.

Si los robots tuvieran conciencia se sentirían felices si funcionasen correctamente como robots.

No es, en esto, muy distinta la felicidad humana.

Uno es feliz cuando desarrolla las capacidades de las que está dotado. Si alguien se empeña en ser piloto de aviación con graves deficiencias visuales, no será feliz siguiendo ese sueño imposible.

 ¿Para qué estamos hechos los humanos? ¿Cómo ser felices?

¿Qué es entonces lo decisivo para ser feliz?

Nos lo aclara ese término tan maltratado que llamamos “formación”.

Para ser feliz hay que formarse para ello. ¿En qué consiste la formación?

La formación del hombre como la de cualquier ser vivo consiste en aprender a luchar por la vida, tanto en el trabajo como en el amor.


       



Unos seres vivos luchan para sobrevivir con capacidades heredadas, nosotros además con capacidades aprendidas.

Aprender a luchar por la vida supone memoria que almacena experiencias que nos permiten distinguir lo que nos beneficia y lo que nos perjudica.

Por la memoria sabemos lo que somos y para qué valemos. Una vez que los jóvenes se “asientan”, pasada la adolescencia, la mielina cubre los canales nerviosos, la persona madura y se alcanza poco a poco una cierta estabilidad.

Una vez que se empieza a saber lo que uno quiere gracias a la memoria propia, de los padres y educadores, entonces se entrena uno en la repetición de actos valiosos que gracias a la memoria se convierten en hábitos.

Los hábitos buenos son los que nos hacen buenos, libres y felices.

Si aprendo un idioma soy más libre que si lo desconozco. Sabiendo chino se me abre un continente de posibilidades laborales.

Cuando uno ha vivido en una familia feliz y a veces incluso numerosa, repite la experiencia. Se encontró bien con el modelo ¿para qué cambiar?

El joven adulto se asegura una pareja estable si desde niño a aprendido a luchar por la vida y ha empezado y ha vuelto a empezar, como un tenista que aguanta y aguanta porque está muy entrenado gracias a los hábitos adquiridos y retenidos. 



Ese hilo conductor de la formación tiene la ventaja de que se puede empezar el entrenamiento en cualquier punto de la vida.

Aunque uno proceda de la miseria y de la calle, se puede empezar en cualquier momento con el apoyo de un amigo.

¿Por qué se rompen las parejas? Fundamentalmente por inmadurez personal. Por haberse creído desde la infancia que este mundo es un jardín, un caramelo: basta alargar la mano y se cumple todo deseo.

Se lo están enseñando, lo están legislando, creando una sociedad de infelices y fracasados que sólo saben decir: “La culpa es del sistema”.

No somos conejos en campo abierto. Hay que aprender a vivir. Como las uvas en la prensa, el vino del amor necesita prensado y maduración. Entonces alcanzará el punto de equilibrio que permite la estabilidad de la pareja.

 

 

 

domingo, 13 de febrero de 2022

El arte de "dar la vuelta"

 Artículo publicado en el periódico Ideal, febrero 2022


        La forma más “avanzada” de democracia se la debemos a Spinoza:  quien tiene que decidir qué es bueno o malo es prerrogativa de la mayoría de la Asamblea.

   Esta democracia maximalista, afortunadamente no cuajó ni siquiera en la Constitución norteamericana, ni en posteriores Declaraciones de Derechos Humanos.



En todas ellas se reconocen aquellos Derechos como previos a toda votación.

  Se suele argumentar que lo propio de las sociedades “avanzadas” es avanzar, y avanzar es cambiar, dado lo aburrido en seguir siempre en lo mismo.

Sin embargo, esa mentalidad que siempre quiere cambiar “a lo que sea más cómodo”, privilegia la comodidad individual sobre la social que es uno de los rasgos de todo delito.

Pero ¿qué es un derecho o qué es un delito?

Es cierto que el derecho y la moral no son lo mismo y que un acto moralmente malo no tiene por qué ser de suyo penado por las leyes, pero aquí no tratamos de penas sino del acto metajurídico de decidir qué es derecho.

En democracia las leyes las dictan los legisladores que lo son por su pertenencia a un partido político o a una coalición dominante. Así la política al establecer los derechos, establece a la vez, los deberes.

Al cabo de cuatro años o menos, cambian las mayorías y lo que era derecho, ahora es un entuerto y lo que fue tuerto se convierte en sano.

El positivismo es un relativismo jurídico a ultranza.

En todos los países que fundaron la democracia moderna se distingue muy bien entre el nivel de la Constitución y el de la legislación ordinaria. Una Constitución tiene una vocación de permanencia porque quiere ser el referente de las demás leyes.

Por esta razón se mueve en una esfera intemporal que no se presta discusiones en el día a día y en cada momento.

Por lo mismo la tabla de derechos humanos, si quiere garantías de reconocimiento debe ser lo más intemporal posible puesto que quiere ser lo más permanente posible.



A partir de los sesenta del pasado siglo, se vuelve a la mentalidad del socialismo utópico del siglo XVIII, que todo lo pone en cuestión y solfa generando unas nuevas ideologías que deciden volver del revés todo lo que hasta entonces se tuvo por derecho.

¿Y por qué no si cambiar es avanzar?

La posmodernidad en la que estamos, es una especie de enciclopedismo en donde dar la vuelta a lo que hay (Voltaire) es acercarnos a la justicia.

Conceptos tan evidentes como qué es derecho, qué es humano, que es sexo, que es animal, que es finito e infinito, se vuelven del revés concluyendo en postular una sociedad meramente formal en la que sus individuos están todos desvinculados unos de otros, y cualquier regla es opresiva.

Las normas son entendidas como una fuerza antidisturbios.

Reducir el derecho a política es malo, pero reducir la moral a política es simplemente vender huevos sólo con la cáscara. 

Se vuelve del revés aquella máxima liberal “el derecho de cada uno llega hasta donde empieza el derecho de los demás”. trocándolo por la máxima okupa: “Mi derecho individual no tiene límites” con lo que el absoluto social se cambia por el absoluto individual.

Llega un político y me dice que el derecho a la vida no es un derecho sino un prejuicio que lo avanzado, por cómodo, es banalizar la vida en favor de la libertad de una madre cuyo hijo no es un hijo sino un tumor.

El sentido común, por común, aplasta mi libertad.