Artículo publicado en Ideal, abril 2025
Tras el advenimiento de Donald Trump a la Presidencia, creo que no
sólo el Partido Demócrata quedó en “shock” sino el ancho mundo.
A medida que pasan los meses, las promesas se consolidan y las
consecuencias hacen ver el brusco cambio de ciclo, es posible poner
sobre la mesa, algunos mapas de interpretación con toda la prudencia de
quien sabe no ser un oráculo sino un limitado observador.
La guerra de Ucrania y el espectro de miedo que atraviesa Europa ha
desenfocado las coordenadas del problema global.
Estados Unidos empieza a sospechar su declive como potencia
hegemónica mundial. La ley del vacío nos dice que, en política, la
ausencia de poder es rápidamente cubierta por la potencia
inmediatamente posterior. Ésta, no es Rusia que en su papel de tercero en
el juego político no encuentra muchos ciudadanos con ideales imperiales.
De hecho, tiene que recurrir a los voluntarios chechenos, norcoreanos
o del Asia Central. Las deserciones en ambos frentes son evidentes.
Por mucha que sea la potencia militar de Moscú, especialmente sus
armas nucleares, su capacidad económica de fondo no se puede
comparar con ninguna de las economías de Occidente y aún menos con
China.
Estrechada por la pinza de Estados Unidos y China, el nacionalismo de
Putin quisiera antes del gran choque al que se enfrenta el mundo, tener
algún rol importante, alguna baza en la geopolítica mundial.
Pero, ahí está China y no sólo China sino el Indo-Pacífico emergente:
India, Australia, Singapur.
Si no me equivoco, el conocimiento que los occidentales tenemos de la
cosmovisión china, de su filosofía política y de su interpretación del
marxismo es por lo menos, deficiente.
La visión occidental, hasta ahora, es una visión fragmentada de
potencias que se disputan el primer puesto en la clasificación de rugby
americano. Su filosofía política ha elegido por gran mayoría, apartarse del
modelo demócrata imitado de Francia y resurgiendo el espíritu americano
prístino: liberalismo salvaje y darwinismo social.
China no aspira a “ganar una guerra con batallas” sino “a ganar la
guerra sin batallas”. La continuidad de sus ideas básicas viene de cuatro
mil años atrás y defiende la armonía universal. Hasta la guerra de los
boxers y luego la del opio, el Imperio pasó a ser dominado por los países
occidentales y Japón.
Cuando los intentos de levantarse de la postración fracasaron y los
países europeos prefirieron apoyar a la Turquía otomana que a China,
ésta se replegó en su antigua convicción de ser el centro del mundo. Un
centro cuya filosofía política consiste en la práctica del Yin-Yan, o sea
superar los opuestos sin eliminarlos, al contrario del marxismo clásico.
Paradójicamente, el darwinismo social de conquista y selección
natural, se enfrenta a una filosofía política, mansa y seductora.
Un hombre intuitivo e impulsivo al contemplar en una visión nocturna
lo que se le viene encima, ha comenzado a disparar en todas direcciones,
para copar los puntos estratégicos, con el ánimo de anexionarse Gaza o
Groenlandia, lo que haga falta.
Los países europeos lindantes con Rusia, se estremecen con la
proximidad de una invasión. Es lógico.
Sin embargo, la cosa es más seria y afecta no a los países bálticos o
Polonia, sino al “mundo mundial”.
La estrategia americana en esa expectativa de adelantarse
preventivamente a la tela de araña de Pekín es muy capaz de
desencadenar lo que, ahora mismo, nadie espera.