sábado, 31 de mayo de 2025

El infierno prometido

 Artículo publicado en el periódico Ideal, mayo de 2025

La Posmodernidad abrió paso a la sensibilidad y a la comprensión

afectiva. Tras la caída del Muro, el fin de la guerra fría y el imparable

avance científico y tecnológico, comienzan a hervir en Occidente.

Es el momento en que arrancan las razones de la fuerza según la ley

de la venganza: “el ojo por ojo y el diente por diente”.



La inmigración masiva desde África y Asia motivada por las guerras de

Siria y las que se viven en el Sahel, sumando el éxodo desde Suramérica

hasta la frontera de Río Grande, han cambiado el contexto mundial.

La geopolítica como si se tratase de una máquina fiel a la ley física de

acción y reacción, endurece las fronteras. Las fronteras no se endurecen

solas sin previo endurecimiento de los corazones.

Pensar como una máquina -la IA lo es- lleva consigo olvidar sino

aborrecer, aquella ley del corazón que nos trajo el Cristianismo.

El perdón se considera debilidad y la guerra agresiva, virtud, según las

exigencias del paganismo vigente.

Los Derechos Humanos eran, la norma fundamental por la que se regía

la conciencia de Europa y América, aunque fuese sólo una norma ideal

sobre la que se regía la moral internacional.

Esa moral permitía no obstante guerras de ocupación en Irak, Siria y

Afganistán donde los muertos y desplazados se cuentan por millones.

No es lo mismo leerlo o verlo en la TV y en las redes que sufrirlo en la

propia carne, en la familia y en los hijos.

Bin Laden dio un aviso. Todos vimos la caída de las Torres Gemelas y

la caída de un avión en el Pentágono. Era sólo un aviso.

Nace entonces la guerra híbrida en donde la población civil es el arma,

no sólo la víctima. Y esa masa de gente que huye del hambre y de la

muerte penetran en todas las fronteras. No se sabe qué elegir si la

comprensión o la reacción.

Cuando Rusia invade Ucrania en 2014, anexionándose Crimea, nadie

se dio por enterado. La indiferencia llevó a la “operación especial” que es

como llaman los rusos a una guerra de ocupación.

Entonces aparecen amagos de sensibilidad más por miedo que por

convicción y los papeles se llenan de promesas y protestas de

suministros de armas. Sólo los Estados Unidos gastaron unos sesenta

mil millones de dólares en suministros de armas a Zelenski.

El último episodio es el infierno prometido a los habitantes de Gaza.

No entiendo, por el momento, una guerra de supervivencia y

exterminio recíproco, que dura cerca de dos años.

No entiendo como una guerra total en una franja tan pequeña con

bombardeos diarios sobre todo lo que pueda moverse, no haya

conseguido, parece, un control eficaz del territorio.

En Gaza, todavía, hay gobierno, armas, ejército, negociadores.

Como no hay resultados y con el apoyo americano, se proclama la

conquista inmediata y el “vaciado” de toda la población.

Quienes ocupan Gaza y quienes ocupan Ucrania no pueden tardar de

ponerse de acuerdo.

Europa va desplazando su programa en la dirección de los principios

inmutables que la gobernaron durante cinco siglos.

¿Será la geopolítica un capítulo de la mecánica? ¿Acabarán los

estados mayores sustituidos por un macro-ordenador de IA?

¿Habremos de echar en falta la política del Renacimiento con sus

intrigas palaciegas, sus venenos y alquimias, sus pócimas y mosquetes?

Había cadáveres, pero también acuerdos. Menos cadáveres y más

acuerdos.

Tiene sentido, ahora, la Declaración del Colegio cardenalicio previa al

Cónclave, clamando por el fin de todas las guerras en marcha.