Artículo publicado en Ideal, agosto de 2025
Una tercera parte de la población en los países desarrollados vive y
muere gracias a la química.
A partir de cierta edad, cada vez más temprana, la gente se vacuna, se
medica, se infiltra y se escanea. Gracias a tanta tecnología, vivimos o
morimos según los casos.
Luego nos medican con un abanico de fármacos que, al charlar en la
cola de la farmacia, descubrimos que todos tomamos lo mismo. Del rey
abajo, ninguno deja de tomar algo para la tensión, la ansiedad, el dolor de
espalda y las cremas revitalizadoras.
A la par, nuestra conducta sexual viene predeterminada por un
complejo instrumental, digamos erótico, cuya eficacia debe ser notable
dada la baja natalidad que se da en nuestro país. Sólo África consigue
alcanzar el nivel de reemplazo.
Si quieres concebir, si no quieres concebir, si tienes erección, o no,
en cualquier supermercado en América te dan la solución.
Entre tanto la DGT advierte que la mortandad de la población-que en
principio tienen una esperanza de vida envidiable- mueren en la carretera
y a veces, en el paso de peatones, a efectos del alcohol, de las drogas y
de los psicótropos.
Las cifras son de escalofrío, pero a la mayor parte de los
conductores, no les da ni frío ni calor.
Si queremos salvar la vida, no hay más remedio que perderla o
confinarse en casa, medida excepcional que ya conocemos. ¡Cuánta
salud mental perdida en el año de la pandemia!
La pregunta que cabe hacerse ya con seriedad sería: Si vivimos
gracia a la química, ¿Seremos nosotros mismos un elemento químico?
En torno a esta transcendental pregunta se nos ha ocurrido averiguar:
¿Cómo el ser humano genera su propia electricidad?
También gracias a la química.
Cada neurona, de los miles de millones que poseemos, es similar a
una bomba de calor, una bomba de sodio-potasio, en donde el potasio
tiende al interior y el sodio al exterior. Cualquier estímulo sensorial abre
canales de sodio que cambian los polos de la neurona e inician el flujo
nervioso.
Aquí no hay casualidad, sino que todo está pensado de antemano y
muy bien pensado.
Las leyes científicas no las inventan los científicos, ellos, las
descubren que ya es mucho.
Las leyes que aprueban los parlamentos, todos admiten que las
redactan y aprueban los parlamentarios, pero cuando se trata de la
ciencia, encontramos que la legislación matemática que, rige el cosmos,
nadie se atreve a decir que las pensó un Legislador.
Una persona es el objeto más complejo que conocemos, y lo más
complejo está en que no nos queremos reconocer como objetos, sino que
todos defienden los derechos propios de un sujeto libre.
Este es el problema. Nosotros no somos nuestros órganos ni siquiera
nuestro cerebro. Puedo ver una neuroimagen de mi cerebro, pero desde
luego no soy eso. Mi historia como persona no es la historia de mi
cerebro.
Me encanta la IA porque se adapta a mis preguntas y me sigue la
corriente. Me pongo a chatear y le pregunto por Brawardine y su doctrina
de los números y me la sitúa en su contexto.
Me atrevo a preguntar si le parece bien la independencia de Nueva
Caledonia. Me responde amablemente que no está hecha para juzgar sino
para informar.
No distingue el bien del mal, no tiene juicio, no puede decidir si me
conviene la playa o el campo.
En resumen, es un gigantesco almacén del que no se ven las paredes.
Puedo amarlo como amo a mi afeitadora eléctrica, pero ella no me
puede amar pues es sólo un objeto.
Qué grande es ser un sujeto libre, o por lo menos, un poco libre.