Artículo publicado en el periódico Ideal, marzo 2025
En el presente se palpan tres modos de entender la política mundial
que se corresponden curiosamente con tres continentes o segmentos de
continente: Estados Unidos, Europa occidental y Euro-Asia. Esos tres
“espíritus” no corresponden tanto a ideologías heredadas, cuanto a
modos históricos de ser.
Hay países tan fieles a su propia identidad que parecen no mover su
punto de vista, en dos o tres siglos. En torno a esos conceptos nucleares
de la existencia, orbitan otros pueblos que se mantienen más o menos
cambiantes, en función de su dependencia de aquellos tres primeros.
América, en primer lugar, entiende por libertad la conquista, el trabajo y
los valores individuales. En torno a ese núcleo temático giran países de la
órbita occidental y del mundo anglosajón.
Europa occidental tiene su propia fuente con la que se identifica: la
revolución burguesa y los contrapesos sociales que ha ido creando el
sindicalismo en los dos últimos siglos.
El tercer espíritu se corresponde con Rusia, un espíritu que ha
mantenido sobre todo en Asia y China. Históricamente ha tenido que
resolver el problema de gobernar grandes masas y lo hizo por el camino
del Imperio y del totalitarismo, legitimándose con frecuencia en la
religión.
El advenimiento de Trump, en su segundo mandato, ha sido como un
palmetazo en la espalda de Europa y una mano tendida al continente
asiático que, solo superficialmente, la tecnología ha barnizado de
democracia.
En la II Guerra Mundial, el Imperio Británico necesitó de los
norteamericanos y de los recursos y hombres de la Commonwealth.
Podemos releer las desgarradoras súplicas de Churchill y del mismo
Stalin, requiriendo el desembarco de los Estados Unidos. Normandía y
Stalingrado fueron los hitos que decidieron la victoria.
El resultado fue el hundimiento del Imperio británico y el auge de la
URSS.
Los americanos tomaron el relevo en la dirección de Occidente, siendo
el beneficiario de los antiguos imperios coloniales europeos.
En Usa, se desarrolló con el tiempo, un espíritu asimilable al europeo
occidental que representó Roosevelt. Es el espíritu del partido demócrata,
tendente a potenciar los derechos civiles y sociales.
El cambio, motivado por la inflación, las guerras y el gasto público ha
devuelto a los americanos a sus raíces: el liberalismo salvaje sin
miramientos, ante la tímida sorpresa de dama ofendida de la Europa del
bienestar.
El éxito de la economía americana se debe a que no viene recargada
por los costes sociales que conlleva la Educación, Sanidad pública y el
sistema de Seguridad Social.
Es la filosofía darwinista de la selección natural, “que sobreviva el
mejor”.
El enemigo de Europa-dice el Vicepresidente Vance- está dentro de la
misma Europa y se refiere, sin duda, no a la Extrema Derecha sino a esos
valores que comparten populares y socialistas que consisten en igualar a
todos por la miseria a la que parecen guardar un respeto erótico.
Asia y todas sus modalidades de pensamiento, se caracterizan por
preferir el todo por encima de la parte y por el aguante de sus pueblos.
Si es verdad que Trump abandona Europa al arbitrio de Rusia, vamos a
saber lo que es mandar y ser mandado.
La diosa razón deja su trono en Notre Dame y no hay divinidad que
pueda ocuparlo sin sonrojo.
USA venderá armas a los europeos y éstos tendrán que poner su carne
en el asador. Su carne, su verdura o su pescado, dada la complejidad de
los tiempos.