Artículo publicado en el periódico Ideal, agosto de 2025
Ante el fuego, efecto del abandono, los humanos recurren a la
solidaridad.
La solidaridad, como la limpieza de los bosques, debiera funcionar
antes de las emergencias y no sólo después.
Hombres y mujeres defienden su dignidad, identidad y bienestar por
encima de todo. Si se sienten mal con su nariz, se echan en manos del
cirujano plástico, pero no se les ocurre pensar en que abajo, en el portal,
el mendigo pide un plato de algo, y no siempre se lo dan.
El látigo descarga sobre la piel de toro cuando ya no hay toro que no
contamine. Los millones de la UE no llegan ni para la pandemia, la Palma,
la Dana, y la pre-emergencia del Norte.
Sutil maquillaje de la gran emergencia de los últimos cien años.
Con esa sutileza las Comunidades del enemigo político deben pedir
aviones a Francia e Italia.
Viento, fuego, asolan la tierra y se combate el fuego con agua y con
vida. Los cuatro elementos, los ancestros de la tabla periódica se desatan
sobre España.
El quinto elemento, la solidaridad, no moja ni quema, no se ve ni se
oye porque no hay radares para el espíritu.
La solidaridad, socialmente hablando, nació en las luchas obreras del
XIX, con la idea de hacer una caja común con la que poder resistir durante
las huelgas.
En el siglo XX fue un factor decisivo en la caída del Muro.
Cuando el Estado mira hacia otro lado, la sociedad de forma
espontánea, se defiende instintivamente con ese movimiento que es la
solidaridad.
Solidarios son los hermanos con sus padres, solidarios los
municipios con sus vecinos, incluso, los estudiantes que se intercambian
“chuletas” con sus compañeros.
A veces la solidaridad traspasa las fronteras y unos países ayudan a
otros en catástrofes y terremotos.
La sensibilidad salta a flor de piel y no importa arriesgar la vida para
salvar otras vidas. Les llamamos “héroes”, y lo son, y en similares
circunstancias muchos harían lo mismo que ellos.
Esas formas elementales y primitivas de solidaridad surgen cuando
las gentes, que ven que todos están perdiendo todo, se lanzan a luchar
contra el fuego, el agua o el volcán.
Cuando todos están perdiendo todo, la solidaridad alcanza su grado
máximo.
La civilización, ha creado desde el Neolítico, unas instituciones que
han ido protegiendo a los ciudadanos frente a los eventos desagradables.
El Estado y también organizaciones privadas, tienden a estabilizar los
socorros. La Sanidad, la Seguridad Social, etc. son canales que civilizan
la solidaridad y le quitan sus aspectos emocionales y heroicos.
Todo tipo de Seguros son capaces de cubrir las necesidades y los
imprevistos.
La enfermedad, la muerte, la ignorancia, la inseguridad individual y
colectiva, ahí tenemos al Estado y su enjambre burocrático del que tantas
veces nos quejamos.
En ocasiones como las que todos hemos podido lamentar en la última
década, presenciamos, como si no hubiera Estado, la vuelta del heroísmo
y la solidaridad.
Las instituciones del Estado no están para funcionar cuando los
ciudadanos o las entidades inferiores no son capaces de resolver una
situación imposible, sino planificar y prever los problemas del futuro,
para que cuando éstos sucedan, nada quede a merced del arbitrio, del
azar o del heroísmo.
Felipe González recordaba que cuando se dio una emergencia grave
en Bilbao, llevó en 24 hs. el Ejército a resolverlo.
Como aquel otro que desvió el Turia con buen acuerdo.
El quinto elemento, es sin duda, la solidaridad, pero hay una
solidaridad civilizada y cuando ésta falta, la suple el heroísmo salvaje de
los héroes.