domingo, 17 de agosto de 2025

Los drusos en el enjambre de Oriente Medio

 Artículo publicado en Ideal, julio de 2021

Para entender el rompecabezas que representa el actual y

eterno conflicto de todos contra todos, hay que ir por partes,

encajarlas en el todo.

Pensemos que en otros siglos existía una estructura

política, el Imperio, derivada de la fórmula romana. El sentido

de ese modelo de convivencia es que abarcaba en un solo

estado múltiples etnias, religiones e ideologías. Este sistema

funcionó bastante bien hasta el final de la segunda guerra

mundial.

Los imperios: español, francés, británico, austro-húngaro,

desempeñaban este papel. Especialmente, para nuestro tema,

el Imperio otomano, que tomó el relevo del Imperio bizantino,

su territorio y alguna de sus instituciones.

Los imperios están pensados a lo grande con afán

expansionista, pero a la vez, protegiendo la identidad de las

pequeñas etnias, religiones y culturas.

Actualmente los drusos son cerca de dos millones de

personas que mantienen creencias de origen islámico, pero

con muchas peculiaridades de todo tipo. Tienen sus propias

Escrituras, una interpretación alegórica del Corán y una gran

cohesión interna.





El ejército de Israel, que se pasea por Siria como en

territorio propio, ha bombardeado Damasco, para controlar el

confuso nuevo gobierno sirio y para defender a los drusos, que

como es propio de su idiosincrasia, quieren mantener su

personalidad frente a los demás grupos.

Una concepción mecánica de la geopolítica, nos diría que

estamos sufriendo todavía el efecto de la disolución de los

grandes imperios, en este caso, el otomano, pero también el

austro-húngaro que ha determinado las guerras de los

Balcanes, el ruso que decayó con el hundimiento de la URRS y

la caída del Muro de Berlín.


En todos estos casos, se habla de “estados fallidos” y la

etiqueta es muy precisa en todas las estructuras políticas que

van desde la frontera turca hasta la frontera de Israel,

incluyendo el Kurdistán en el Norte de Irak.

Los rusos y los chinos siguen creyendo en la fórmula

imperial que se basa en una fuerza militar y policial que quiere

salvar formalmente las diversidades, pero lo consigue con

dificultad, en ambos casos.

En el resto del mundo las pequeñas identidades nacionales

se agrupan en organizaciones como la Unión Europea, pero

carecen de verdadera decisión política y se sienten

presionados por las migraciones que, en gran parte, tienen su

origen en el reciclaje de los pueblos que no pueden ser

integrados en los estados fallidos y que tampoco son recibidos

de buen grado en los paraísos de destino.

Los drusos, los alauitas, las milicias chiitas, los gazapíes o

palestinos son las virutas, los efectos colaterales de las dos

guerras mundiales y de la caótica disolución de aquellos

imperios.

Recomponer los imperios, no es pensable. Los Estados

Unidos en el actual aislacionismo de Trump, funciona más

como un estado-nación que como Imperio. Los sucesores del

Imperio español avanzan, igual que otros pueblos migrantes,

huyendo de sus estados fallidos con la pretensión de saltar Río

Grande.

Los informes científicos, con una masa de cifras

estadísticas indigeribles sobre la situación mundial en todos

los aspectos de la vida, desde el cambio climático al balance

entre demografía descendente en el primer mundo y de

ascendente especialmente en África, producen un ánimo

deprimido que no es el mejor estímulo para resolver los

problemas.

Esas cifras, como los informes de bajas en las guerras, no

tienen en cuenta el valor fundamental de cada ser humano, su

talento y su capacidad de cambiar las cosas.

Ahora vemos como la mera información, la más ordenada y

categorizada, como la IA, acumula una carga insoportable

sobre nuestras espaldas. Ante ella, sólo la invención, la

iniciativa y la libertad, permite ver el mundo con esperanza.

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