Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, el 9 de diciembre de 2015

Los jóvenes universitarios sienten un atractivo romántico
por ese idealismo materialista. Es idealismo porque siempre es utopía, es
materialismo, porque proclaman la igualdad entre todos los hombres,
especialmente la económica, pero con el nivel de bienestar más alto posible.
Las cosas empiezan a aclararse en cuanto los antisistema
entran a gobernar parcelas de poder y a recibir puntualmente, la nómina de la
respectiva Administración.
En una sociedad tan erotizada como la nuestra, especialmente
la española, el cambio de rostros, la variante de estilos, gusta a muchos. La agresividad
verbal, la agilidad imaginativa, dan la impresión de que los jóvenes pueden
arreglarlo todo.
Heráclito, el oscuro decía despectivamente: “De un niño es
el reino”.

La permisividad de los padres, la creencia errónea de que
entrenar las fuerzas del espíritu, es una represión antinatural, tiene que ver
con esta situación. Además, carece de sentido porque, según ellos, no existe espíritu.
Es asombroso con qué facilidad se dicen las cosas sin
pensar. Sólo un ejemplo: No a las centrales nucleares, no al carbón, sí a las
energías renovables…
En una época de crisis mundial que afecta a todos los países
ese programa de buenos deseos, quiere ignorar que la energía nuclear es la más
barata y la más limpia. Las energías renovables son ya, ahora mismo, las que
encarecen la factura de la luz. Para rebajar este concepto se propugna suprimir
la iluminación navideña o la propia Navidad ante el disgusto general.
De pronto nos viene una guerra. No tenemos, todavía, los antisistema en el Gobierno. A dos semanas
de las elecciones. La utopía hace
“crack”. A muchos les asusta la sangre, les produce nauseas, la violencia
física (la verbal, no tanto). Todos están de acuerdo en hacer el amor (sin
compromisos) y la guerra no es más que metafísica al servicio de las
multinacionales.
Llega Tsipras en Grecia, y se encara con los magnates,
revuelve el universo mundo. A la hora de las cuentas actúa como un patriota.
Vengan los rescates, con el consenso de la gran mayoría.

En nuestro caso la guerra viene a nosotros, no la hemos
provocado. Una guerra no declarada, que tuvo su Pearl Harbour en el 11 S en
Nueva York y en el 11 M en Atocha.
Habrá que defenderse, digo yo, habrá que incrementar el
presupuesto militar, comprar armas y drones, trajes especiales y mascarillas
para la amenaza química, control de la población, de los medios de comunicación
y muchas cosas más en las que ya se empieza a pensar.
¿Se puede revertir el proceso?
En la actualidad los responsables de los países de Occidente
e incluso Rusia, piensan acabar con el terrorismo islamista a fuerza de
cañones. Las armas no se llevan bien con las letras de las Escrituras. Se
pueden neutralizar los focos más agresivos pero las Escrituras siguen ahí,
dispuestas a generar otros seísmos en el futuro.

Nuestra enfermedad es el miedo al sufrimiento, a la empresa,
a la profesionalidad, al matrimonio, al compromiso. La gente joven ya no se
apunta ni a pareja de hecho. Vamos camino del “single man”.
Una guerra de hombres solitarios no se gana ni se pierde, ni
se empieza. Una guerra sin familias, sin padres ni hijos, es una guerra sin
patria.
Europa defiende sus “valores”, especialmente la libertad,
pero no practica las virtudes.
Tener valores queda muy bien, viste mucho y no cuesta nada.
Hay que comprender que para ser libre hay que liberarse primero de nuestro
egoísmo. Eso exige renuncia, fortaleza para que los jóvenes empiecen a ser
libres afrontando el hacer familia.
Es preciso, entrenarse en la virtud: la justicia, la
fortaleza, la templanza y por supuesto, la prudencia que las rige a todas.

¿Cuál es el lugar idóneo?: la Familia siempre, la Escuela
luego.
El terror sólo dobla a los amantes de imponer en la tierra
el descanso eterno.
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