Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, el 9 de diciembre de 2015
La guerra no es plato de gusto para nadie. Incluso, para los profesionales de las armas. Existe una ínfima minoría de ciudadanos que la acción directa “les sale del cuerpo”. Desde su personal modelo de la justicia están convencidos que ellos y los que piensa como ellos, lo arreglarán todo al instante. Los “malos”, son las Instituciones, las estructuras y el sistema, malos por naturaleza, quienes estropean las cosas y crean una coraza impenetrable donde se estrella el buen ciudadano. Así pensaban Rousseau y los socialistas utópicos hace la friolera de más de dos siglos. Esa coraza además, sirve también para cobrar un sobre-impuesto derivado de la corrupción.
Los jóvenes universitarios sienten un atractivo romántico
por ese idealismo materialista. Es idealismo porque siempre es utopía, es
materialismo, porque proclaman la igualdad entre todos los hombres,
especialmente la económica, pero con el nivel de bienestar más alto posible.
Las cosas empiezan a aclararse en cuanto los antisistema
entran a gobernar parcelas de poder y a recibir puntualmente, la nómina de la
respectiva Administración.
En una sociedad tan erotizada como la nuestra, especialmente
la española, el cambio de rostros, la variante de estilos, gusta a muchos. La agresividad
verbal, la agilidad imaginativa, dan la impresión de que los jóvenes pueden
arreglarlo todo.
Heráclito, el oscuro decía despectivamente: “De un niño es
el reino”.
La sociedad occidental sufre una debilidad psicológica de
amplio espectro. Es una debilidad que ha nacido en un contexto de bienestar, de
seguridad, de comodidad, potenciados por la tecnología, tanto de trabajo como
de juego. El ordenador, el móvil y los videojuegos son el otro yo.
La permisividad de los padres, la creencia errónea de que
entrenar las fuerzas del espíritu, es una represión antinatural, tiene que ver
con esta situación. Además, carece de sentido porque, según ellos, no existe espíritu.
Es asombroso con qué facilidad se dicen las cosas sin
pensar. Sólo un ejemplo: No a las centrales nucleares, no al carbón, sí a las
energías renovables…
En una época de crisis mundial que afecta a todos los países
ese programa de buenos deseos, quiere ignorar que la energía nuclear es la más
barata y la más limpia. Las energías renovables son ya, ahora mismo, las que
encarecen la factura de la luz. Para rebajar este concepto se propugna suprimir
la iluminación navideña o la propia Navidad ante el disgusto general.
De pronto nos viene una guerra. No tenemos, todavía, los antisistema en el Gobierno. A dos semanas
de las elecciones. La utopía hace
“crack”. A muchos les asusta la sangre, les produce nauseas, la violencia
física (la verbal, no tanto). Todos están de acuerdo en hacer el amor (sin
compromisos) y la guerra no es más que metafísica al servicio de las
multinacionales.
Llega Tsipras en Grecia, y se encara con los magnates,
revuelve el universo mundo. A la hora de las cuentas actúa como un patriota.
Vengan los rescates, con el consenso de la gran mayoría.
Tener poder en una situación permanente de amenaza
terrorista, hace sentar la cabeza a los que van de héroes, mientras los hombres
de traje gris, los “pringaos” la sentaron hace bastante tiempo.
En nuestro caso la guerra viene a nosotros, no la hemos
provocado. Una guerra no declarada, que tuvo su Pearl Harbour en el 11 S en
Nueva York y en el 11 M en Atocha.
Habrá que defenderse, digo yo, habrá que incrementar el
presupuesto militar, comprar armas y drones, trajes especiales y mascarillas
para la amenaza química, control de la población, de los medios de comunicación
y muchas cosas más en las que ya se empieza a pensar.
¿Se puede revertir el proceso?
En la actualidad los responsables de los países de Occidente
e incluso Rusia, piensan acabar con el terrorismo islamista a fuerza de
cañones. Las armas no se llevan bien con las letras de las Escrituras. Se
pueden neutralizar los focos más agresivos pero las Escrituras siguen ahí,
dispuestas a generar otros seísmos en el futuro.
A medio-largo plazo, la solución a la decadencia de
Occidente está en la educación. Los vascos y catalanes nos han demostrado que
en un par de generaciones se puede cambiar la cabeza de la gente.
Nuestra enfermedad es el miedo al sufrimiento, a la empresa,
a la profesionalidad, al matrimonio, al compromiso. La gente joven ya no se
apunta ni a pareja de hecho. Vamos camino del “single man”.
Una guerra de hombres solitarios no se gana ni se pierde, ni
se empieza. Una guerra sin familias, sin padres ni hijos, es una guerra sin
patria.
Europa defiende sus “valores”, especialmente la libertad,
pero no practica las virtudes.
Tener valores queda muy bien, viste mucho y no cuesta nada.
Hay que comprender que para ser libre hay que liberarse primero de nuestro
egoísmo. Eso exige renuncia, fortaleza para que los jóvenes empiecen a ser
libres afrontando el hacer familia.
Es preciso, entrenarse en la virtud: la justicia, la
fortaleza, la templanza y por supuesto, la prudencia que las rige a todas.
¿Cómo se hace?
Primero creyendo en ellas, segundo entrenándose, repitiendo los actos de la
virtud respectiva.
¿Cuál es el lugar idóneo?: la Familia siempre, la Escuela
luego.
El terror sólo dobla a los amantes de imponer en la tierra
el descanso eterno.
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