miércoles, 8 de marzo de 2017

El conflicto entre el género y la especie.


                                                                                        Artículo publicado en el periódico Ideal, marzo 2017

La política de las palabras es la más importante porque sin ella, no es posible la democracia. Las palabras tienen su propio marco legal que se encuentra en la gramática y sobre todo en la ciencia que estudia el sentido de las palabras: la semántica.

Como la política, también se desenvuelve en gestos y guiños que tratan de mejorar las palabras, dándoles un sentido al gusto del vendedor, puede darse y será de hecho, el que en virtud de las intenciones previas y de los guiños correspondientes ciertos términos con el paso del tiempo y el cambio de las intenciones y de los significados, acaben diciendo, exactamente, lo contrario de lo que querían decir, 30 años atrás.

Lo sorprendente es que cuando se cambia el sentido del término por necesidades ideológicas, lo que antes era simplemente verdad aceptada por todos se convierte, de pronto, en banderín de enganche de una verdad absoluta que es defendida como el Santo Grial de los templarios.

El término “género” por imperativo de la revolución cultural y sus derivaciones, se convirtió en tema de debate científico en las universidades norteamericanas. El género, ya no era una categoría gramatical que reflejaba el sexo de una palabra sino algo mucho más complejo y filosófico: la opción libre de una persona sobre el sentido de ese término concreto.

En nuestra infancia, decíamos que había un género masculino, otro femenino, otro el neutro y aún otro llamado epiceno. “Buho”, pertenece indistintamente, a los dos géneros.

Había términos ambivalentes que por la presión de la rutina  que te han en el cerebro toda la vida: así decía el libro, “el puente y la puente, el color y la color, y algunos otros.

No se nos había ocurrido, todavía. a dónde podía llevar estas inocentes variables.

En tiempos no tan remotos, sabíamos que, en gramática, y en lógica, el género conjuntaba un número indeterminado de especies. De modo que las especies de un género, no podían pasar a ser especies de otro. Por ejemplo todas las especies del género animal, son animales y ni por amistad, se podía admitir que la especie de los pulpos que determina el género animal, pasase a ser una especie del género “motores de explosión interna”.. Y otros términos como el de igualdad, que tiene raíces históricas profundas, especialmente a partir de la Revolución francesa.

La libertad y la igualdad tienen un nivel distinto en nuestra jerarquía de valores. Siempre se ha considerado que la libertad, el poder de elegir o no elegir, de elegir esto o lo otro, es más deseable que la igualdad. A no ser que, rizando el rizo, postulemos que todos los iguales deben ser libres.

Desde la revolución norteamericana y su Constitución todos somos iguales, tenemos los mismos derechos y esto nos parece de sentido común. Si insertamos el concepto religioso de libertad, la igualdad de todos ante Dios, estamos de acuerdo en ello, aunque, al mismo tiempo, resulta que  estamos más convencidos todavía de que en la práctica, y de hecho,  somos desiguales y que esto, es un gran misterio.

Afirmamos rotundamente lo que decimos, pensamos y no practicamos, porque, iguales, iguales, sólo lo son los números de la tarjeta de Seguridad Social.

Hay una derivada de estos cambios que se le había ocurrido a muy poca gente: decir que el género no es genérico y que cada uno tiene el género que le venga en gana.  De modo que no hay dos géneros iguales y como ocurre también en la teología de Los Ángeles cada individuo, por su opción libre, se constituye en un género único: un género sin especies y que por tanto no admite determinación lógica.

La lógica y la semántica se les antoja algunos como materia prima que se puede manejar  caprichosamente y no pasa nada.


Afortunadamente, el ADN consigue que todo el mundo esté conforme con todo el mundo.  

Un concepto liberal del derecho consigue lo que no se le había ocurrido al fundador del homo sapiens: que la especie biológica se reproduzca  sin sexo ni género y no por un tipo de partenogénesis sino por procedimientos de laboratorio. Es curioso que el feminismo consiga que haya madres  sin  macho o macho sin madre y que una persona pueda tener varias madres y, aún más frecuente varios padres.

Sólo el ADN aclara las cosas y gracias a él, podemos saber quién fue mi progenitor que no es lo mismo que mi padre porque muchos progenitores no hacen un padre ni muchos padres consiguen hacer necesariamente una madre.

Sobre el papel, estas cosas no hacen daño pero en la realidad fáctica genera una inseguridad e incertidumbre que dura toda la vida de la víctima y que dicen los economistas que es malo para los negocios.

Como efecto de la costumbre y de  la adopción de un sentido de la libertad como real gana del instinto, sentimos la imperiosa necesidad, de hacer que los círculos sean cuadrados y que los animales domésticos como cualquier hijo de vecino, tengan sus derechos civiles puesto que son criaturas de Dios y gozan de una igualdad, a la que tienen derecho



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