El Santo Padre, Benedicto XVI, por
razón de su oficio, está situado ante el mundo como punto de mira y blanco de
diana. Si esto se da en el Papa no es
tanto por razones mediáticas o sociológicas sino porque todo cristiano por el
hecho de serlo y de ejercer de ello, es también y debe serlo en el contexto
histórico actual alguien a quien se observa
con todo detalle, algunas veces para imitarlo y otras para afinar la
puntería.
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Su trayectoria vital sigue las
pautas de toda vida humana. La juventud es ágil y vivaz, ávida de novedad,
cambio y reforma. El contacto con la vida en toda su dureza, hace madurar,
especialmente en un cristiano que, siendo hombre de fe -valga la redundancia-
se encuentra “bailando entre lobos”.
En su autobiografía inicial,
Benedicto XVI cuenta cómo quedó afectado por aquel ambiente de las facultades
teológicas, Ratisbona, Tubinga, donde la manipulación ideológica al servicio de
la política y en nombre de la libertad, situaba en la disidencia al que se
atrevía a disentir.
En sus últimas alocuciones, rememora
la repugnancia que siente por la actitud de los que se sirven de Dios para su
provecho personal. Esto nos enseña a los cristianos que no venimos al mundo
para acaparar poder sino a dar la vida para que los demás la tengan: Ésta es la
esencia misma del Cristianismo.
Otro aspecto propio de un
intelectual cristiano es ser valiente en la afirmación de las verdades en que cree,
a la vez, que respeta la libertad de opinión de los
demás. Sólo así, es posible un diálogo honrado, en donde los interlocutores no
“hacen el papel” sino que tratan de ver en el otro lo que puede enriquecernos, al
mismo tiempo trata de comunicarle lo que la verdad le ha enseñado desde su
interior. En este sentido, es paradigmático el diálogo con Habermas.
Ratzinger y su hermano, tocando el
piano a cuatro manos, nos ofrecen la escena encantadora y familiar, llena de
humanidad y ternura que son parte de su carácter: el encantador espectáculo de
un hombre tímido, a quien las multitudes no le atraen y para quien su ideal es
estar con sus libros, sus papeles y sus alumnos.
También debemos aprender del
Papa, los cristianos, y sobre todo los
intelectuales, a trabajar a fondo, atentos a los problemas de la gente, sin esperar que nos aplaudan o nos admiren.
Esta exigencia no es una táctica teatral que tan bien saben hacer algunos
políticos. Es una exigencia de la pureza, sin la cual no hay trabajo creativo posible.
No cabe hablar en serio de lo verdadero mirando, ansiosamente, al auditorio.
Ratzinger fue la sombra de Juan
Pablo II y quien le suministraba potencia intelectual. Desde este punto de
vista, su influencia, a partir del Concilio, ha sido creciente y desde su
nombramiento para la Congregación de la Doctrina de la Fe, decisiva.
Ratzinger fue, en su momento, el ángel intelectual de la
Iglesia durante más de treinta años. A él se debe, la que quizás, es su mayor obra:
El Catecismo de la Iglesia Católica cuyo nivel intelectual es único en siglos y
al que la gente corriente, puede acceder a través del Compendio. Su manera de
ser le lleva a trabajar en la sombra, sin que se note. Un intelectual humilde
La vida corriente del profesor
Ratzinger es el entramado sobre el que se edifica su coraje en las grandes
ocasiones que, necesariamente, acosan a todo Pontífice. Cuando se es puro -o
sea, verdadero- se es valiente en los momentos oportunos y no le han faltado
desafíos cruciales.
Una breve enumeración de algunos,
nos ayuda a recordar la envergadura de esos problemas y el valor que el Papa
tuvo que echarles.
La mano tendida a judíos y
musulmanes no le impide, en Ratisbona, dejar bien claro con mucha elegancia,
que con violencia, la causa de Dios, sale siempre perdiendo. La crisis de la
pederastia, la lucha sorda en la Curia, el tráfico de documentación privada,
donde se ha llegado a la mayor villanía. Sumemos, las rebeldías de los curas
austriacos, las monjas estadounidenses y la ruptura de relaciones diplomáticas,
nada menos que con Irlanda. En todos estos casos, el Papa, ha sido firme y
hasta contundente, sin vacilaciones ni ambigüedades.
Por otro lado, ha tenido el amor de
los jóvenes, admirados de que un hombre tan sabio les sea tan cercano: Dos millones
de chicos y chicas de todo el mundo en la JMJ de Madrid, movimientos
neocatecumenales que llegan a los
lugares más inesperados, fundando universidades en Cuba, China e Inglaterra, la
floración de vocaciones en nuevas órdenes que reemplazan el desgaste de las
antiguas, el crecimiento del Cristianismo en Asia y África.
Como “coda” final, la gran renuncia,
caso único en siete siglos, en donde queda claro que al Papa, después de haber
cumplido hasta el límite, vuelve a la soledad y al silencio de donde vino o de
donde nunca salió.
Enhorabuena por el artículo así como por las fotos escogidas
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