Artículo publicado por el periódico Ideal, octubre de 2016
Se puede ser materialista,
entusiasmarse con la Naturaleza y amarrarse “a lo que hay”. El materialismo se
presenta como progresista porque entiende el progreso como más de lo mismo. Más
carbón, más acero, mejor distribución de lo que se toca y de lo que se ve.
El idealista prefiere apegarse a lo
que no se ve ni se puede verificar. Los políticos y los negociantes aspiran a conseguir
poder y dinero. En principio, son unos verdaderos pobres de espíritu, porque
desde la nada de ser candidato o emprendedor que comienza, aspiran a satisfacer
su ego y acumular bienes y dinero. Creen que pueden hacerlo y, contra la
evidencia de su presente actual, que les señala como simples ganapanes,
conceden el mayor valor a lo que no ven ni pueden tocar, por el momento.

Esta perorata en torno al sentido común viene a cuento de la llamada
“ideología de género”.
Comprendo que alguien se sienta
feliz con los animales, que les tome un afecto que no saben dar a las personas.
Lo comprendo, porque cada uno administra su vida, según le permite su
capacidad. Las Ciencias Naturales, la Biología y la Ecología son parientes
cercanos.
Ahora, mantener el amor a la
Naturaleza y al progreso científico y, al mismo tiempo, decidir que uno
pertenece a la especie animal que le sugiera su libre opción, es algo superior
al entendimiento de más alto nivel.
Cabe, incluso, que haciendo “de todo el año un
carnaval”, solicite entrar en la manada de cebras o en el ejército de las
hormigas. Puedo querer y lo quiero, ser cómo decía Empédocles, que en otro
tiempo fue: “muchacho y muchacha y pez mudo en el mar”.
Amar la Naturaleza y romper sus
leyes más obvias, es una contradicción material, formal, real y lo que quepa en
la clase de las contradicciones.
Si además se intenta dar una aureola
científica a esa ideología, que más podemos pedir. Un regreso de la “cantante
calva” y de “la loca de Chaillot”.

El paso siguiente fue la
introducción en los textos infantiles de los conceptos básicos de “género”,
“opción libre”, etc. Ya no digamos el adoctrinamiento de los pequeños que no
distinguen “gustar” de “amar”,
De ahí pasamos a la formación de un
lobby, cuya influencia pasa por todas las escalas sociales, especialmente las
cercanas al poder y al dinero. Se trata de conseguir a medio plazo, que la “opción
libre” sea de obligado cumplimiento. Una opción, unida a otras que propician la
cultura de la muerte.
¿Cómo es posible que los
científicos, que saben lo que vale un peine, hagan oídos sordos a esta
ideología? ¿No está claro que los comportamientos que llevan a convertir la
especie humana en una especie a extinguir, se miren con indiferencia o hasta
con entusiasmo?
Decía Voltaire que “la opinión pública es el motor de la
historia”. Este aforismo que refleja el ambiente en los medios cercanos a la
Enciclopedia, en los salones exquisitos de las “Madames” y en las antesalas de los
reyes, tiene más fundamento en la sociedad mediática y digital en la que
vivimos. Quien controla el satélite controla hasta el color de los calcetines, de “l'uomo
qualunque”.
Lo más positivo de la “opción libre”
es el respeto para los que no piensan lo mismo.
No es fácil, con todo, conseguir
superar la vocación de poder que tiene la ideología de género.
Un signo negativo de esta tendencia
es que parecen convencidos de la verdad absoluta de su argumentario, lo que
excluye a los disidentes del mundo de las artes, la ciencia y de la
política.
Los medios de comunicación
especialmente la televisión son un exponente cotidiano de la “normalización”
del género. No sólo en España pero sí con más intensidad en nuestro país.
La historia, gracias a Dios, es
bastante imprevisible, lo que no quiere decir que no se deban prever,
parcialmente, algunos acontecimientos. A la postre, el resultado siempre tiene
un elemento de sorpresa.
La crisis económica, el “yihadismo”,
la masiva inmigración desde el Tercer Mundo, nos advierte de que hay un nuevo
giro, precisamente en la opinión pública occidental.
Hay algunas opciones: La reforma del
modelo económico que sustituya-en la medida de los posible- los “minijobs”, una
política de fomento de la familia y la natalidad, una discriminación positiva
de las familias numerosas que son las que suministran cotizantes a la seguridad
social, una educación que no se limite a destrezas y habilidades sino a formar
personas, todo ello y muchas otras medidas similares, son las únicas que
permitirían afrontar el desafío del futuro.
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