domingo, 3 de noviembre de 2019

Feminismo y nihlismo

Artículo publicado en el periódico Ideal en septiembre de 2019
El ser humano necesita saber distinguir lo importante de lo menos importante, lo necesario de lo contingente.
En líneas generales solemos decir que es una cuestión de sentido común. Ocurre sin embargo que el sentido común se diversifica según las personas y comienza entonces un conflicto social entre miles de perspectivas.
En esa situación, el sentido común es cosa bastante rara si nos fijamos en lo que transmiten los medios, las series televisivas y los comportamientos de la “casta”, los antiguamente conocidos como “pomada”, “espuma” y glamour” de la sociedad.
Cuando una sociedad no tiene claro el sentido común y lo importante pasa a ser accidental y lo contingente se hace necesario, se convierte en ingobernable.
Veamos, por ejemplo, el estatus antropológico de las féminas o qué respuesta damos a la pregunta ¿Qué es una mujer” y su derivada, por tanto “¿qué es un varón?”
Estas cuestiones se vienen planteando especialmente desde el siglo XIX y en el XX, de modo más radical,  se plantean en serio desde poco más de medio siglo, en los sesenta de la pasado centuria y de ahí a las versiones posmodernas.
Si, en la Royal Society se hubieran planteado estos temas, hubiera sonado una gran carcajada en aquellos nobles salones donde se preparaba el progreso científico y tecnológico.
Parece pues que el estatuto antropológico de la mujer es una cuestión que surge en sociedades democráticas avanzadas. Son un producto más del progreso moral y del progresismo.
Dos cosas son importantes respecto a la pregunta sobre qué es la mujer:
Lo primero es establecer la diferencia en relación con el varón. Sólo siendo diferente podrá afirmarse la identidad de ambos en cuanto personas.
La defensa de los derechos de la mujer como mujer, sólo será posible si hay mujeres y la identidad con el varón, sólo se entiende si hay varones.
La unidad del género humano se sostiene en su diversidad. Defendemos los derechos de la mujer precisamente en su relación con el varón.
¿Somos todos iguales? La igualdad absoluta de todos con todos es, decía Hegel, “como la noche oscura donde todas las vacas son pardas”.
El feminismo más que un concepto antropológico de mujer y varón aporta una categoría política iluminada por Simone de Beauvoir, Michel de Foucault  y los intelectuales universitarios de la revolución cultural, tal como iniciaron los intelectuales que restauraron ideas del socialismo utópico del siglo XIX.
La opción de género sólo se entiende si por género entendemos no el género humano sino la orientación sexual de cada uno en un menú de más de cien variantes.
Por tanto no se nace con un género sino con la opción de elegir.
Este voluntarismo del género señala que nacemos indeterminados y que nuestra identidad surgirá con la opción.
No hay pues punto de partida o naturaleza común sino que la naturaleza si se nos permite la forzada expresión es un constructo de la voluntad a partir de cero: un acto creador.
En el fondo está idea viene dada por la economía de mercado en donde se oferta lo que va a tener demanda y todo depende del gusto de cada cual. Los economistas ingleses como Adam Smith fueron todos teóricos del gusto estético.
Esta versión radical del feminismo-“feminismo de tercera ola”- deja a la mujer y al varón como opciones de la voluntad libre. Con ello llegamos a este absurdo: la unidad del género humano que garantizaba la identidad de la persona en sus dos versiones, deja paso a un escenario de absoluta inseguridad ontológica.
En un contexto de nihilismo y relativismo, los seres humanos son átomos absolutamente indefinidos y que se espera que acabarán definiéndose. Esa inseguridad del que no sabe quién es y que se ve obligado por la Agencia estatal de identidad a elegir ya su orientación, crea problemas de tipo, incluso psicológicos.
Esos problemas se incrementan infinitamente si la opción de género no se consolida en la primera elección sino que permite la vuelta atrás y optar en cada momento de una orientación sexual distinta.
Esta posición que es la actual fase hace del movimiento feminista un auténtico ciclón revolucionario, capaz de disolver toda estructura y sobre todo la de persona.
El concepto romano-cristiano de persona va ligado a dos principios: persona es quien puede presentar una demanda ante un juez y que en Roma era facultad de los ciudadano-cives. Es por tanto un concepto jurídico-político.
El Cristianismo rechaza ese concepto político de persona por considerar la igualdad de los sexos en el marco del Derecho, por ser indistintamente, hijos de Dios.
Ambos modos sucesivos y ensamblados de concebir a la persona, presupone un orden jurídico que garantice el libre ejercicio de los derechos de la persona: políticos, sociales, económicos, etc.
La opción de género, en esta última fase posmoderna de la tercera ola, socava todos los referentes y todos los contrafuertes que hacen posible la sociedad humana.
Estamos-en los proyectos de este radical feminismo en una sociedad de átomos que pueden ser cualquier cosa pero no son nada porque, de ser algo, se liquidarían toda posibilidad de opción.
El nihilismo en estado puro.
Nada ya es importante, nada necesario. Sólo importa lo superfluo. Esta  concepción convierte lo insustancial en absoluto, según aquella frase-tenida por aguda- de Oscar Wilde: “A mí que me den todo lo superfluo y me quiten lo necesario”.

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