viernes, 4 de junio de 2021

La Ley del corazon

 Articulo publicado en el periódico Ideal  en mayo de 2021



El lenguaje que manejamos a diario y cualquier otro, como el lenguaje digital o el que circula por todo el universo, en ocasiones, a la velocidad de la luz, tiene una estructura interior, más profunda que el estructural lingüístico.

Todo mensaje transporta una intención y toda intención pugna por expresar un juicio que mide al Mundo.

Algunos consideran el lenguaje como una herramienta utilitaria de manipulación de la opinión. Decimos entonces que se habla con “mala intención” o que la intención del mensaje es falsear la realidad o aún más allá, que el falsificador está construyendo un mundo artificial donde cree dominar al universo de los engañados por él. Esa pretensión es ilusoria, porque la gente no es tan tonta. El daño, no obstante, que se hace a la sociedad es inmenso, aunque, afortunadamente, pasajero. La verdad gana siempre porque nos dice lo que hay mientras la falsedad es sólo lo que parece.

No es trivial comprobar el enlace entre la intención lógica y la moral.

Este entrar en la tarea de unir la verdad del corazón con la verdad del Cosmos (Pascal, Kant), tiene un sendero relativamente fácil de entender, aunque no tan fácil de seguir.

Esta expresión, “la verdad del corazón” no se refiere ni al corazón de los cardiólogos cuyas palpitaciones reflejan estados del alma, ni el corazón de los poetas que creen escapar de la realidad del mundo, manejándose con fruición, en el mundo de las posibilidades meramente pensadas. Ambos modos de entender el corazón no son en absoluto despreciables porque el primero atiende a nuestra infraestructura biológica y el segundo, despierta en nosotros la nostalgia de la permanencia en la vida plena.



El corazón de la verdad tiene que ver con el coraje en un sentido intermedio entre la noción hebrea que identifica el corazón con el ser total del hombre y el pensamiento griego que hace del coraje el alma de los héroes.

Hay un momento fontanal en el interior del hombre que le permite entrar en contacto íntimo con la verdad. Es aquel lugar del tiempo en el que uno se encuentra sólo consigo mismo. Siendo en el cuerpo la víscera cardiaca, el órgano más íntimo físicamente y siendo sus latidos lo más delicado, la soledad de uno consigo mismo es más íntima todavía.

Es así porque en ese interior sólo y vacío el hombre se encuentra pobre y desnudo. No lleva joyas, ni maquillaje ni le sirve para nada la tarjeta de crédito. No tiene nada, salvo a sí mismo.

Muchos, ante esta pobreza interior, se asustan y se lanzan velozmente a los grandes viajes en hoteles confortables del Tercer Mundo. Tal vez si salen a los barrios de la periferia se sienten por un momento, sumergidos en la falsedad. ¿Qué hago yo aquí? Tantos sufren y mueren injustamente, andan desnudos o están presos en sus infiernos. ¿Qué hago yo aquí: un miserable como yo en un lugar como éste?

La felicidad humana, el mayor éxito que el hombre puede alcanzar en esta vida es saber convivir consigo mismo, en ese cuarto destartalado y sin muebles que, a primera vista, da miedo.

En ese ecosistema que es nuestro interior, no hay nada que pretender, nada que poseer, nada que intrigar ni manipular. No es el caso ponerse a manipular uno a sí mismo. Sólo conmigo nada me limita, estamos disponibles para beber del manantial que no cesa de dar, gota a gota, el sabor de lo verdadero.

 

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