viernes, 26 de febrero de 2021

El valor del sufrimiento

 Artículo publicado en el periódico Ideal en febrero de 2021



La respuesta general de los humanos ante el sufrimiento oscila entre la resignación y la repugnancia. Más difícil resulta aceptar que las diversas clases de sufrimiento encierran un valor estimable. La medicina que trata de los cuerpos y la psicología que trata más de la mente que del alma, se vuelcan para eliminar los dolores físicos y psíquicos, con la intención de suprimirlos mediante calmantes y técnicas de sofronización que consiguen afrontar el dolor con serenidad.

El dolor sin embargo no es una cosa que se apodera de nosotros como un oso que abraza su presa. Es algo que les pasa a las personas.

¿Qué diferencia hay?

Las personas no son sólo cuerpos con dimensiones físicas que permiten meterlos en una caja como un bulto cualquiera.

El dolor y el sufrimiento de todo tipo son algo que siente el que los sufre. Es un suceso que me ocurre a mí y no a otro, algo que viene personalizado y que, al desafiarme, requiere una respuesta personal y en definitiva, una llamada a nuestra libertad.

Hay que excluir aquellos dolores físicos o psíquicos que paralizan por completo y que deben ser atendidos mediante los cuidados paliativos. Estos dolores son estadísticamente poco probables y como decía Epicuro, no es razonable temerlos.

Lo que nos ocurre a diario, son contrariedades o enfermedades más o menos graves que no anulan nuestra libertad.

En ese concepto entran los innumerables males que sufre todo el mundo si no hoy, será mañana.

En nuestro tiempo de pandemia vemos demasiada gente encogida en sus domicilios y en el otro extremo, jóvenes y no tan jóvenes que en una huida hacia adelante, hacen como a quien no le importa nada el dolor propio y ajeno y lo ahogan con cubatas y estupefacientes.

El pánico o la rebeldía son formas comunes que van de la depresión al delirio.

Hay que encontrar una respuesta humana a estas situaciones que no se resuelven con vacunas porque son remedios pasajeros y que generan una esperanza también pasajera.

Una serie de rasgos permiten entender la naturaleza del sufrimiento.

Primero: Todo placer supone su dolor correspondiente.

El placer es el resultado del buen funcionamiento de nuestras facultades. La buena salud tiene como contrapartida, la mala. Todo equilibrio debe contar con el desequilibrio.

Segundo: Lo que nos sucede, bueno o malo es pasajero y cambiante. Si va mejor, cesa el problema y si va a peor, sólo puede ocurrir que mejore o que cese con la muerte.

Tercero: Excluidos ya, aquellos dolores que anulan la libertad, hay que procurar adquirir un estado de conciencia en el que dolores y contrariedades queden objetivados y nuestra conciencia se vea en la necesidad de afrontarlos libremente.

La naturaleza de toda contrariedad violenta nuestra libertad y nuestro bienestar. Es además de pasajero, inevitable, lo que debe ser asumido de antemano. Igual que tenemos cabello, tendremos contrariedades.

Estos ataques a nuestro equilibrio tienen una solución sencilla y sin contra indicaciones. Volcarse en el sufrimiento ajeno y dejar el propio en segundo plano.

Esta cura del dolor por el olvido de sí mismo, provoca una natural alegría que se produce cuando alguien hace algo bien. El mal ajeno cura el nuestro.

La esencia del Cristianismo no tiene que ver con la risotada pagana ni con el miedo a la vida sino con la alegría permanente que se cura a sí misma al volcarse en los otros.

Es el sufrimiento de Cristo que resuelve la contradicción.

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