Artículo publicado en Junio de 2023, en el periódico Ideal
La cristalización del cristianismo en comunidades que llamamos
“iglesias” se dio desde el principio. En los Hechos de los Apóstoles
está claro. También lo está que desde el punto de partida hubo
disidencias. Primero, la Iglesia aparecía a los judíos como otra secta
entre muchas y así lo pensaron los romanos. Una secta greco-judía
cuyo idioma oficial era el griego y en griego se redactaron todos los
evangelios y los escritos apostólicos del siglo I.
Paralelamente el Imperio Romano fue evolucionando y- dado el
crecimiento de los cristianos en las ciudades- trató primero de
eliminarlos y luego de hacerse con su favor, unas veces apoyando a
unas comunidades frente a otras y otras a la inversa.
El gobierno del Imperio desbordaba las posibilidades de un sólo
hombre y Diocleciano que además de perseguidor del Cristianismo,
fue un político inteligente, empezó a delegar competencias en
personas de confianza, con títulos cercanos al suyo, césares y
augustos.
La segunda fase de ese desarrollo la llevó a cabo Constantino que
después de vencer a Majencio, con el favor de los cristianos, publicó el
Edicto de Tolerancia de 313 d.C., acabó con las persecuciones y
trasladó la capital del Imperio a Constantinopla, la actual Estambul.
La Historia no es una encarnación del Catecismo, sino que sigue un
diseño propio.
Ya había comenzado un desplazamiento de la capital de Roma a
Milán, pero desde aquí no se podía abarcar una extensión tan vasta.
El papa como Obispo de Roma siguió en su sede. Este hecho
visualizaba la distinción entre el poder temporal y el espiritual.
Esta ventaja no duró mucho porque establecido en Constantinopla,
y en un medio cultural mucho más rico que en Occidente, el obispo de
Constantinopla fue adquiriendo junto al emperador la categoría de un
“papa paralelo”.
Entre tanto, el idioma de la Iglesia de Roma empezó a ser el latín lo
que, junto al acceso de los bárbaros a los puestos de mando,
significaba un cierto empobrecimiento intelectual.
O sea que Oriente tomó un prestigio y relevancia humana que
culminó en el siglo V. con Justiniano.
Roma pronto estuvo a merced de los bárbaros, se convirtió en el
pariente pobre, aunque reconocido por todos de alguna manera hasta
el Cisma definitivo en el siglo IX y desde ahí hasta hoy.
Cuando se desintegró Occidente, Constantinopla se configuró
como un imperio nuevo, Bizancio, que conservando en grandes líneas
la doctrina, la moral y la esencia del culto de Roma siguió su propio
camino, extendiendo el Cristianismo llamado ortodoxo por los
Balcanes, por Kiev en Ucrania y hasta Rusia.
Los caracteres de esta gran entidad político-religiosa era la
identidad entre la Iglesia y el Estado que se denominó cesaropapismo,
el militarismo sistemático, lo que permitió mantenerse independiente
hasta el siglo XV.
Esta herencia explica la posición del patriarca Kiril de Moscú, de
alguna manera heredero del prestigio de Constantinopla y del actual
obispo de Roma, Francisco y jefe de Estado del Vaticano.
La costumbre multisecular de las iglesias ortodoxas es la de
sumisión al poder político. La tradición católica desde la caída del
Antiguo Régimen es el gradual intento de evitar esa sumisión y
conseguir un ámbito de autonomía que le permita evitar las presiones
ideológicas de los distintos estados.
Como es bien sabido la política rusa es autocrática, como siempre,
siguiendo las tradiciones de Bizancio.
La Iglesia de Roma se extiende sobre tal diversidad de pueblos y
culturas, inmersa en la Historia de Occidente que trata de entenderse
con todos, como ya se observa actualmente en China.
De lo que pase en Ucrania depende, en buena parte, la
materialización del ideal ecuménico.
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