Artículo publicado en Ideal, junio 2025
Las guerras no debieran comenzar nunca porque son una
contradicción dentro de la propia especie humana. Demuestran, más aún
con la técnica, que la especie humana puede destruirse.
Si, a pesar de todo es necesario iniciarlas, deben ganarse. Lo que
Perogrullo no admite es empezar una guerra que se sabe no se puede
ganar.
Aquellas “operaciones especiales” que ponen en jaque la integridad
territorial o cultural de una nación, sólo se pueden ganar si, por vía de
exterminio, se consigue hacer desaparecer tal nación.
Nuestra Guerra de la Independencia es una prueba. No importa la
superioridad numérica o militar del invasor. Este hecho está en razón
directa del espíritu del invadido, que carga en sus maletas una historia,
una civilización y una cultura.
Las guerras en el presente tratan de ahorrar vidas humanas,
poniendo el acento en la guerra híbrida, en los ataques masivos con
drones y misiles balísticos. No siempre se consiguen resultados. Fuentes
de la propia Rusia, elevan a dos millones de muertos entre rusos y
ucranianos. La nación invadida suele echar mano de guerrillas, al estilo
del Mossad israelí. Así los ucranianos atacaron y destruyeron cuarenta
bombarderos rusos situados a miles de Kms. Esto suele ocurrir cuando
hay una gran desproporción entre el invasor y el invadido. Sucedió en
España, en Viet-Nam, en Afganistán, en la Yugoeslavia de Tito frente a los
nazis.
Un caso que da mucho que pensar es la situación bélica en Oriente
Medio.
Más de año y medio masacrando infraestructuras y población por vía
de bombardeos y de hambre, pienso sencillamente que Israel no ha
conseguido un control efectivo de la franja de Gaza.
Sigue habiendo un Gobierno, unos Ministerios, unos negociadores,
unas milicias armadas y más de cincuenta mil muertos y cientos de miles
de heridos y desplazados.
La guerra se desvía hacia el Norte, con bombardeos masivos en el
Sur del Líbano, en Siria (Damasco) y esta semana en el propio Irán.
Tal vez los israelíes estén dando palos de ciego, aunque son muy
precisos en eliminar personas, pero puede que una ola de frivolidad
empuje desde Washington a “mayores empresas”.
Ganar una guerra exige ocupar el territorio y quedarse. Este es el
problema: la idiosincrasia de la población, en este caso el islamismo, la
historia y la etnia.
Se dice pronto desalojar Gaza y construir una Costa Azul de casinos y
hoteles.
Ni la guerra de Ucrania se acaba en una hora ni la invasión del Irán:
Restaurar al hijo y sucesor del Sha, Reza Pahlevi, es más un problema
que una solución.
La raíz étnica, cultural y religiosa en toda el área, le hace impermeable
a la democracia occidental. Cuántas veces se intentó, se fracasó.
Estamos hablando no sólo de personas sino sobre todo de tribus.
Queda en pie el supremo argumento de la supervivencia de Israel en
un territorio tan estrecho desde el Jordán al mar. Problema paralelo el de
la Gaza de Hamas.
Dicen los hebreos que la población de Gaza son todos terroristas.
También lo fue el Vietcong, y en la opinión de Trump todos los
emigrantes, los universitarios y los periodistas.
Tendencia peligrosa que nos acerca mano a mano al contubernio
judeo-masónico y la máquina del fango.
La vieja sentencia “Si amas la paz, prepárate para la guerra” funcionó
en la guerra fría por miedo a la guerra nuclear. Hoy, una sola bomba de
reducido tamaño, lanzada desde cualquier punto del espacio geopolítico,
hará desaparecer los Santos Lugares.
La fe y el espíritu no ofrecen diana a tal barbarie.
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