lunes, 12 de octubre de 2020

Del suicidio asistido a la muerte libre

 Artículo publicado por el periódico Ideal, octubre 2010


La eutanasia, como el aborto, la guerra  y como la misma pena de muerte, plantean el siguiente problema de fondo: ¿Puede el hombre individualmente o por la representación de sus instituciones asumir una decisión libre sobre la vida y la muerte?



En las Declaraciones históricas que enuncian y proclaman los Derechos del Hombre, se determinan libertades y posibilidades pero no se entra a definir el contenido semántico de esos derechos.

Se habla del derecho a la vida, a la propiedad o a la libertad e igualdad pero no se concreta su contenido: ¿Qué debemos entender por vida, familia, propiedad e igualdad?

A los padres Fundadores de la Constitución de los Estados Unidos no se les ocurrió la necesidad de definir esos conceptos porque actuaban según el más elemental sentido común.



El “desarrollo progresivo” de la civilización ha llevado a ir más allá de la libre decisión sobre los nombres, hasta la libre decisión sobre los significados de esos nombres.

Cualquier definición de cualquier diccionario puede ser puesta en cuestión.

¿Qué es vivir o qué es morir? ¡Vaya problema!

Si queremos tener seguridad jurídica sobre esos temas no hay más que un camino “¡Decidámoslo!”. Ya es hora de que la Humanidad se libere de tópicos e inercias y tome en su mano las riendas del propio destino.

Podemos tomar esa decisión metafísica de trocar las definiciones de los diccionarios en sus contrarios, el verdadero problema es si debemos.

Recordemos de paso, que a principios del siglo XX, André Bretón entendía el surrealismo como una revolución liberadora y años más tarde, el teatro del absurdo con Samuel Becket e Ionesco, hacían del absurdo un método demoledor, que era una manifestación de su anarquismo intelectual.

Pero veamos el destino a dónde nos lleva la libertad absoluta de decisión sobre estas cuestiones.

Si la vida es lo que la madre decide por vida, si la propiedad es lo que el okupa decide por propiedad, si el sexo es de libre decisión, si la justicia es lo que decida la política, si la sanidad es para los más útiles y carece de sentido para los ancianos, si la igualdad y la identidad depende de la libre decisión de cada uno y no de la aritmética, la conclusión no es cómo pudiera parecer, “un  casi absolutismo”, sino el absolutismo de la dictadura.

Porque la arbitrariedad es el caldo de cultivo de la dictadura.



El feto, el enfermo terminal, el anciano, el enfermo mental serán redefinidos por el estado o por el aparato de propaganda que convenza a cada uno de ellos sobre lo que son.

Esta ruta, que la sonrisa orwelliana del Gobierno, está recorriendo  y con gran rapidez, es una  máquina demoledora del Estado de Derecho, en donde los derechos se reconocen, no se deciden.

Todas aquellas paredes maestras del sistema: la Judicatura, las Cortes, el poder moderador de la Monarquía se encuentra a merced del arbitrio de una sola persona.

El Rey que es el poder moderador del Estado de Derecho, se encuentra sin poderes que moderar, siendo él mismo, moderado.

Lo que sea vida o muerte, lo que sea propiedad o libertad, lo decide, según Hegel, uno que en los antiguos Imperios asiáticos era el Emperador.

Porque los emperadores, tenían una alta idea de la libertad, la más alta: la que sólo ellos ejercen.

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