martes, 27 de julio de 2021

La familia: una fortaleza

 Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2021




La fortaleza, una virtud que tiende a superarse a uno mismo en los asuntos difíciles. Se evidencia más a la hora de resistir que a la de atacar y es más visible cuando se practica con los amigos que no con los enemigos.


El miedo, que en principio carece de valor moral, siendo un mero sentimiento, es un mecanismo nervioso que inhibe las neuronas. El organismo se encoge, se “arruga” y queda paralizado ante el enemigo real o imaginario. El miedo se puede disminuir con estimulantes, pero tampoco, la química produce virtud que es el hábito por el que uno obtiene la felicidad con esfuerzo.


Se oye decir que la gente no quiere casarse porque ante las dificultades presentes se “arruga” y prefiere gozar de los placeres del matrimonio sin las cargas del matrimonio.
Es incierto que los jóvenes con miedo al trabajo, al sacrificio y a las dificultades de la vida, alcancen la felicidad en esta vida y en ninguna otra.


Todas esas nobles palabras como dignidad, autonomía, libertad, se emplean con cierta frecuencia como si fueran frutos del árbol de la vida que florecen en los jardines del Edén.
Es verdad que todos los seres humanos, incluyendo los embriones son dignos, virtualmente autónomos y libres. Eso sólo ocurrirá si desde la infancia se les muestra el sentido deportivo de la vida. Uno es libre y digno cuando se lo trabaja y esto es verdad incluso para muchos discapacitados.


Al hablar de la familia, solemos, en ocasiones, ocultar el rábano con las hojas. Parece que la emoción, la erótica y el sexo son las motivaciones que llevan a la gente a casarse. En cuanto, en nombre de la autonomía, percibes que todo ello se alcanza fuera del matrimonio, cae de su propio peso, que casarse no proporciona ninguna ventaja.

Cuando hombre y mujer se encuentran bien en compañía, se gustan y se quieren, nace la idea de hacer una historia juntos.


Hoy en nuestro entorno, aquí y allá, conocemos chicos y chicas menores de treinta y tantos años con seis y siete hijos con sueldos rozando la subsistencia.
¿De dónde sacan el valor? -se oye- y la respuesta es siempre la misma: porque se quieren, se aman.


El amor de benevolencia incluye todos los matices del amor, porque el rábano y las hojas no tienen por qué contraponerse. Lo importante es que los hijos estén contentos y felices porque ven que sus padres lo son.


¿Por qué el miedo al matrimonio? La v
erdadera razón es porque la gente no sabe querer hasta el sacrificio, no sabe darse.

Miedo a la aventura, al futuro vaivén de los sentimientos, a lo desconocido. Lo cierto es que quien piensa así no ha encontrado la persona con la que se encontraría a gusto toda la vida.
¿De dónde viene el miedo? ¿Por qué no atreverse?


Se vive bien sin responsabilidades, dedicándose “full time”, al cultivo de sí mismo, perdiendo la ocasión de dedicar la vida, al cultivo de los demás.


No hay trabajo, no se pueden pagar las hipotecas, incluso, “los niños contaminan”. Eso no son razones sino circunstancias y ¿desde cuándo el amor se ha parado a pensar en las circunstancias?


 Es duro pensar que ese abandono de la vida, lleve al abandono de la propia felicidad.
Algo tan sencillo como “ganarse la vida” en todos los sentidos de la expresión, produce un terror paralizante, muchas veces cubierto por el piadoso velo de “orgullo”, “dignidad”, “libertad”.

Occidente declina, no por la política o la economía sino porque prefiere la comodidad a la fortaleza.

 

 

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