domingo, 24 de julio de 2022

Los cielos hablan de la gloria de Dios

 Artículo publicado en le periódico Ideal, julio 2022


El telescopio James Webb acaba de transmitir unas imágenes

prodigiosas de espacios siderales, profundos, nunca antes

observados gracias a una tecnología no empleada anteriormente.

Hay, además de las imágenes, una novedad radical cuya

reproducción ha sido posible gracias a otra novedad radical. Entre el

instrumento y el firmamento que ha sido puesto visualmente a nuestro

alcance, estamos nosotros los espectadores, empezando por los

ingenieros de la NASA y sumándose a ellos, todos los hombres y

mujeres del mundo mundial.



El hecho es impactante y nos permite reflexionar sin grandes

especulaciones.

Por de pronto, desde la más remota antigüedad, los humanos

tuvieron a su alcance el cielo que aun llamamos firmamento porque se

creía, entonces que las estrellas del fondo eran fijas.

La astronomía y la astrología, son un intento de interpretar los

sucesos humanos, apoyándose en las conjunciones de las

constelaciones y su valor simbólico, tal como vemos en el zodiaco.

Son tan antiguas como el mismo hombre.

Lo que ahora tenemos son unas fotos ampliadas que nos permiten

ver lo que ya habíamos visto a escala minimalista y lo que, por la

potencia del telescopio, ahora vemos lo que nunca habíamos visto.

La potencia de la imagen y su resolución, nos hacen llegar registros

que muestran el estado del cielo hace millones de años luz, en la

búsqueda del momento inicial del Universo en el Big Bang.




Al filósofo de la ciencia se le ocurre pensar que esas estrellas, esos

planetas y exoplanetas, esas nebulosas y esos gigantescos huracanes

que debe producir la traslación de esas masas en sus respectivas

órbitas, siguen un reglamento preciso. Tienen un “reglamento”

preciso. Todo lo que existe vivo o muerto sigue unas normas. Cuando

no las conocemos o los elementos son innumerables, decimos que se

mueven por azar.

Sabemos que el cielo está ahí fuera de nosotros y que nuestros

telescopios son unas gafas de aumento con dispositivos de fotografía

y luz que saben utilizar los ingenieros, pero también es cierto que los

astrofísicos y demás espectadores somos personas de verdad como

también son de verdad las estrellas y los telescopios.

Nadie va a dudar de todo esto.

Einstein parece que le dijo a su hermana cuando le hicieron un

homenaje multitudinario en Japón: “Me siento como un estafador al

que la policía va a detener pronto”.

Ese sentimiento honrado revela que el gran físico sabía distinguir


entre las leyes que él descubrió y su propia mente.

Las leyes funcionan desde el Big Ban pero Einstein no las

reconoció, hasta 1905.

Todo funcionaba admirablemente según ecuaciones que dirigen

las estrellas, pero qué éstas ignoran. Sus masas enormes, sus

velocidades vertiginosas, raramente colapsan y, en general, no se dan

atascos.

El astrofísico o el mismo lector puede admitir que las cosas no son

personas y las ecuaciones tampoco pero que no se “fabrican”

ecuaciones sin personas.

Las ecuaciones según las cuales se mueven las estrellas y nosotros

mismos, sólo puede haberlas pensado una Mente prodigiosa.

Al final de su “Crítica de la razón práctica” Kant exclama: “Hay dos

cosas que me estremecen: el cielo estrellado encima de mí y la ley

moral dentro de mí”. Era un honesto ilustrado que dio el salto desde el

mundo de los fenómenos al yo transcendental que los hace posibles.

No es un yo experimental sino la condición de todo experimento.

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