domingo, 19 de febrero de 2023

La reacción contra la verdad

 Artículo publicado en el periódico Ideal, el 9 de enero de 2023


El término más utilizado para definir la actual situación, es la de

“incertidumbre”. En términos informáticos significa falta de

información a la que se suma la creciente desinformación.

Es difícil llegar a las fuentes de información dignas de crédito

porque la información tiende a generar una concepción del mundo

actual y es más fácil inventar la realidad que comunicarla.

Los frentes en los que los problemas amenazan con estallar son

múltiples y están cerca de cada ciudadano en el precio de la luz, de

la compra o en los despidos masivos. La microeconomía familiar

está bien informada por recibos y facturas, la incertidumbre está en

la metafísica del embrollo, en las causas últimas del mismo.

Parece evidente que desde la pandemia y la guerra se están

haciendo grandes fortunas tanto en el acaparamiento y la

especulación como en la venta de armas.

El hecho de que las empresas energéticas o las grandes

plataformas digitales manejen cifras de decenas de miles de

millones, cuando el nivel de pobreza de una gran parte de la

población crece a ojos vista, permite entender que salten los

titulares que magnifiquen la pederastia en el episcopado francés o

el independentismo catalán, el cambio climático y como el nivel del

mar crecen por el deshielo de los glaciares que en realidad debiera

significar que tenemos más agua a nuestra disposición.

Como inventar la verdad es más fácil que decirla, el papel del

periodismo de investigación que hace reventar la podredumbre que

aflora en muchos puntos del planeta, cobra la importancia tal como

expresa el número de periodistas asesinados, allí donde la verdad

es más necesaria.

Para evitar redundancias no vamos a enumerar los países en que

los informadores caen día tras día mientras los gobiernos miran

hacia otra parte.

Cuando algún creativo propone establecer un Ministerio de la

Verdad, tiemblan las carnes como cuando hay países que mantienen

una “policía de la moral”.

El hecho mismo de llamar a la mentira con el pomposo nombre de

“posverdad” indica claramente que no se quiere llamar a las cosas

por su nombre.

El término “posverdad” lleva el sello de las ideologías del progreso

indefinido. Al decir “posverdad” insertamos la mentira en la línea

histórica en la que con más o menos zigzag, cada momento mejora

el anterior. La “posverdad” es la superación de la verdad por

elevación.

Por ese procedimiento, los partidarios de la verdad, son

reaccionarios y los practicantes de la “posverdad”, revolucionarios.

Es lo mismo que decir, en una perspectiva adolescente que los

revolucionarios son los “guay”, los “buenos”.

Antonio Gramsci, de la serie de intelectuales comunistas italianos

de gran calibre intelectual, hizo más por el comunismo que

terroristas que prefieren las bombas a la inteligencia. Su idea del

intelectual “orgánico” en un contexto más leninista que estalinista,

pensaba que la lucha de clases era, siguiendo a Maquiavelo, una

cuestión de cabeza más que de pies.

Afortunadamente las mentiras no tienen la última palabra de la

historia y no la pueden tener porque ellas son lo que no hay, no

pueden prevalecer sobre lo que hay.

Es bueno advertir que la verdad es más del corazón que de la

retórica, mientras que el engaño anda por el extrarradio, por el

mundo de las contingencias políticas o las ficciones teatrales.

Los galgos ladran, cada vez más lejos pero el corazón no se inmuta.

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