domingo, 6 de noviembre de 2022

Al borde no, después

 Artículo publicado por el periódico Ideal, octubre de 2022


Los que empiezan las guerras suelen casi siempre creer que van a

ser cortas. Para eso tienen estudios, pero guerras cortas desde finales

de 1945 no ha habido casi ninguna: Las Malvinas quizá.

Esta movilización parcial de Rusia que quiere incrementar en

300.000 hombres las fuerzas que ya combaten en Ucrania, es otra

cosa. Parece más bien el último episodio de la II Guerra Mundial.

Las motivaciones psicológicas del Presidente Putin sólo las

conocemos a través de la propaganda, o sea, no las conocemos, pero

deben existir razones objetivas muy graves para que se haya atrevido

a una operación cuya naturaleza real es inconfesada y cuyos efectos

colaterales son globales, profundos y sin expectativas de solución.

Como todos comprendemos- ya los polacos se están administrando

yodo- la mayor amenaza viene del peligro nuclear.

Mientras los medioambientalistas están haciendo planes para la

década de los cincuenta, la expectativa real e inmediata de Europa se

cuartea por los cuatro costados.

El poder del espíritu de Occidente se ha mostrado poderoso en

Londres, pero en forma difunta. Los Estado Unidos cerca de las

legislativas están en ebullición porque los republicanos pueden volver.

Los problemas de cualquier magnitud ya están resueltos de

antemano, aunque las observaciones inmediatas no lo puedan

descifrar. Lo que sí es evidente que toda guerra acaba en una paz, por

razones estadísticas. De esa manera se cumple la definición militar de

paz como el intervalo entre dos guerras.

A pesar de los oscuros horizontes sabemos que la paz perpetua no

es cosa de la razón pura, sino de la Providencia que todo lo ordena

para el bien de los hombres sin informarnos de las técnicas que utiliza,

permitiendo un mal para sacar un bien mayor.

Entre tanto los humanos debemos armarnos de esperanza y de

paciencia.

En una presunta máquina del tiempo, nos podemos situar en la

escena final, aunque tal escena esté por llegar. Es posible anticipar sin

profetizar, que intentemos dibujar el final, pidiendo perdón al

Todopoderoso por invadir sus competencias.

En mi opinión que querría ser modesta, el asunto clave es el empleo

de la fuerza nuclear, porque la potencia militar convencional de Rusia

es grande, pero limitada.

¿Podrá Putin con una guerra meramente convencional alcanzar su

objetivo que tampoco está tan claro?

Seguro que no. Esta movilización prolongará la guerra, afectará a la

economía mundial, pero a ese nivel, no puede ganar en una guerra de

desgaste indefinido.

Como por otra parte, Putin no quiere ser un perdedor, no hay más

remedio que pensar seriamente en la fuerza nuclear.

Los misiles nucleares se pueden usar en diversos grados y

magnitudes, utilizarlos como medio de terror o para exterminar al

enemigo.

No olvidemos que después de Hiroshima y Nagasaki, Japón sigue

existiendo y Rusia también existe, después de Chernóbil.

Adivino sin pruebas- que el núcleo duro del Ejército ruso y del PC-

están presionando a Putin que, como buen político, quiere estar

siempre en el centro: Le piden una movilización general y la decreta,

sólo parcial. Es un signo.

La escena final que sólo Dios sabe, conjeturo que no puede ser otra

que la derrota de Rusia con el alivio de todos los países de su periferia,

especialmente, Ucrania.

Sin el poder ruso, Eurasia estallará en mil repúblicas y la Unión

Europea y la NATO ampliarán su influencia hacia el Este.

La idea genérica de Putin es evitar este final. Él no lo desea en

modo alguno, pero el núcleo duro del Partido y del Ejército se mueven 

por la pasión y por el temor. 

No creo que Putin pueda resistir.

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