domingo, 6 de noviembre de 2022

La verdad inocente

 Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2022

La filosofía y la ciencia moderna bien por el lado del racionalismo e

idealismo, bien por el lado del positivismo y materialismo, tampoco dan

razón de la naturaleza del hombre como persona individual. Todo lo más,

lo dan en cuanto objeto de la Naturaleza.

El método científico conoce progresivamente a la naturaleza y en cuanto

la conoce la domina por medio de la tecnología.

Esta hazaña de la ciencia moderna que vislumbraron los alejandrinos

tiene el doble filo del conocimiento y de la perversión.

En la medida en que conoce el ser natural, desconoce el ser personal, y

considera a la ciencia muy por encima del hombre individual.

A la vez la gloria de la materia-que la tiene- oscurece de hecho el camino

del espíritu y de la felicidad. Porque el espíritu, no es un humo vago, sino

la omnipotente posibilidad que proporciona las ganas de vivir.

Tres mil años de filosofía no han permitido al hombre conocerse a sí

mismo ni responder a las preguntas del por qué y para qué de la

existencia.

“No hace falta Dios” dice Hawking, la felicidad es cosa de uno mismo, el

instante y sus placeres desplazan a la historia.

El problema del bien y del mal es de administración ordinaria y el tema del

más allá -dicen- no debe oscurecer el brillo del más acá. Si el sufrimiento

es insoportable, muramos dignamente. Un violín atraviesa el silencio de

los presentes mientras un señor con frac, recita un poema. Es la

civilización del crisantemo.

Este horizonte desmochado, para el que el bien es decidido políticamente

es realmente indigno del hombre porque sobreentiende que no vale la

pena preocuparse por lo que está ya decididamente perdido. Sólo resta

exprimir la juventud y lo que quede de ella.

Una auténtica filosofía humana debe tratar del hombre, del Mundo y de

Dios. Son las últimas razones de nuestra vida y su contexto, el Universo,

un océano. Sólo por un instante, brillante y precario.

El progreso moderno no ha ido acompañado de un crecimiento moral de

las personas y de la sociedad.

Este cuadro tiene un horizonte cada vez más próximo en el que la ciencia

y la tecnología amenazan al hombre porque el hombre es, sólo un objeto

y un objetivo.

¿Cómo puede la filosofía evitar este peligro inminente?

Al observar el Universo, comprobamos que a gran velocidad lo surcan

mensajes cruzados de los cuales entendemos algunos. Lo que no está

tan claro es qué hacemos en un Universo milimétricamente pensado para

que podamos vivir en él y además proyectado matemáticamente.

Si retornamos a la infancia, por un momento, echamos una mirada a lo

que nos rodea, cercano y lejano, aparece una representación dinámica

como de un gran teatro en movimiento. No falta ni el cielo tachonado de

estrellas, ni el inquietante Océano, ni la tierra cuya estructura tiembla y

los personajes, papá, mamá y los amigos van de una parte a otra con

mayor velocidad, buscando la supervivencia.

Todo este panorama, no hace pensar normalmente a un niño muy

pequeño, pero eso es lo que ve y no se le ocurre dudar de ello.

El mundo de los niños cobra significado en los padres, los amigos y los

profesores. Todo ello en un nivel de corto plazo, sin trasfondo, sin

bastidores. “Tienes que ser un hombre de provecho” o “no hables con

desconocidos”.

Esos consejos se oyen desde muy lejos porque hablan de una

 profundidad en el tiempo y en la relación social que no entiende.

“Si no os hiciereis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos”

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