domingo, 28 de enero de 2024

Antiestética de la guerra

 Artículo publicado en el periódico Ideal, en Enero de 2024


En otros tiempos no tan lejanos, se exaltaba las figuras del héroe, del

caballero y hasta del caudillo mamporrero que de sus rapiñas edificaba

reinos.

Las películas y las series televisivas abundan en escenarios de guerra,

chorreando sangre y crímenes sin cuento.

Hay muy buenos films (“Fauda”) que, aunque realizados con

anterioridad a la actual guerra de Israel y Hamas, cuentan al detalle los

mismos hechos que cotidianamente informan las últimas noticias.

¿Cómo es posible que anticipen el futuro?



Simplemente porque se lo saben de antemano y la Inteligencia

israelita, el Mossad, no sólo conoce todo por sus infiltrados, sino que

colabora con los mismos en los que se infiltra.

El error más grave de Netanyahu fue no querer enterarse de los planes

de Hamas, con quienes se cocían bien en el mismo caldo.

Lo esencial es que la guerra, en general, no tiene ninguna belleza y que

la idealización que se hace de ella o es propaganda o es un revuelto de

instintos.

Es una cosa fea, un modelo de feísmo porque la esencia de lo bello

consiste en ser lo que debe ser. Por ello, el arte y la filosofía, la ciencia y

la ingeniería tienen como denominador común y objetivo, conseguir lo

que debe ser en cada campo de la actividad humana.

En todas las guerras-salvo la legítima defensa- se borran todas las

líneas de lo bueno y lo bello. Incluso Goya, nos dejó en “los desastres de

la guerra” una verdadera serie pictórica de lo fea que es la guerra en este

caso, la nuestra de la Independencia, una guerra legítima sin duda, para

librarnos de un ocupante injusto que como es habitual, enarbolaba la

bandera de la libertad.

Las guerras siempre se envuelven en grandes ideales. Hasta los

pandilleros hacen su revolución traficando con droga y todos siguiendo

aquel lema infecto de que “el fin justifica los medios”, que escribía el

catequista de la mentira, Nicolás Maquiavelo.



Debemos ser comprensivos con las épocas y tiempos. Si echamos una

mirada global desde las invasiones bárbaras hasta la Ilustración, lo que

resta es la progresiva, aunque lenta humanización de las costumbres,

gracias al Cristianismo que para sobrevivir tuvo que hacer de todo pero

que el influjo de hombres eminentes como Tomás Moro, Erasmo y otros

muchos, consiguieron en Westfalia desterrar las guerras de religión de

entonces.

Las guerras de religión de hoy a pesar de tantas revoluciones en

Occidente son tan terribles como las antiguas y con la religión quieren

legitimarse en toda África, en Oriente Medio e incluso en la Rusia del

Patriarca Kiril.

La pasión, la ambición hace “tomar el nombre de Dios en vano” con

mucha frecuencia y la máxima de que “el fin justifica los medios” viene a

ser la norma constitucional de nuestro tiempo. Un tiempo en el que ser

fiel a la palabra dada se lee como inmovilismo, como si el agua que tanto

nos falta, fuese reaccionaria por componerse de dos volúmenes de

Hidrógeno y uno de Oxígeno.

Es importante que se hable de la paz porque las palabras iluminan las

cosas y las contagian de su bondad y su maldad intrínseca. Cuando se

habla mucho de algo, guerra, sexo, droga, lo que estas palabras

significan, crea un ambiente de contaminación moral pues las palabras

son la avanzadilla de la Historia.

Entre otras razones, las palabras del papa Francisco para rebajar la

tensión de guerras y conflictos que, aunque el Papa no tiene misiles en el

Vaticano, impregnan el ambiente de los medios de comunicación, de

sensatez y sensibilidad.

No son los puños los que hacen la Historia sino las ideas.

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