martes, 2 de julio de 2019

La monarquía en su marco histórico


Artículo publicado en Ideal de Granada, junio 2019


Por estas fechas se celebra el quinto aniversario de la sucesión al trono de Felipe VI, tras la abdicación de su padre. Es un momento oportuno para reflexionar sobre esta monarquía en la que España navega desde hace ya, 45 años.
Sobre la monarquía en general y su alternativa, la república,  es ocioso extenderse porque los manuales y los concienzudos tratados, han dicho mucho más de lo que podamos decir aquí. Hablemos de la Monarquía de Felipe VI en continuidad con la de su padre, Juan Carlos, ya retirado de la vida pública.
Adelanto la opinión de que en este tema sobran los dogmatismos de uno u otro signo, puesto que la bondad de una forma de Estado, no es un derivado de las definiciones generales sino de su utilidad concreta en un periodo determinado.
No vale decir que una forma es más racional que la otra. Racional era Robespierre y absurda, la Corte de Windsor, por lo menos a primera vista.
Examinemos la cuestión sin presupuestos que pueden ser prejuicios ideológicos.
Las formas de Estado son estructuras de gobernabilidad cuya función benéfica o no, no se conoce a priori sino sobre la marcha.
A Juan Carlos se debe el gran cambio hacia el desarrollo de las libertades públicas. Dicho sea de paso, con ello a una notable prosperidad, superior a la de los regímenes anteriores.
Juan Carlos  fue, afortunadamente, bastante más que un símbolo, pues en los primeros cinco años de su reinado añadió a su legitimidad histórica, la legitimidad en el  ejercicio del poder. Hizo posible que las propias Cortes de la Dictadura lo proclamaran Rey y Jefe del Estado y que se aprobase la Constitución. De este hecho dirigido desde arriba con el consenso general, se llega a unas elecciones democráticas y a unas Cortes constituyentes.
Este lustro, sufrió el golpe de estado del 23 F, que sea como fuere, se decidió por la voluntad del monarca que es, por mandato constitucional, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Estos hechos del período 1975-1981 deben su desenlace a la voluntad del Rey.
A partir de aquí termina lo que podríamos llamar el período constituyente del régimen constitucional. Juan Carlos desempeña el papel que le asigna la Constitución, durante casi cuatro décadas.
El Rey encarnó el respaldo legitimador de los gobiernos de izquierda y de derecha que tuvieron que resolver, quizá como principal problema el conflicto con la banda terrorista ETA.
Hace sólo un año se escenificó la disolución de ETA, mediante un complicado dispositivo, obra al parecer de Rubalcaba pero que combinaba la acción policial  franco-española con la apertura de un futuro político para los herederos de la banda.
Todo esto y mucho más lo hicieron gobiernos que tenían asegurada su gestión por el respaldo de la Corona, ya  siendo rey Felipe VI.
Esta es una de  las derivadas de la monarquía parlamentaria que parece que no hace nada-los ilustres inútiles se les ha llamado- pero lo posibilita todo.
Felipe VI ha tenido que afrontar un golpe de estado independentista en Cataluña que se  saltó, de inmediato y a la vista de todos, el marco constitucional. La respuesta del Gobierno Rajoy fue la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la intervención de la autonomía.
El Rey intervino personalmente pero en el estrecho margen que le concede la norma constitucional. Una presencia y un discurso pero sin ambigüedades.
Un contraejemplo que ha sido muy instructivo para la monarquía de 1975 es el papel de Alfonso XIII en el golpe de estado de Primo de Rivera que suspendió las Cortes. Era la época de los fascismos y del Partido Único. Si fue un error nombrar a Primo de Rivera, mayor fue el abandono de la Jefatura del Estado al evaluar como una derrota de la Institución, el resultado de las elecciones municipales del 13 de abril. Con su marcha se abrió paso a la República al día siguiente.   
Alfonso XIII, bienintencionado, quiso evitar el baño de sangre que se aplazó sólo cinco años.

Es fácil pensar, a caso hecho, que el Rey pudo volver a la Constitución de 1876 y nombrar un gobierno constitucional.
La historia y la política no van por los caminos de la trigonometría sino más bien de la física del poder. Nadie ayudó a Alfonso XIII a tomar esa decisión y era reciente la caída de los Imperios centrales, Alemania, Austria y la Revolución rusa.
¿De qué servía la Constitución de 1876 si los mismos generales que se alzaron contra la República en 1936, negaron a Alfonso XIII, su apoyo en 1931?
Probablemente las circunstancias del momento, el fervor popular en las ciudades, no aconsejaban tal cosa.
Lo que quiero transmitir a los lectores es la idea de que los papeles en los que se escriben las constituciones, son sólo papeles, si no tienen un contexto social que crea en ellos y los cumpla sinceramente.
De ahí la importancia de los medios de comunicación que suelen ser creadores de opinión.
Una de las virtudes de esta monarquía es que ha dado estabilidad al país en momentos turbulentos.
La estabilidad en sí, ya es un hecho más allá de los papeles.


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