miércoles, 24 de julio de 2019

El derecho a morir




Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2019


“Eutanasia es una expresión griega que significa “buena muerte” o “muerte feliz”. El nexo entre la felicidad y la muerte no abunda entre los pensadores modernos pero sí, en los antiguos. Es sorprendente que los paganos  tengan más claro el sentido de la muerte que los modernos y especialmente  no digamos ya, los posmodernos o los post-verdaderos.
            La Edad Media  es muy larga y mil años dan para casi todo. Con frecuencia se ha ligado dicho período del Cristianismo con tintes oscuros, y la querencia por lo más negativo, la huida de la vida, las mortajas y los cementerios.
El Cristianismo, aun es más largo y en los primeros tiempos viene impregnado de  la fe en Jesucristo y su Resurrección de los muertos. Esta fe llevaba a los mártires a pensar en la muerte como el paso a la verdadera vida y a la patria verdadera.
      Ahora, se aplica el término “eutanasia” al simple “quitarse de en medio” por el procedimiento más cómodo y eficaz. Este método se extiende en ciertos lugares a las ceremonias funerarias aderezadas con una liturgia laica de violines y poemas de Goethe. Cada uno es dueño de “hacer de su capa un sayo”
A mí, personalmente, si se me permite,  no me atraen los cementerios aunque siempre tengo presente a mis muertos. Me cae bien la costumbre mejicana de ir a las tumbas de los parientes, toda la familia a comer y “pasarlo bien”, lo que me parece revela las raíces cristianas de un pueblo.
¿Qué tiene que ver la muerte con la felicidad?
Si la vida ha sido feliz, el morir puede percibirse como un desgarro, lo que de suyo es deprimente. Si por el contrario ha sido desgraciada, la muerte se percibe como una liberación. En ambos casos, la persona es un sujeto pasivo al que le pasan ambas cosas, la vida, la muerte, la felicidad y la desgracia.
La vida como cosa de suerte, buena y mala.
Y  ahora viene lo bueno. Se levanta la voz de los “esprits forts” para proclamar el derecho de los seres humanos a una muerte feliz. El argumento consiste en ennoblecer la muerte con conceptos como la dignidad, la autonomía y el derecho al propio cuerpo.
Como se ve, estas ideas van mucho más allá de la eutanasia.
El hombre moderno es un cristiano vergonzante, mientras el pagano, se tomaba la vida como un paso breve y a ser posible, feliz, hacia un ciclo de reencarnaciones que son oportunidades infinitas de mejorar en otras vidas. Es una creencia  generalizada en Oriente. Como todo mito tiene un sentido. Otra cosa es tomarlo en serio.
Hay notables excepciones. Sócrates es el paradigma.
Puesto que fue condenado a muerte, toma la cicuta con toda serenidad, como brazo ejecutor de la ley. Sus últimas palabras fueron: “Sacrificad un gallo a Esculapio” lo que significa que la muerte le permitía una vida más saludable que la presente.     Había que agradecer el favor a  Esculapio, dios de la Medicina.
Séneca, hizo otro tanto y lo mismo Aristóteles. Era la costumbre de los disidentes que lo hicieron con mucha paz.
No queremos saber que la vida tanto por el código genético como el cultural, todo nos ha sido dado.
El utilitarismo hace del morir una cuestión técnica y cualquiera sabe- sin armarse de  legalidad y burocracia- de qué pastillas puede echar mano para un gozoso finiquito.
Los modernos,  postcristianos, declaran a la muerte el enemigo mayor de la vida y como se hace con los enemigos, debe ser silenciado, escondido, carnavalizado.
No es serena la actitud de quien esconde una verdad tan evidente. Es un desplazamiento de la angustia por la ideología de que soy tan libre que me muero cuando quiero.
Esconder la verdad no puede ser liberador y feliz.
Lo verdadero es el mayor bien del que tanto  carecemos pero que en la necesidad de morir nos da una demostración de su existencia. Hay que morir, luego algo hay verdadero y que no engaña.
Hay muchas cosas que no engañan: las matemáticas, el arte, la música y sobre todo el amor verdadero, que se entrega sin contraprestación. De esto hay mucho pero tampoco se quiere ver.
No es verdad que todo es mentira, lo demuestran las ecuaciones de segundo grado, el perihelio de mercurio y los millones de vidas que se entregan a los demás en el mundo.
Despenalizar la eutanasia no quita ni pone muerto pero indica mucho del desprecio a la vida de los que la promueven. Con estas tremendas ganas de comodidad, con esta devaluación del vivir, no se pueden esperar iniciativas positivas para vivir felizmente.
¿Se puede llamar libre al acto por el cual eliminas la libertad? ¿Es honesto eliminar a los terminales en función de aumentar las camas en los hospitales? ¿Se debe desatender los cuidados paliativos porque son caros? ¿No son más caros los cambios de sexo?. Añadamos que los pobres y los débiles, los que carecen de “enchufe” son los que más fácilmente dejarán sus camas libres para ahorrar costes.  Hay que estar muy atentos, no sea que los parientes vayan a visitar al abuelo y se encuentren con un sustituto.
¿Cómo van amar a los vivos quienes antes los prefieren muertos con tal que cuadre el balance de resultados?


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